La guerra de Libia se eterniza
Occidente descarta el desplome inmediato del régimen de Muamar el Gadafi - Los rebeldes resisten, pero no logran victorias para cambiar el curso bélico
Bengasi, El País
Los días en que la euforia en Bengasi cedía paso a la depresión en cuestión de horas, al compás de los avatares en el campo de batalla, son el pasado. La realidad se impone testaruda en Libia y los ciudadanos son conscientes ahora de que, salvo un colapso precipitado e inesperado del régimen de Muamar el Gadafi, derrocar al dictador llevará tiempo.
Todo apunta a que el punto muerto en que ha entrado la guerra tiene visos de prolongarse. Los aliados erraron el tiro al fiarlo todo a la zona de exclusión aérea, los frentes bélicos se han estancado, y el envío de consejeros militares de Reino Unido, Francia e Italia para asesorar al Ejército de los sublevados es otro indicio de que las potencias occidentales no contemplan un desplome del Ejército libio, mucho más resistente y capaz de adaptarse a la volátil situación bélica de lo calculado. "Si no se levanta Trípoli, esto va para largo", asegura el ingeniero Hasan Mohamed.
En la plaza de Mahkama de Bengasi, los oradores suben a arengar y la música alienta a la población a resistir. Hay que mantener alta la moral. Los insurgentes han aprendido la lección y ya no se lanzan a pecho descubierto. Solo los exsoldados más experimentados tienen permiso para pelear en primera línea; los insurrectos cuentan ya con algunos equipos de comunicación y teléfonos por satélite; Catar ha proporcionado uniformes, y se han organizado brigadas que siguen las órdenes de oficiales.
Pero todo ello es insuficiente sin disponer de un armamento similar al que almacena el Ejército de Gadafi, que tampoco avanza a las puertas de Cirenaica porque los cazabombarderos de la OTAN ya han destrozado varias columnas de blindados cuando se aproximaban a Bengasi.
En el oriente del país se lucha entre Brega y Ajdabiya sin cambios sustanciales sobre el terreno; la ciudad de Misrata, 200 kilómetros al este de Trípoli, sigue sometida al diario bombardeo de las tropas del tirano, y en las montañas de Occidente, cerca de la frontera tunecina, los combates arrecian desde hace 10 días.
La agencia oficial de Túnez informó el jueves de que 13 soldados libios, entre ellos un general y algunos oficiales, se habían entregado a las autoridades del país vecino, y testigos aseguraban que los rebeldes controlaban un puesto fronterizo cerca de la ciudad tunecina de Dehiba, hacia donde escapan miles de civiles.
Pronosticar acontecimientos en Oriente Próximo y en el Magreb es una aventura arriesgada. Pero sabe el Consejo Nacional que sin una intervención más mortífera de los aviones de la OTAN no se conseguirá desalojar del poder a Gadafi. Tal vez por ello, se amoldan los dirigentes a la nueva tesitura y se muestran dispuestos a concesiones difíciles de digerir. Ya justificaron la intervención aérea de la coalición internacional. Y ahora se muestran dispuestos a aceptar la presencia de soldados foráneos en suelo libio, poco menos que herejía hasta hace unos días.
"Proteger a los civiles exige corredores de seguridad para suministrar ayuda humanitaria. Si esa protección solo puede lograrse con el despliegue de fuerzas terrestres extranjeras, no se hará ningún daño. El Consejo Nacional no observa esa posibilidad como una intervención militar extranjera", declaró la noche del miércoles Abdelhafiz Ghoga, vicepresidente del Gobierno de los rebeldes. La Unión Europea, de hecho, ya ha elaborado un plan para desembarcar en Misrata si es imprescindible para repartir ayuda humanitaria.
Todo se cocina a fuego lento. Reclama el Consejo Nacional que los "países amigos" -Francia, Italia y Catar- les proporcionen helicópteros de ataque y artillería pesada, pero esta eventualidad, que no puede descartarse, no está contemplada en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un cambio de calado en la operación militar de la OTAN exige una nueva resolución que Rusia, opuesta al envío de los asesores occidentales a Bengasi, rechaza. Incluso Londres y París han anunciado su negativa a despachar fuerzas terrestres a Libia.
La presencia de los consejeros británicos y franceses, no obstante, suscita interrogantes. ¿Se envían asesores para ayudar a milicianos desarmados a los que, se dice, no se entrenará para luchar? ¿Es un primer paso para alimentar su arsenal? Y ahora que el objetivo declarado de los países occidentales es destronar a Gadafi y que las sanciones pueden surtir efecto solo a largo plazo, ¿es posible derrotar al régimen sin una embestida terrestre en toda regla? ¿Pueden Francia, Reino Unido e Italia y demás contribuyentes permitirse sufragar un esfuerzo militar durante meses? La apuesta solitaria por la zona de exclusión aérea para los aviones de Gadafi se ha revelado insuficiente. Impera la confusión y, como afirmaba el ingeniero Mohamed, largo se fía el desenlace.
