El temor a la derrota inquieta a Bengasi
Bengasi, El País
El devenir de la guerra en Libia es imprevisible y puede enfangarse por un sinfín de circunstancias políticas y militares. Pero los acontecimientos desde el domingo han suscitado evidente temor entre los 670.000 vecinos de Bengasi, la capital de la revuelta en la oriental región de Cirenaica, porque la aviación y los soldados de Muamar el Gadafi lograron frenar el avance rebelde. Inquieta sobremanera a los dirigentes políticos de la insurgencia que el dictador ordene el bombardeo de instalaciones petroleras de un país que exportaba 1,7 millones de barriles de crudo al día y que vive sumido en el caos.
Los cazas libios bombardearon ayer por segunda vez las inmediaciones del puerto petrolífero de Ras Lanuf, en el este del país y bajo precario control de los rebeldes. "Había un avión, disparó dos cohetes y no hubo muertos", indicó Mojtar Dobrug, un combatiente rebelde que fue testigo del bombardeo, a la agencia Reuters. La aviación también atacó las inmediaciones de puestos de control de los sublevados en Ajdabiya, más cerca de Bengasi.
Mientras se intensifican los ataques aéreos, los buques petroleros apenas pueden atracar para cargar sus depósitos; los alimentos llegan a Libia oriental por la frontera con Egipto, pero cierta escasez de productos es notoria porque el país ha paralizado casi toda actividad económica; los bancos apenas funcionan y las colas para extraer dinero son cotidianas. Aunque la zona dominada por los insurrectos y el Consejo Nacional cuenta con tres grandes puertos (Bengasi, Tobruk y Darna), los cargueros no arriban a sus muelles. Las autoridades en Bengasi claman por un reconocimiento inmediato y formal de su legitimidad. Aún sin éxito.
"Occidente tiene que moverse o este lunático hará algo en los campos petrolíferos. Es como un lobo herido. Si los países occidentales no lanzan ataques aéreos contra las tropas de Gadafi puede dejar los pozos inoperativos durante mucho tiempo", declaraba a este diario Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo Nacional libio, un Gobierno provisional que está desbordado por la situación. "Si la comunidad internacional no establece una zona de exclusión aérea, Gadafi no va a rendirse", añadió Gheriani, que admitió la imposibilidad de reabrir el aeropuerto de Bengasi porque no hay compañía dispuesta hacerse cargo de los seguros aéreos.
El domingo, los militares y mercenarios de Gadafi detuvieron el ímpetu de los 17.000 insurrectos que luchan en la zona de Ras Lanuf y Bin Jauad, a unos 400 kilómetros de Bengasi y a 600 de Trípoli. Y esa noche grupos de jóvenes discutían dos alternativas: o partir al frente o permanecer para defender Bengasi. Los insurgentes son todo voluntad. Pero la anarquía es también una de sus señas de identidad. Ni tienen táctica, ni jefes que pongan orden, ni potencia de fuego frente a unos uniformados que dominan a su antojo el espacio aéreo. Así que la guerra se empantanó ayer en las cercanías de Ras Lanuf, sede de enormes instalaciones petroleras. Las terminales de esta pequeña ciudad y de la cercana Brega fueron cerradas. Anoche, decenas de familias abandonaron estos pueblos para buscar refugio en Bengasi. La euforia inicial de una rápida victoria sobre las fuerzas del dictador comienza a desvanecerse.
Pero en Bengasi, la capital de los rebeldes -en el extremo occidental del país-, la situación también es de incertidumbre. La euforia por una victoria temprana se ha evaporado. El Consejo Nacional que dirige la ciudad desde la estampida de los militares se encuentra en una encrucijada. No sabe si reforzar el frente rebelde con el envío de más hombres o atrincherarse en la ciudad ante los rumores crecientes de que Gadafi prepara un golpe.
