Las fuerzas de Gadafi aceleran para asediar Bengasi
Trípoli, El País
"Palmo a palmo, casa a casa, hogar a hogar, callejón a callejón, individuo a individuo". Muamar el Gadafi aseguró en una de sus recientes arengas que limpiaría Libia de rebeldes, que sofocaría la revuelta. Y en efecto, sus brigadas de soldados y mercenarios aceleraban ayer camino de Bengasi, la ciudad donde nació el alzamiento a mediados de febrero , aprovechando el dominio del aire y su aplastante superioridad en vehículos blindados y artillería. Caía la noche en esta ciudad, que pasa de la depresión a la euforia en cuestión de minutos, cuando saltó la noticia de que la Liga Árabe respaldaba la zona de exclusión aérea sobre Libia . "Nos vamos a comer a los soldados de Gadafi", decía un enfervorecido joven nada más conocer la decisión. No está nada claro que el chaval vaya a satisfacer su apetito tan rápidamente.
Las sanciones financieras y el embargo de armas -si no van acompañadas de la delicada intervención militar extranjera- que han impuesto infinidad de países eran un brindis al sol. Porque el dictador dispone de dinero y armamento para aplastar a los insurgentes. Sobre todo si es cierto lo que denunció ayer Abdelhafiz Ghoga, vicepresidente del Consejo Nacional, el Gobierno de los insurrectos: "Argelia y Siria, sintiéndolo mucho, colaboran con Gadafi en contra de nuestro pueblo. Condenamos la posición siria ante nuestra revolución". Ghoga aseguró disponer de pruebas de que el régimen argelino ha fletado vuelos a Trípoli repletos de mercenarios desde el día 18 del mes pasado. Y de que Damasco abastece de pertrechos militares a Trípoli. "Ayudadnos", suplicaban los bengasíes en una pancarta colgada en la plaza de Mahkama, epicentro del alzamiento.
Mientras, el Ejército del dictador avanzaba metro a metro hacia Ajdabiya, la ciudad que abre el camino hacia Bengasi. Solo hay arena entre ambas. Si Ajdabiya cayera, el asedio sobre la capital rebelde se precipitaría. Es un lugar estratégico porque desde esta ciudad -a 160 kilómetros al sur de Bengasi- parte una autopista hacia Tobruk, muy cerca de la frontera con Egipto. Y el control de la linde por parte de las tropas de Gadafi asfixiaría la región oriental de Cirenaica, bastión menguante de los insurgentes. No obstante, nadie tiene la certeza de que la prohibición de volar a los aviones de Gadafi revertirá la situación en el campo de batalla.
Las fuerzas armadas del déspota seguirán disfrutando, al menos a corto plazo, de una ventaja decisiva. En su arsenal abundan tanques, vehículos blindados, piezas de artillería pesada, y unas brigadas mucho mejor entrenadas que los anárquicos grupos de hombres que han venido haciendo la guerra sin mandos y sin estrategia, solo sobrados de voluntad para empuñar fusiles y para soportar cientos, si no miles, de bajas.
Los soldados del tirano, por el contrario, sí parecen contar con una estrategia. Han marchado hacia el este pausadamente mientras combatían y arruinaban ciudades en el oeste. Ya en su poder Zauiya, al oeste de Trípoli, ayer comenzaron el asalto a Misrata, 200 kilómetros al este de la capital. Y al mismo tiempo, bombardeaban con más vigor que en jornadas anteriores las poblaciones que median entre Ras Lanuf -zona de las escaramuzas más violentas- y Bengasi.
La reacción del dictador a la decisión de la Liga Árabe es una incógnita. Pero conocido que sus militares han arrasado cementerios donde habían sido enterrados muchos rebeldes, que sus tanques han disparado contra edificios de viviendas y que Gadafi ha jurado morir en Libia, es una temeridad augurar que la situación militar vaya a dar un vuelco.
"Palmo a palmo, casa a casa, hogar a hogar, callejón a callejón, individuo a individuo". Muamar el Gadafi aseguró en una de sus recientes arengas que limpiaría Libia de rebeldes, que sofocaría la revuelta. Y en efecto, sus brigadas de soldados y mercenarios aceleraban ayer camino de Bengasi, la ciudad donde nació el alzamiento a mediados de febrero , aprovechando el dominio del aire y su aplastante superioridad en vehículos blindados y artillería. Caía la noche en esta ciudad, que pasa de la depresión a la euforia en cuestión de minutos, cuando saltó la noticia de que la Liga Árabe respaldaba la zona de exclusión aérea sobre Libia . "Nos vamos a comer a los soldados de Gadafi", decía un enfervorecido joven nada más conocer la decisión. No está nada claro que el chaval vaya a satisfacer su apetito tan rápidamente.
Las sanciones financieras y el embargo de armas -si no van acompañadas de la delicada intervención militar extranjera- que han impuesto infinidad de países eran un brindis al sol. Porque el dictador dispone de dinero y armamento para aplastar a los insurgentes. Sobre todo si es cierto lo que denunció ayer Abdelhafiz Ghoga, vicepresidente del Consejo Nacional, el Gobierno de los insurrectos: "Argelia y Siria, sintiéndolo mucho, colaboran con Gadafi en contra de nuestro pueblo. Condenamos la posición siria ante nuestra revolución". Ghoga aseguró disponer de pruebas de que el régimen argelino ha fletado vuelos a Trípoli repletos de mercenarios desde el día 18 del mes pasado. Y de que Damasco abastece de pertrechos militares a Trípoli. "Ayudadnos", suplicaban los bengasíes en una pancarta colgada en la plaza de Mahkama, epicentro del alzamiento.
Mientras, el Ejército del dictador avanzaba metro a metro hacia Ajdabiya, la ciudad que abre el camino hacia Bengasi. Solo hay arena entre ambas. Si Ajdabiya cayera, el asedio sobre la capital rebelde se precipitaría. Es un lugar estratégico porque desde esta ciudad -a 160 kilómetros al sur de Bengasi- parte una autopista hacia Tobruk, muy cerca de la frontera con Egipto. Y el control de la linde por parte de las tropas de Gadafi asfixiaría la región oriental de Cirenaica, bastión menguante de los insurgentes. No obstante, nadie tiene la certeza de que la prohibición de volar a los aviones de Gadafi revertirá la situación en el campo de batalla.
Las fuerzas armadas del déspota seguirán disfrutando, al menos a corto plazo, de una ventaja decisiva. En su arsenal abundan tanques, vehículos blindados, piezas de artillería pesada, y unas brigadas mucho mejor entrenadas que los anárquicos grupos de hombres que han venido haciendo la guerra sin mandos y sin estrategia, solo sobrados de voluntad para empuñar fusiles y para soportar cientos, si no miles, de bajas.
Los soldados del tirano, por el contrario, sí parecen contar con una estrategia. Han marchado hacia el este pausadamente mientras combatían y arruinaban ciudades en el oeste. Ya en su poder Zauiya, al oeste de Trípoli, ayer comenzaron el asalto a Misrata, 200 kilómetros al este de la capital. Y al mismo tiempo, bombardeaban con más vigor que en jornadas anteriores las poblaciones que median entre Ras Lanuf -zona de las escaramuzas más violentas- y Bengasi.
La reacción del dictador a la decisión de la Liga Árabe es una incógnita. Pero conocido que sus militares han arrasado cementerios donde habían sido enterrados muchos rebeldes, que sus tanques han disparado contra edificios de viviendas y que Gadafi ha jurado morir en Libia, es una temeridad augurar que la situación militar vaya a dar un vuelco.