Cómo se gesta un tsunami
Madrid, El País
Muchas veces los grandes terremotos tienen una característica peculiar que los convierte en fenómenos especialmente peligrosos y les concede una siniestra originalidad. Así, el seísmo de Haití del año pasado será recordado no tanto por su magnitud sino porque factores físicos adversos, como la poca profundidad del hipocentro y su cercanía, provocaron un número de víctimas gigantesco. En el terremoto ocurrido ayer frente a la costa este de Japón, la característica diferenciadora, el efecto más destructor, ha sido el tsunami producido. Las impresionantes imágenes proporcionadas por las cadenas de televisión nos han hecho revivir la tragedia originada por el terremoto de Sumatra de 2007 y nos descubren de nuevo el carácter devastador de este fenómeno. Y, nuevamente, surgen las preguntas: ¿cómo se origina? ¿se puede predecir?
Un tsunami puede formarse si, en el fondo del océano, tiene lugar un terremoto de gran magnitud asociado a una falla con desplazamiento vertical. Este desplazamiento origina, a su vez, el movimiento de una gigantesca masa de agua que se traslada formando trenes de ondas con una velocidad de 700-800 kilómetros por hora. En alta mar, estas ondas gigantescas tienen muy poca amplitud, inferior a un metro, y pasan desapercibidas para los barcos. Sin embargo, a medida que se acercan a la costa y la profundidad del agua disminuye, la velocidad se reduce a unos 80 kilómetros por hora, las ondas sucesivas se aproximan (es decir, disminuye su longitud de onda) y su altura aumenta hasta alcanzar varios metros. La ola se hace visible y su tamaño final y sus efectos dependen de la profundidad, del relieve del fondo y del contorno de la costa. La invasión de la tierra por la ola va seguida de una notable retirada de las aguas que, si la pendiente es suave como en el caso de una playa, deja al descubierto el fondo próximo a la costa. Como la perturbación incluye varias ondas, los efectos destructores no se limitan a los producidos por la primera llegada y las medidas de seguridad deben prolongarse varias horas.
Las condiciones requeridas para la generación de un tsunami, -terremoto importante, epicentro marino y falla con desplazamiento vertical-, acotan las zonas que deben ser vigiladas y permiten establecer sistemas de alerta como el DART (Deep-ocean Assessment and Reporting of Tsunamis) o el Pacific Tsunami Warning Center de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration, Estados Unidos) que controlan las zonas del mundo con mayor riesgo de tsunamis. Estos sistemas utilizan datos sísmicos con información facilitada vía satélite por boyas situadas en el océano y que pueden detectar el paso de la perturbación vinculada a un tsunami. Estos sistemas de alerta han demostrado su eficacia en numerosas ocasiones, incluido el terremoto de ayer.
Muchas veces los grandes terremotos tienen una característica peculiar que los convierte en fenómenos especialmente peligrosos y les concede una siniestra originalidad. Así, el seísmo de Haití del año pasado será recordado no tanto por su magnitud sino porque factores físicos adversos, como la poca profundidad del hipocentro y su cercanía, provocaron un número de víctimas gigantesco. En el terremoto ocurrido ayer frente a la costa este de Japón, la característica diferenciadora, el efecto más destructor, ha sido el tsunami producido. Las impresionantes imágenes proporcionadas por las cadenas de televisión nos han hecho revivir la tragedia originada por el terremoto de Sumatra de 2007 y nos descubren de nuevo el carácter devastador de este fenómeno. Y, nuevamente, surgen las preguntas: ¿cómo se origina? ¿se puede predecir?
Un tsunami puede formarse si, en el fondo del océano, tiene lugar un terremoto de gran magnitud asociado a una falla con desplazamiento vertical. Este desplazamiento origina, a su vez, el movimiento de una gigantesca masa de agua que se traslada formando trenes de ondas con una velocidad de 700-800 kilómetros por hora. En alta mar, estas ondas gigantescas tienen muy poca amplitud, inferior a un metro, y pasan desapercibidas para los barcos. Sin embargo, a medida que se acercan a la costa y la profundidad del agua disminuye, la velocidad se reduce a unos 80 kilómetros por hora, las ondas sucesivas se aproximan (es decir, disminuye su longitud de onda) y su altura aumenta hasta alcanzar varios metros. La ola se hace visible y su tamaño final y sus efectos dependen de la profundidad, del relieve del fondo y del contorno de la costa. La invasión de la tierra por la ola va seguida de una notable retirada de las aguas que, si la pendiente es suave como en el caso de una playa, deja al descubierto el fondo próximo a la costa. Como la perturbación incluye varias ondas, los efectos destructores no se limitan a los producidos por la primera llegada y las medidas de seguridad deben prolongarse varias horas.
Las condiciones requeridas para la generación de un tsunami, -terremoto importante, epicentro marino y falla con desplazamiento vertical-, acotan las zonas que deben ser vigiladas y permiten establecer sistemas de alerta como el DART (Deep-ocean Assessment and Reporting of Tsunamis) o el Pacific Tsunami Warning Center de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration, Estados Unidos) que controlan las zonas del mundo con mayor riesgo de tsunamis. Estos sistemas utilizan datos sísmicos con información facilitada vía satélite por boyas situadas en el océano y que pueden detectar el paso de la perturbación vinculada a un tsunami. Estos sistemas de alerta han demostrado su eficacia en numerosas ocasiones, incluido el terremoto de ayer.