Y la situación para los sublevados al este, la zona del país donde primero y con más fuerza cuajó la insurrección, tampoco es boyante. En Misrata, situada a 200 kilómetros al este de Trípoli, el mando rebelde mantiene a duras penas su control, pero el castigo de las brigadas que dirige Jamis Gadafi, hijo del sátrapa, ha dejado mella. Un médico del hospital de esa ciudad ha asegurado a EL PAÍS que los combates han dejado 23 muertos. La población vive con angustia la ofensiva de Gadafi, que al igual que en Zauiya, ha empleado artillería, cohetes y fuego de mortero. Más al oeste, en la ciudad petrolífera de Ras Lanuf, los habitantes también tienen miedo porque consideran que el Ejército libio no ha dicho aún su última palabra.
Tras 41 años de abusos, brutal represión, y arbitrariedades -Gadafi mandó arrancar hace años un gran árbol en una plaza de Bengasi porque era un símbolo de esta ciudad siempre rebelde-, nadie acaba de fiarse. En esta capital todas las puertas metálicas de los comercios son verdes, el color de la todavía bandera del país, el color de la revolución que derrocó al rey Idris en 1969. Solo unos pocos se han atrevido a añadir las bandas roja y negra a esas puertas para convertirlas en la enseña que hacen ondear los insurrectos.
Pero el sátrapa también da muestras de nerviosismo. Ayer amenazó con desatar una avalancha de inmigración de africanos hacia Europa y su hijo Saadi advirtió de una horrible guerra si su padre abandona el poder. Nadie intuye qué se propone con la iniciativa que planteó ayer. Yadallah Azous al Talhi -ex primer ministro en los años ochenta y una personalidad que goza de respeto en el Consejo Nacional- ofreció un diálogo nacional para poner fin al derramamiento de sangre. ¿Se puede interpretar esta iniciativa como una señal de debilidad o desesperación? Con el dictador libio es de ilusos aventurar respuestas. Pero tenía que saber Gadafi que la respuesta iba a ser la que fue. Solo se negociará, afirmó el Consejo Nacional, sobre la base de que el tirano abandona el poder. De momento, se niega a arrojar la toalla. El déspota tunecino Zine el Abidine Ben Ali aguantó 29 días tras iniciarse las protestas. Mubarak soportó la presión 18 días desde la manifestación del 25 de enero. Gadafi ya resiste tres semanas. Aunque su aislamiento -incluso la Liga Árabe respaldó ayer la zona de exclusión aérea- es creciente en todos los planos.
Esta noche, la cadena de televisión Al Yazera y dos periódicos árabes informaron de algunos de los acuerdos a los que Gadafi habría intentado llegar con los revolucionarios, algo que el Consejo Nacional libio rechazó de plano por considerar que sería una salida que ofendería a las víctimas de la represión desatada por el dirigente, según han señalado fuentes del bloque opositor. Según estos medios, en la negociación Gadafi pretendía negociar su salida a cambio de que se le garantizara la seguridad a él y a su familia así como también que no sería juzgado -una medida solicitada por el Consejo General de la ONU a la Corte Penal Internacional de La Haya-.
Inmigrantes africanos citados por Reuters aseguran que son perseguidos por los uniformados de Gadafi para obligarlos a combatir. Son recompensados con cientos de dólares. Si este reclutamiento forzoso es cierto, puede deducirse que el dictador afronta un problema: su capacidad de fuego es infinitamente mayor, pero carece de los suficientes soldados y mercenarios para luchar en todos los frentes en un país tan enorme -1,8 millones de kilómetros cuadrados- como despoblado: poco más de seis millones de habitantes, de los que dos eran trabajadores extranjeros. La situación de los insurrectos es la opuesta: sobran hombres, pero su armamento es escuálido.
Gheriani trató de quitar hierro a la volátil coyuntura. "Hemos extraído lecciones de la revolución egipcia. También ellos lograron ciertas reivindicaciones, y después se tomaron un respiro. Gadafi desplaza sus tropas de una ciudad a otra. Tiene tanques y aviones, pero no suficientes soldados en tierra. Nuestra gente está preocupada porque los milicianos apenas tienen entrenamiento".
