El comercio resurge entre las ruinas de Kesennuma tras el tsunami
Pequeños comerciantes empiezan a surgir en Kesennuma, una ciudad devastada por el tsunami, con el objetivo de cubrir las necesidades inmediatas de los siniestrados y conseguir un poco de dinero.
El medio millón de habitantes de las zonas costeras del noreste que han tenido que abandonar sus viviendas y refugiarse en los centros de acogida temporales necesitan de todo: comida, combustible o medicamentos.
Cada día, los supervivientes a una de las peores catástrofes naturales de Japón, que se ha visto agravada por el accidente nuclear de la planta de Fukushima, tratan de encontrar algunos víveres para completar los escasos productos que se encuentran en los centros de acogida.
Como tampoco tienen medios de transporte, sus automóviles también fueron destruidos o no hay gasolina, tienen que buscar sus raciones diarias en las propias zonas arrasadas por la catástrofe, constituyendo una clientela potencial para los comerciantes avispados.
Más de una semana después de que el maremoto destruyó su tienda, Sayuri Miyakawa volvió al negocio pese a que no tiene local ni dinero líquido y faltan productos. Por el momento, esta mujer empezó poniendo sobre una caja de cartón unos cuantos chocolates, fruta y algunas botellas de agua, en la calle donde su tienda familiar estaba antes de ser barrida por la ola gigante. "No sé cuándo voy a poder volver a abrir mi tienda, por lo que me estoy arreglando de esta manera, ya que la gente necesita alimentos. No pueden seguir esperando a recibir las raciones" distribuidas por la ayuda oficial, explica Miyakawa.
En menos de una hora, vendió toda su magra mercancía. Al día siguiente, encontró un camión, trajo más productos frescos o en conserva que un mayorista le facilitó a crédito y los volvió a colocar sobre sus cajas de cartón. "Si uno no se arriesga, nunca haremos nada", dice de buen humor al mismo tiempo que entrega una bolsa llena de tomates y patatas a un cliente.
Miyakawa no es un caso aislado, otros vendedores proponen artículos diversos en la calle, herramientas o ropa.
La falta de dinero líquido es uno de los principales obstáculos para el comercio improvisado, ya que los clientes no pueden recurrir a los cajeros automáticos porque están fuera de servicio.
Cuatro días después del tsunami, el banco Kesennuma Shinkin volvió a abrir dos agencias en la ciudad, pese a que no había luz. Sin ordenadores, los empleados sacan pesados libros de registro para verificar las cuentas de los clientes y entregarles el dinero solicitado, interrogando a aquellos que han perdido sus documentos para asegurarse de su identidad. "Somos una agencia de proximidad, por lo que los funcionarios son capaces de reconocer a la mayoría de nuestros clientes", explica Eiji Fujimura, responsable de la clientela.
Soterrado bajo varios abrigos en este despacho sin calefacción, Fujimura agrega que su banco, donde tienen cuenta la mitad de los habitantes de Kesennuma, constituye una "una bocanada financiera para la comunidad".
Después de sacar dinero, Akimi Ogata, puede comprar leche y pañales en una tienda prácticamente vacía. "No necesitamos dinero los dos primeros días que siguieron al sismo, pero las tiendas abrieron", subraya esta joven abuela de 53 años que ha recibido en su casa intacta a varios allegados, entre ellos a su nieto de diez meses. "Siempre hay que llevar dinero encima porque nunca se sabe cuándo vamos a encontrar algo para comprar", dice.
El medio millón de habitantes de las zonas costeras del noreste que han tenido que abandonar sus viviendas y refugiarse en los centros de acogida temporales necesitan de todo: comida, combustible o medicamentos.
Cada día, los supervivientes a una de las peores catástrofes naturales de Japón, que se ha visto agravada por el accidente nuclear de la planta de Fukushima, tratan de encontrar algunos víveres para completar los escasos productos que se encuentran en los centros de acogida.
Como tampoco tienen medios de transporte, sus automóviles también fueron destruidos o no hay gasolina, tienen que buscar sus raciones diarias en las propias zonas arrasadas por la catástrofe, constituyendo una clientela potencial para los comerciantes avispados.
Más de una semana después de que el maremoto destruyó su tienda, Sayuri Miyakawa volvió al negocio pese a que no tiene local ni dinero líquido y faltan productos. Por el momento, esta mujer empezó poniendo sobre una caja de cartón unos cuantos chocolates, fruta y algunas botellas de agua, en la calle donde su tienda familiar estaba antes de ser barrida por la ola gigante. "No sé cuándo voy a poder volver a abrir mi tienda, por lo que me estoy arreglando de esta manera, ya que la gente necesita alimentos. No pueden seguir esperando a recibir las raciones" distribuidas por la ayuda oficial, explica Miyakawa.
En menos de una hora, vendió toda su magra mercancía. Al día siguiente, encontró un camión, trajo más productos frescos o en conserva que un mayorista le facilitó a crédito y los volvió a colocar sobre sus cajas de cartón. "Si uno no se arriesga, nunca haremos nada", dice de buen humor al mismo tiempo que entrega una bolsa llena de tomates y patatas a un cliente.
Miyakawa no es un caso aislado, otros vendedores proponen artículos diversos en la calle, herramientas o ropa.
La falta de dinero líquido es uno de los principales obstáculos para el comercio improvisado, ya que los clientes no pueden recurrir a los cajeros automáticos porque están fuera de servicio.
Cuatro días después del tsunami, el banco Kesennuma Shinkin volvió a abrir dos agencias en la ciudad, pese a que no había luz. Sin ordenadores, los empleados sacan pesados libros de registro para verificar las cuentas de los clientes y entregarles el dinero solicitado, interrogando a aquellos que han perdido sus documentos para asegurarse de su identidad. "Somos una agencia de proximidad, por lo que los funcionarios son capaces de reconocer a la mayoría de nuestros clientes", explica Eiji Fujimura, responsable de la clientela.
Soterrado bajo varios abrigos en este despacho sin calefacción, Fujimura agrega que su banco, donde tienen cuenta la mitad de los habitantes de Kesennuma, constituye una "una bocanada financiera para la comunidad".
Después de sacar dinero, Akimi Ogata, puede comprar leche y pañales en una tienda prácticamente vacía. "No necesitamos dinero los dos primeros días que siguieron al sismo, pero las tiendas abrieron", subraya esta joven abuela de 53 años que ha recibido en su casa intacta a varios allegados, entre ellos a su nieto de diez meses. "Siempre hay que llevar dinero encima porque nunca se sabe cuándo vamos a encontrar algo para comprar", dice.