Sombras de un sueño democratizador
Andrea Rizzi, El País
Pocos se atreven ya a discutir que el respaldo ofrecido durante décadas por Occidente a las dictaduras de la orilla sur del Mediterráneo es una mancha en su historia. Las revueltas árabes de las últimas semanas están arrollando, entre otras abyecciones, también esa actitud, como coinciden en afirmar varios expertos consultados por EL PAÍS. Ello, sin embargo, no excluye que las inquietudes que motivaron esa política occidental estuvieran -y sigan estando- basadas en algunos peligros reales. El sueño de la democratización del mundo árabe es una idea inspiradora, pero avanza por una senda flanqueada por inquietantes abismos en los que algunos temen -y otros quieren- que caiga.
El más evidente y mencionado es la eventualidad de que las transiciones puedan permitir el ascenso al poder de formaciones islamistas hostiles a Israel y a Occidente. Antecedentes preocupantes no faltan, desde la revolución iraní de 1979, hasta el éxito electoral del FIS en Argelia en 1990- 1991 y de Hamás en Palestina en 2006. Ese escenario constituiría un cataclismo político que rompería los precarios equilibrios de la región, reforzando el eje constituido por Irán, Siria, el partido-milicia chií libanés Hezbolá y Hamás.
Sin embargo, varios elementos parecen aplacar esa amenaza, al menos a corto plazo. En primer lugar, la naturaleza de las protestas de estas semanas, impulsadas por legiones de jóvenes que aspiran a sociedades abiertas y tolerantes, y en las que el islamismo no ha desempeñado un papel protagonista. En segundo lugar, el tutelaje ejercido por Fuerzas Armadas de inspiración laica tanto en Túnez como en Egipto, un patrón que parece poder repetirse.
Pero aun excluyendo el extremo de la deriva islamista radical, incluso las transiciones en un marco de moderación pueden entrañar consecuencias negativas. El régimen amistoso hacia Israel de Hosni Mubarak no supo ni quiso detener el flujo de armas alimentado por Teherán y Damasco y dirigido, a través del territorio egipcio, a Hamás en Gaza. Los cables del Departamento de Estado de EE UU filtrados por Wikileaks y publicados por este diario ilustran enormes tráficos en esa ruta, incluidas caravanas bombardeadas por la aviación israelí en Sudán antes de alcanzar suelo egipcio. ¿Qué ocurriría con un Gobierno en El Cairo que, sin llegar a ser hostil a Israel, fuese más benevolente ?en línea con el sentimiento popular mayoritario? hacia las reivindicaciones palestinas? ¿Qué ocurriría si un escenario parecido se replicara en Jordania?
La cuestión israelí es central. Pero en Europa hay quienes esgrimen motivos para preocuparse por unas transiciones inestables, en materia de terrorismo, de oleadas de inmigración, de narcotráfico y de estabilidad económica y abastecimiento energético.
Los riesgos existen, pero algunos expertos sostienen que no hay que exagerarlos. Varios de ellos consultados para este artículo consideran limitada la probabilidad de que varias de esas amenazas se conviertan en realidad. Razón de más para asumir con coraje los riesgos de la apuesta democratizadora. Otras opciones ya parecen más preocupantes:
Terrorismo. Los países norteafricanos han incubado en la última década células terroristas que han operado perpetrando atentados en las zonas costeras y, cada vez más, secuestros de occidentales en la región del Sahel. Grupos salafistas argelinos han federado la marca Al Qaeda en el Magreb Islámico. Hasta ahora, estos grupos han sido contenidos y no han conseguido sembrar el terror en tierra europea. La transición de regímenes autoritarios, laicos y prooccidentales a sistemas más pluralistas y posiblemente menos estables y brutales en la represión abre nuevas incógnitas.
"Hasta hora, los regímenes árabes han sido a la vez el mal y su remedio", comenta en conversación telefónica Mathieu Guidère, profesor universitario y autor de varios libros de investigación sobre el terrorismo islamista. "La ausencia de libertad, la represión y la corrupción han fomentado el islamismo, pero al mismo tiempo los regímenes han luchado contra el fenómeno de manera eficaz". ¿Qué pasará ahora?