El devenir de la guerra en Libia es imprevisible y puede enfangarse por un sinfín de circunstancias políticas y militares. Pero los acontecimientos desde el domingo han suscitado evidente temor entre los 670.000 vecinos de Bengasi, la capital de la revuelta en la oriental región de Cirenaica, porque la aviación y los soldados de Muamar el Gadafi lograron frenar el avance rebelde. Inquieta sobremanera a los dirigentes políticos de la insurgencia que el dictador ordene el bombardeo de instalaciones petroleras de un país que exportaba 1,7 millones de barriles de crudo al día y que vive sumido en el caos.
Los cazas libios bombardearon ayer por segunda vez las inmediaciones del puerto petrolífero de Ras Lanuf, en el este del país y bajo precario control de los rebeldes. "Había un avión, disparó dos cohetes y no hubo muertos", indicó Mojtar Dobrug, un combatiente rebelde que fue testigo del bombardeo, a la agencia Reuters. La aviación también atacó las inmediaciones de puestos de control de los sublevados en Ajdabiya, más cerca de Bengasi.
Mientras se intensifican los ataques aéreos, los buques petroleros apenas pueden atracar para cargar sus depósitos; los alimentos llegan a Libia oriental por la frontera con Egipto, pero cierta escasez de productos es notoria porque el país ha paralizado casi toda actividad económica; los bancos apenas funcionan y las colas para extraer dinero son cotidianas. Aunque la zona dominada por los insurrectos y el Consejo Nacional cuenta con tres grandes puertos (Bengasi, Tobruk y Darna), los cargueros no arriban a sus muelles. Las autoridades en Bengasi claman por un reconocimiento inmediato y formal de su legitimidad. Aún sin éxito.
"Occidente tiene que moverse o este lunático hará algo en los campos petrolíferos. Es como un lobo herido. Si los países occidentales no lanzan ataques aéreos contra las tropas de Gadafi puede dejar los pozos inoperativos durante mucho tiempo", declaraba a este diario Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo Nacional libio, un Gobierno provisional que está desbordado por la situación. "Si la comunidad internacional no establece una zona de exclusión aérea, Gadafi no va a rendirse", añadió Gheriani, que admitió la imposibilidad de reabrir el aeropuerto de Bengasi porque no hay compañía dispuesta hacerse cargo de los seguros aéreos.
El domingo, los militares y mercenarios de Gadafi detuvieron el ímpetu de los 17.000 insurrectos que luchan en la zona de Ras Lanuf y Bin Jauad, a unos 400 kilómetros de Bengasi y a 600 de Trípoli. Y esa noche grupos de jóvenes discutían dos alternativas: o partir al frente o permanecer para defender Bengasi. Los insurgentes son todo voluntad. Pero la anarquía es también una de sus señas de identidad. Ni tienen táctica, ni jefes que pongan orden, ni potencia de fuego frente a unos uniformados que dominan a su antojo el espacio aéreo. Así que la guerra se empantanó ayer en las cercanías de Ras Lanuf, sede de enormes instalaciones petroleras. Las terminales de esta pequeña ciudad y de la cercana Brega fueron cerradas. Anoche, decenas de familias abandonaron estos pueblos para buscar refugio en Bengasi. La euforia inicial de una rápida victoria sobre las fuerzas del dictador comienza a desvanecerse.
Pero en Bengasi, la capital de los rebeldes -en el extremo occidental del país-, la situación también es de incertidumbre. La euforia por una victoria temprana se ha evaporado. El Consejo Nacional que dirige la ciudad desde la estampida de los militares se encuentra en una encrucijada. No sabe si reforzar el frente rebelde con el envío de más hombres o atrincherarse en la ciudad ante los rumores crecientes de que Gadafi prepara un golpe.
