Egipto, la revolución inconclusa

Jeremy Bowen
La multitudinaria manifestación en la plaza Tahrir de El Cairo el martes, es el más agudo recordatorio para el régimen del presidente Hosni Mubarak de que el movimiento de protesta no está desgastado.

La gran cantidad de participantes está aumentando la presión sobre el presidente para que deje el cargo.

Justo en las afueras de la plaza me encontré con Zyad Elelaiwy. Hace menos de un mes formaba parte de un grupo de egipcios de ideas afines que estaban hartos de la corrupción de su país, el estancamiento y la brutalidad.

Así que decidieron organizar una manifestación el 25 de enero. Habían visto cómo las protestas callejeras habían derrocado a un presidente autoritario en Túnez la semana anterior y se preguntaron si podrían hacer lo mismo con Mubarak.

"Para ser honesto, pensamos que no duraríamos ni cinco minutos", me confesó Elelaiwy, formado en una largas filas de hombres que estaban haciendo cola en un puente sobre el río Nilo para entrar a la plaza Tahrir (las mujeres no tienen que hacer cola). "Pensábamos que íbamos a ser detenidos de inmediato".

Pero la protesta fue mucho más grande de lo que jamás hubieran imaginado y el régimen comenzó a resquebrajarse.

Un país diferente


Egipto es ahora un país diferente del que era el primero de enero, cuando el presidente Mubarak parecía tan asentado en el poder como nunca antes.

El partido en el poder, el PND, había amañado las elecciones de una forma que era increíblemente cínica incluso por sus propias normas.

El presidente, a pesar de estar preparando a su hijo Gamal como su sucesor más probable, no había descartado la posibilidad de presentarse el mismo como candidato para un nuevo mandato.

Sin embargo, después de dos semanas de protestas callejeras, Mubarak ha dicho que no va a presentarse de nuevo y su hijo ha sido descartado como su sucesor.

El régimen ha comenzado, lentamente y de muy mala gana, a hablar de reformas.
Mientras miles de manifestantes siguen acampando en el centro de El Cairo, la proscrita Hermandad Musulmana ha estado en conversaciones oficiales con el gobierno y, al parecer, muchos egipcios han superado el miedo a la policía estatal.

Algunos comentarios de extranjeros sobre El Cairo son un tanto condescendientes cuando hablan que la ciudad está volviendo a la normalidad debido a que algunas tiendas han abierto y algunas calles están una vez más congestionadas por el tráfico.
Los londinenses verían la situación como algo totalmente anormal si encontraran tanques en las calles y vieran a miles de manifestantes reunidos frente al Parlamento y zonas aledañas.

Concurso de voluntad y resistencia

El hecho es que las manifestaciones contra el presidente Mubarak en el lapso de dos semanas han cambiado a Egipto de una manera en que sus oponentes apenas se hubieran atrevido a soñar a principios de año. Y la verdad es que habrá más cambios.

Pero el régimen está muy aferrado al poder y está luchando para conservarlo.
Se trata de un concurso de voluntad y resistencia y se va a poner difícil para los manifestantes. Es evidente que el presidente Mubarak y su nuevo vicepresidente, Omar Suleiman, están tratando de preservar tanto del antiguo sistema como puedan.

Al parecer los dos han conseguido un logro importante. En conversaciones informales en El Cairo he tenido la impresión de que muchos egipcios han comprado el argumento del presidente de que si se va de inmediato, que es lo que los manifestantes están exigiendo en la plaza Tahrir, el país caería en el "caos".

Esto lo he escuchado de personas que están contentas de que el presidente se vaya en septiembre. Pero ese pensamiento, sospecho, es más fácil para los egipcios que no han tenido la experiencia personal de los organismos de seguridad de Mubarak.

La oposición egipcia insiste en que seguirán en las calles hasta que Mubarak abandone el poder.

Silenciar a los críticos del régimen en nombre de la estabilidad ha sido una prioridad para Mubarak desde el principio.

Sus oponentes están furiosos por lo que parece ser el renovado éxito de un viejo refrán. Dicen que el régimen -no los manifestantes- crea el caos.

Y señalan que no tienen ninguna razón para confiar en cualquier cosa que el presidente y sus allegados prometan, como la decisión que anunció Mubarak de abandonar el cargo en septiembre.

La postura de Washington

Diplomáticos occidentales han expresado su frustración por el lento ritmo del cambio en la esfera superior del gobierno. Uno de ellos expresó incredulidad cuando se le preguntó sobre el argumento del presidente de que su presencia al mando del timón estabiliza el país.

"¿Estás bromeando? El Cairo está inmerso ya en el caos. La economía está colapsando, están poniendo en peligro todo el progreso económico que lograron en más de 20 años", dijo el diplomático.

En cuanto a la actitud de Suleiman a la reforma, otro diplomático dijo: "Omar lo entiende, pero su corazón no está en eso".

Se dice que el vicepresidente se ganó la confianza de Mubarak tras haberlo salvado de un intento de asesinato. Es difícil imaginarlo echando fuera a su antiguo jefe, incluso si pudiera, antes de septiembre.

Y, además, los estadounidenses y sus aliados occidentales se abstienen de ejercer demasiada presión pública.

El presidente de EE.UU., Barack Obama, se declaró complacido con las conversaciones que sostuvo Suleiman con algunas figuras de la oposición el fin de semana, a pesar de que los interlocutores no se mostraron contentos.

Las llamadas del gobierno de Obama para la transición del poder han perdido la urgencia que tenían cuando los manifestantes estaban muriendo en las calles.

Una razón clave para esto, tal vez un momento crucial en la crisis, fue la decisión del ejército de desplegarse adecuadamente en la plaza el viernes pasado. Los militares crearon un perímetro alrededor de Tahrir y enviaron hombres y armas suficientes para hacerlo cumplir.

Revolución inconclusa
Esa acción tuvo dos consecuencias fundamentales. Proporcionar protección real a los manifestantes antiMubarak por primera vez. La mayoría de los enfrentamientos se detuvo, porque las dos partes se separaron.

Los soldados (aún cuando rezan), brindan protección a los manifestantes.
Pero también significaba que el ejército estableció algún tipo de control.

El alambre de púas hizo muy difícil para los manifestantes causar problemas al régimen en otros lugares. Y le ayudó al ejército revisar quién entraba y quién salía de la plaza Tahrir.

Mientras escribo esto, por ejemplo, no estoy en la plaza porque a los periodistas extranjeros sin tarjeta de prensa egipcia no se les permite entrar.

La BBC, por supuesto, ya pidió tarjetas de prensa para sus equipos de noticias enviados al país, pero las solicitudes han quedado detenidas en algún lugar dentro de la burocracia egipcia.

Cuando los historiadores la estudien, el momento exacto de la salida del presidente Mubarak no va a ser su principal preocupación.

Suponiendo que se vaya, lo que será importante será el hecho de que un régimen autoritario que parecía intocable fue obligado a salir por la voluntad del pueblo.

La verdadera prueba del éxito de la revolución o su fracaso, será ver si cambia a Egipto de manera permanente.

Y esto no significa cambiar el rostro en la esfera superior del poder para preservar el sistema.

Esto significa que la democracia y las elecciones de septiembre serán una prueba muy grande.

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