"Yo soy pesimista con los pueblos y optimista con la lucha contra el terrorismo. Creo que los militares encauzarán estos estallidos revolucionarios y acabarán reteniendo el poder. Esto garantizaría continuidad en la acción antiterrorista", dice Guidère.
Inmigración. La desesperada salida en barcazas de miles de tunecinos rumbo a Italia tras la caída del régimen ha disparado las alarmas sobre posibles éxodos de África a Europa. La lectura más convincente del flujo tunecino parece ser la huida de fieles del régimen temerosos de represalias, como señala, en conversación telefónica, Philippe Fargues, director del Centro de Políticas Migratorias del Instituto Universitario Europeo.
Más allá del caso tunecino, lo que en general preocupa es la hipótesis de situaciones de caos prolongado que empujen a grandes masas a la salida y, a la vez, el ablandamiento del control policial a la emigración clandestina.
"La emigración de los países de África del Norte tiene dos factores", comenta Fargues. "Uno es económico, ligado al paro, a la mala remuneración del trabajo; el otro es político, vinculado a la falta de libertad. Salvo casos de notable inestabilidad, la caída de los regímenes autoritarios no debería empeorar la calidad de la vida civil y, por tanto, la emigración".
Económicamente, la transición hacia la democracia no es sinónimo de despegue. Pero tampoco es de esperar un deterioro de la situación y un incremento de la emigración. "Por otra parte", añade Fargues, "aunque el control policial se ablandara, hay que tener en cuenta que la salida clandestina es una forma muy mediatizada pero muy marginal de emigración. ¡La mayoría sale en avión con visado de turista!".
Economía. El 30% del petróleo y gas que importa Europa procede de los países del arco árabe-persa. Eventuales escenarios de prolongado caos y violencia podrían por tanto causar serios problemas de abastecimiento. Pero, observan algunos, incluso la simple inestabilidad tiene consecuencias. El precio del petróleo brent se situaba en 91 dólares a mediados de diciembre pasado, antes de que empezaran las revueltas. El viernes cerró en los 103. Otros temen restricciones de tráfico en el canal de Suez o el ascenso al poder de regímenes que pretendan renegociar los contratos o variar su cartera de clientes. Estas hipótesis, sin embargo, también resultan poco realistas.
Pocos se atreven ya a discutir que el respaldo ofrecido durante décadas por Occidente a las dictaduras de la orilla sur del Mediterráneo es una mancha en su historia. Las revueltas árabes de las últimas semanas están arrollando, entre otras abyecciones, también esa actitud, como coinciden en afirmar varios expertos consultados por EL PAÍS. Ello, sin embargo, no excluye que las inquietudes que motivaron esa política occidental estuvieran -y sigan estando- basadas en algunos peligros reales. El sueño de la democratización del mundo árabe es una idea inspiradora, pero avanza por una senda flanqueada por inquietantes abismos en los que algunos temen -y otros quieren- que caiga.
El más evidente y mencionado es la eventualidad de que las transiciones puedan permitir el ascenso al poder de formaciones islamistas hostiles a Israel y a Occidente. Antecedentes preocupantes no faltan, desde la revolución iraní de 1979, hasta el éxito electoral del FIS en Argelia en 1990- 1991 y de Hamás en Palestina en 2006. Ese escenario constituiría un cataclismo político que rompería los precarios equilibrios de la región, reforzando el eje constituido por Irán, Siria, el partido-milicia chií libanés Hezbolá y Hamás.
Sin embargo, varios elementos parecen aplacar esa amenaza, al menos a corto plazo. En primer lugar, la naturaleza de las protestas de estas semanas, impulsadas por legiones de jóvenes que aspiran a sociedades abiertas y tolerantes, y en las que el islamismo no ha desempeñado un papel protagonista. En segundo lugar, el tutelaje ejercido por Fuerzas Armadas de inspiración laica tanto en Túnez como en Egipto, un patrón que parece poder repetirse.