Y la situación para los sublevados al este, la zona del país donde primero y con más fuerza cuajó la insurrección, tampoco es boyante. En Misrata, situada a 200 kilómetros al este de Trípoli, el mando rebelde mantiene a duras penas su control, pero el castigo de las brigadas que dirige Jamis Gadafi, hijo del sátrapa, ha dejado mella. Un médico del hospital de esa ciudad ha asegurado a EL PAÍS que los combates han dejado 23 muertos. La población vive con angustia la ofensiva de Gadafi, que al igual que en Zauiya, ha empleado artillería, cohetes y fuego de mortero. Más al oeste, en la ciudad petrolífera de Ras Lanuf, los habitantes también tienen miedo porque consideran que el Ejército libio no ha dicho aún su última palabra.
Tras 41 años de abusos, brutal represión, y arbitrariedades -Gadafi mandó arrancar hace años un gran árbol en una plaza de Bengasi porque era un símbolo de esta ciudad siempre rebelde-, nadie acaba de fiarse. En esta capital todas las puertas metálicas de los comercios son verdes, el color de la todavía bandera del país, el color de la revolución que derrocó al rey Idris en 1969. Solo unos pocos se han atrevido a añadir las bandas roja y negra a esas puertas para convertirlas en la enseña que hacen ondear los insurrectos.
Pero el sátrapa también da muestras de nerviosismo. Ayer amenazó con desatar una avalancha de inmigración de africanos hacia Europa y su hijo Saadi advirtió de una horrible guerra si su padre abandona el poder. Nadie intuye qué se propone con la iniciativa que planteó ayer. Yadallah Azous al Talhi -ex primer ministro en los años ochenta y una personalidad que goza de respeto en el Consejo Nacional- ofreció un diálogo nacional para poner fin al derramamiento de sangre. ¿Se puede interpretar esta iniciativa como una señal de debilidad o desesperación? Con el dictador libio es de ilusos aventurar respuestas. Pero tenía que saber Gadafi que la respuesta iba a ser la que fue. Solo se negociará, afirmó el Consejo Nacional, sobre la base de que el tirano abandona el poder. De momento, se niega a arrojar la toalla. El déspota tunecino Zine el Abidine Ben Ali aguantó 29 días tras iniciarse las protestas. Mubarak soportó la presión 18 días desde la manifestación del 25 de enero. Gadafi ya resiste tres semanas. Aunque su aislamiento -incluso la Liga Árabe respaldó ayer la zona de exclusión aérea- es creciente en todos los planos.
Esta noche, la cadena de televisión Al Yazera y dos periódicos árabes informaron de algunos de los acuerdos a los que Gadafi habría intentado llegar con los revolucionarios, algo que el Consejo Nacional libio rechazó de plano por considerar que sería una salida que ofendería a las víctimas de la represión desatada por el dirigente, según han señalado fuentes del bloque opositor. Según estos medios, en la negociación Gadafi pretendía negociar su salida a cambio de que se le garantizara la seguridad a él y a su familia así como también que no sería juzgado -una medida solicitada por el Consejo General de la ONU a la Corte Penal Internacional de La Haya-.
Inmigrantes africanos citados por Reuters aseguran que son perseguidos por los uniformados de Gadafi para obligarlos a combatir. Son recompensados con cientos de dólares. Si este reclutamiento forzoso es cierto, puede deducirse que el dictador afronta un problema: su capacidad de fuego es infinitamente mayor, pero carece de los suficientes soldados y mercenarios para luchar en todos los frentes en un país tan enorme -1,8 millones de kilómetros cuadrados- como despoblado: poco más de seis millones de habitantes, de los que dos eran trabajadores extranjeros. La situación de los insurrectos es la opuesta: sobran hombres, pero su armamento es escuálido.
Gheriani trató de quitar hierro a la volátil coyuntura. "Hemos extraído lecciones de la revolución egipcia. También ellos lograron ciertas reivindicaciones, y después se tomaron un respiro. Gadafi desplaza sus tropas de una ciudad a otra. Tiene tanques y aviones, pero no suficientes soldados en tierra. Nuestra gente está preocupada porque los milicianos apenas tienen entrenamiento".