Repertir en Libia los errores de Irak y Afganistán, la pesadilla de los aliados
Bruselas, Agencias
Los aliados esperan un rápido éxito de la rebelión en Libia, pero su obsesión es otra: evitar que se repitan los errores cometidos en Afganistán y en Irak, donde algunos de ellos están presentes diez años ya tras haber creído en victorias militares relámpago.
Aunque los casos se parezcan, no son similares. Si en Libia hay milicianos autoproclamadas con poca disciplina, están lejos de ser los muyaidines del comandante Masud o los talibanes afganos, combatientes aguerridos y decididos. Ni siquiera Muamar Gadafi puede compararse con Sadam Husein.
Asimismo, escaldado por los precedentes afgano e iraquí, el triunvirato franco-estadounidense-británico excluye esta vez desplegar tropas en tierra y promueve una transición política, sobre lo que se habló el martes en Londres.
El espectro de una victoria pírrica acosa sin embargo los espíritus de los estrategas. Lo prueba la línea roja trazada el lunes por el presidente Barack Obama, que excluyó derrocar por la fuerza a Muamar Gadafi, a diferencia de lo que sucedió hace unos años en Irak con Sadam Husein. En Irak, recordó Obama, "el cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y unos 1.000 millones de dólares". Los aliados no pueden "permitir que eso se reproduzca en Libia", insistió.
Muchos aún recuerdan la inscripción 'Misión cumplida' que se leía detrás de George W. Bush durante su discurso de victoria a bordo del portaaviones nuclear estadounidense 'Abraham Lincoln'. Era el 1 de mayo de 2003, 42 días después de los primeros bombardeos aéreos contra Bagdad. Unos meses después, las bajas estadounidenses se contaban por decenas, las primeras de una larga lista.
La misma ilusión de victoria sentían los aliados a finales de 2001 en Afganistán, cuando las ruinas del World Trade Center de Nueva York aún humeaban. El 7 de diciembre, dos meses después de los primeros bombardeos, los talibanes evacuaban su bastión de Kandahar. Ya habían dejado Kabul. Diez años después, 132.000 soldados extranjeros, entre ellos 90.000 estadounidenses, siguen enfrentándose al desafío de unos miles de irreductibles insurgentes y la estabilidad de Afganistán parece incierta.
"Ganamos la guerra y perdimos la paz", según la fórmula de Dominique Moisi, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
En Estados Unidos, la advertencia quedó grabada. A finales de febrero, Robert Gates, secretario de Defensa de Barack Obama, cargo que ocupó también con George W. Bush, y ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pronunció un discurso en la academia militar de West Point. "Todo futuro secretario de Defensa que aconseje al presidente enviar nuevamente una amplia fuerza terrestre estadounidense a Asia, Oriente Medio u África 'debería hacerse examinar el cerebro', para retomar la delicada expresión del general MacArthur", advirtió.
En el caso libio, sin embargo, el rechazo a desplegar tropas de infantería aumenta la incertidumbre. Todo es posible, una victoria de los rebeldes, la escisión del país entre este y oeste o la caída del régimen.
Frente a esta incertidumbre, Dominique Moisi subraya las fragilidades de una coalición formada con prisa y sin "objetivos políticos claros". Franceses y británicos, observa, llaman a Gadafi a que deje "inmediatamente" el poder cuando otros se apegan a lo que dicta la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU: la protección de la población civil.
Otros riesgos para los aliados, según Francois Heisbourg, de la Fundación para la Investigación Estratégica, es la de verse obligados a "interferir en el juego político libio tras haber contruibuido en la caída de Gadafi" o atascarse en una operación humanitaria incierta.
Los aliados esperan un rápido éxito de la rebelión en Libia, pero su obsesión es otra: evitar que se repitan los errores cometidos en Afganistán y en Irak, donde algunos de ellos están presentes diez años ya tras haber creído en victorias militares relámpago.
Aunque los casos se parezcan, no son similares. Si en Libia hay milicianos autoproclamadas con poca disciplina, están lejos de ser los muyaidines del comandante Masud o los talibanes afganos, combatientes aguerridos y decididos. Ni siquiera Muamar Gadafi puede compararse con Sadam Husein.
Asimismo, escaldado por los precedentes afgano e iraquí, el triunvirato franco-estadounidense-británico excluye esta vez desplegar tropas en tierra y promueve una transición política, sobre lo que se habló el martes en Londres.
El espectro de una victoria pírrica acosa sin embargo los espíritus de los estrategas. Lo prueba la línea roja trazada el lunes por el presidente Barack Obama, que excluyó derrocar por la fuerza a Muamar Gadafi, a diferencia de lo que sucedió hace unos años en Irak con Sadam Husein. En Irak, recordó Obama, "el cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y unos 1.000 millones de dólares". Los aliados no pueden "permitir que eso se reproduzca en Libia", insistió.
Muchos aún recuerdan la inscripción 'Misión cumplida' que se leía detrás de George W. Bush durante su discurso de victoria a bordo del portaaviones nuclear estadounidense 'Abraham Lincoln'. Era el 1 de mayo de 2003, 42 días después de los primeros bombardeos aéreos contra Bagdad. Unos meses después, las bajas estadounidenses se contaban por decenas, las primeras de una larga lista.
La misma ilusión de victoria sentían los aliados a finales de 2001 en Afganistán, cuando las ruinas del World Trade Center de Nueva York aún humeaban. El 7 de diciembre, dos meses después de los primeros bombardeos, los talibanes evacuaban su bastión de Kandahar. Ya habían dejado Kabul. Diez años después, 132.000 soldados extranjeros, entre ellos 90.000 estadounidenses, siguen enfrentándose al desafío de unos miles de irreductibles insurgentes y la estabilidad de Afganistán parece incierta.
"Ganamos la guerra y perdimos la paz", según la fórmula de Dominique Moisi, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
En Estados Unidos, la advertencia quedó grabada. A finales de febrero, Robert Gates, secretario de Defensa de Barack Obama, cargo que ocupó también con George W. Bush, y ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pronunció un discurso en la academia militar de West Point. "Todo futuro secretario de Defensa que aconseje al presidente enviar nuevamente una amplia fuerza terrestre estadounidense a Asia, Oriente Medio u África 'debería hacerse examinar el cerebro', para retomar la delicada expresión del general MacArthur", advirtió.
En el caso libio, sin embargo, el rechazo a desplegar tropas de infantería aumenta la incertidumbre. Todo es posible, una victoria de los rebeldes, la escisión del país entre este y oeste o la caída del régimen.
Frente a esta incertidumbre, Dominique Moisi subraya las fragilidades de una coalición formada con prisa y sin "objetivos políticos claros". Franceses y británicos, observa, llaman a Gadafi a que deje "inmediatamente" el poder cuando otros se apegan a lo que dicta la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU: la protección de la población civil.
Otros riesgos para los aliados, según Francois Heisbourg, de la Fundación para la Investigación Estratégica, es la de verse obligados a "interferir en el juego político libio tras haber contruibuido en la caída de Gadafi" o atascarse en una operación humanitaria incierta.