Pero aun excluyendo el extremo de la deriva islamista radical, incluso las transiciones en un marco de moderación pueden entrañar consecuencias negativas. El régimen amistoso hacia Israel de Hosni Mubarak no supo ni quiso detener el flujo de armas alimentado por Teherán y Damasco y dirigido, a través del territorio egipcio, a Hamás en Gaza. Los cables del Departamento de Estado de EE UU filtrados por Wikileaks y publicados por este diario ilustran enormes tráficos en esa ruta, incluidas caravanas bombardeadas por la aviación israelí en Sudán antes de alcanzar suelo egipcio. ¿Qué ocurriría con un Gobierno en El Cairo que, sin llegar a ser hostil a Israel, fuese más benevolente ?en línea con el sentimiento popular mayoritario? hacia las reivindicaciones palestinas? ¿Qué ocurriría si un escenario parecido se replicara en Jordania?
La cuestión israelí es central. Pero en Europa hay quienes esgrimen motivos para preocuparse por unas transiciones inestables, en materia de terrorismo, de oleadas de inmigración, de narcotráfico y de estabilidad económica y abastecimiento energético.
Los riesgos existen, pero algunos expertos sostienen que no hay que exagerarlos. Varios de ellos consultados para este artículo consideran limitada la probabilidad de que varias de esas amenazas se conviertan en realidad. Razón de más para asumir con coraje los riesgos de la apuesta democratizadora. Otras opciones ya parecen más preocupantes:
Terrorismo. Los países norteafricanos han incubado en la última década células terroristas que han operado perpetrando atentados en las zonas costeras y, cada vez más, secuestros de occidentales en la región del Sahel. Grupos salafistas argelinos han federado la marca Al Qaeda en el Magreb Islámico. Hasta ahora, estos grupos han sido contenidos y no han conseguido sembrar el terror en tierra europea. La transición de regímenes autoritarios, laicos y prooccidentales a sistemas más pluralistas y posiblemente menos estables y brutales en la represión abre nuevas incógnitas.
"Hasta hora, los regímenes árabes han sido a la vez el mal y su remedio", comenta en conversación telefónica Mathieu Guidère, profesor universitario y autor de varios libros de investigación sobre el terrorismo islamista. "La ausencia de libertad, la represión y la corrupción han fomentado el islamismo, pero al mismo tiempo los regímenes han luchado contra el fenómeno de manera eficaz". ¿Qué pasará ahora?
"Yo soy pesimista con los pueblos y optimista con la lucha contra el terrorismo. Creo que los militares encauzarán estos estallidos revolucionarios y acabarán reteniendo el poder. Esto garantizaría continuidad en la acción antiterrorista", dice Guidère.
Inmigración. La desesperada salida en barcazas de miles de tunecinos rumbo a Italia tras la caída del régimen ha disparado las alarmas sobre posibles éxodos de África a Europa. La lectura más convincente del flujo tunecino parece ser la huida de fieles del régimen temerosos de represalias, como señala, en conversación telefónica, Philippe Fargues, director del Centro de Políticas Migratorias del Instituto Universitario Europeo.
Más allá del caso tunecino, lo que en general preocupa es la hipótesis de situaciones de caos prolongado que empujen a grandes masas a la salida y, a la vez, el ablandamiento del control policial a la emigración clandestina.
"La emigración de los países de África del Norte tiene dos factores", comenta Fargues. "Uno es económico, ligado al paro, a la mala remuneración del trabajo; el otro es político, vinculado a la falta de libertad. Salvo casos de notable inestabilidad, la caída de los regímenes autoritarios no debería empeorar la calidad de la vida civil y, por tanto, la emigración".
Económicamente, la transición hacia la democracia no es sinónimo de despegue. Pero tampoco es de esperar un deterioro de la situación y un incremento de la emigración. "Por otra parte", añade Fargues, "aunque el control policial se ablandara, hay que tener en cuenta que la salida clandestina es una forma muy mediatizada pero muy marginal de emigración. ¡La mayoría sale en avión con visado de turista!".
Economía. El 30% del petróleo y gas que importa Europa procede de los países del arco árabe-persa. Eventuales escenarios de prolongado caos y violencia podrían por tanto causar serios problemas de abastecimiento. Pero, observan algunos, incluso la simple inestabilidad tiene consecuencias. El precio del petróleo brent se situaba en 91 dólares a mediados de diciembre pasado, antes de que empezaran las revueltas. El viernes cerró en los 103. Otros temen restricciones de tráfico en el canal de Suez o el ascenso al poder de regímenes que pretendan renegociar los contratos o variar su cartera de clientes. Estas hipótesis, sin embargo, también resultan poco realistas.