Bengasi, El País
Los días en que la euforia en Bengasi cedía paso a la depresión en cuestión de horas, al compás de los avatares en el campo de batalla, son el pasado. La realidad se impone testaruda en Libia y los ciudadanos son conscientes ahora de que, salvo un colapso precipitado e inesperado del régimen de Muamar el Gadafi, derrocar al dictador llevará tiempo.
Todo apunta a que el punto muerto en que ha entrado la guerra tiene visos de prolongarse. Los aliados erraron el tiro al fiarlo todo a la zona de exclusión aérea, los frentes bélicos se han estancado, y el envío de consejeros militares de Reino Unido, Francia e Italia para asesorar al Ejército de los sublevados es otro indicio de que las potencias occidentales no contemplan un desplome del Ejército libio, mucho más resistente y capaz de adaptarse a la volátil situación bélica de lo calculado. "Si no se levanta Trípoli, esto va para largo", asegura el ingeniero Hasan Mohamed.
En la plaza de Mahkama de Bengasi, los oradores suben a arengar y la música alienta a la población a resistir. Hay que mantener alta la moral. Los insurgentes han aprendido la lección y ya no se lanzan a pecho descubierto. Solo los exsoldados más experimentados tienen permiso para pelear en primera línea; los insurrectos cuentan ya con algunos equipos de comunicación y teléfonos por satélite; Catar ha proporcionado uniformes, y se han organizado brigadas que siguen las órdenes de oficiales.
Pero todo ello es insuficiente sin disponer de un armamento similar al que almacena el Ejército de Gadafi, que tampoco avanza a las puertas de Cirenaica porque los cazabombarderos de la OTAN ya han destrozado varias columnas de blindados cuando se aproximaban a Bengasi.
En el oriente del país se lucha entre Brega y Ajdabiya sin cambios sustanciales sobre el terreno; la ciudad de Misrata, 200 kilómetros al este de Trípoli, sigue sometida al diario bombardeo de las tropas del tirano, y en las montañas de Occidente, cerca de la frontera tunecina, los combates arrecian desde hace 10 días.
La agencia oficial de Túnez informó el jueves de que 13 soldados libios, entre ellos un general y algunos oficiales, se habían entregado a las autoridades del país vecino, y testigos aseguraban que los rebeldes controlaban un puesto fronterizo cerca de la ciudad tunecina de Dehiba, hacia donde escapan miles de civiles.
Pronosticar acontecimientos en Oriente Próximo y en el Magreb es una aventura arriesgada. Pero sabe el Consejo Nacional que sin una intervención más mortífera de los aviones de la OTAN no se conseguirá desalojar del poder a Gadafi. Tal vez por ello, se amoldan los dirigentes a la nueva tesitura y se muestran dispuestos a concesiones difíciles de digerir. Ya justificaron la intervención aérea de la coalición internacional. Y ahora se muestran dispuestos a aceptar la presencia de soldados foráneos en suelo libio, poco menos que herejía hasta hace unos días.
"Proteger a los civiles exige corredores de seguridad para suministrar ayuda humanitaria. Si esa protección solo puede lograrse con el despliegue de fuerzas terrestres extranjeras, no se hará ningún daño. El Consejo Nacional no observa esa posibilidad como una intervención militar extranjera", declaró la noche del miércoles Abdelhafiz Ghoga, vicepresidente del Gobierno de los rebeldes. La Unión Europea, de hecho, ya ha elaborado un plan para desembarcar en Misrata si es imprescindible para repartir ayuda humanitaria.
Todo se cocina a fuego lento. Reclama el Consejo Nacional que los "países amigos" -Francia, Italia y Catar- les proporcionen helicópteros de ataque y artillería pesada, pero esta eventualidad, que no puede descartarse, no está contemplada en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un cambio de calado en la operación militar de la OTAN exige una nueva resolución que Rusia, opuesta al envío de los asesores occidentales a Bengasi, rechaza. Incluso Londres y París han anunciado su negativa a despachar fuerzas terrestres a Libia.
La presencia de los consejeros británicos y franceses, no obstante, suscita interrogantes. ¿Se envían asesores para ayudar a milicianos desarmados a los que, se dice, no se entrenará para luchar? ¿Es un primer paso para alimentar su arsenal? Y ahora que el objetivo declarado de los países occidentales es destronar a Gadafi y que las sanciones pueden surtir efecto solo a largo plazo, ¿es posible derrotar al régimen sin una embestida terrestre en toda regla? ¿Pueden Francia, Reino Unido e Italia y demás contribuyentes permitirse sufragar un esfuerzo militar durante meses? La apuesta solitaria por la zona de exclusión aérea para los aviones de Gadafi se ha revelado insuficiente. Impera la confusión y, como afirmaba el ingeniero Mohamed, largo se fía el desenlace.