¿Quién quiere ver los pechos de Anne Hathaway?

Cine
Una joven mujer pide a su médico que le mire un bulto que tiene el pecho. Se desabotona la camisa, abre su corpiño, y el doctor le diagnostica el bulto como una picadura de insecto. La mujer se ríe de su reacción exagerada. Nadie lo vio salvo el médico y el pasante de guardapolvo blanco que observaba, ¿correcto? Falso. Los espectadores lo vimos, y por la siguiente hora y pico vamos a ver mucho más del cuerpo de Anne Hathaway, junto con la mayor parte del cuerpo del médico residente (Jake Gyllenhaal).

“De amor y otras adicciones” (se estrena este jueves 27 en los cines argentinos) es, a pesar de sus estrellas de primera línea, un drama romántico bastante estándar. Jamie es un engreído representante de droguerías (que se hace pasar por residente para ganar la confianza del médico); Maggie es el espíritu libre con una enfermedad incurable que le enseña a amar: Jerry Maguire va al hospital. Pero el director Ed Zwick tiene aspiraciones más altas, y lo demuestra al no cortar las escenas en que Maggie se quita la blusa.

De acuerdo a la lógica actual de Hollywood, el hecho de que Hathaway y Gyllenhaal muestren tanta carne es un indicativo de la intención artística del film. No hace tanto tiempo (la era “Porky’s”), las escenas de desnudez gratuita eran de rigor para las actrices estadounidenses hasta que se convertían en estrellas lo suficientemente grandes como para decir “no”. Pero cada vez más, la desnudez se ha convertido en una indicación autocomplaciente de seriedad de estilo europeo, una interrupción de la narrativa para recordarle a la audiencia que está viendo “una obra de arte”.

No es que nunca haya funcionado en la pantalla. “Secreto en la montaña”, una película en la que Gyllenhaal y Hathaway también casi se desnudan, trata explícitamente con la vergüenza y la vulnerabilidad de los personajes, con lo que la desnudez se siente no solo natural sino necesaria. En el otro extremo, puede ser tan irritante cuando una película hace el esfuerzo absurdo de pretender que los actores nunca se vean entre ellos con menos que su ropa interior o estratégicamente envueltos en sábanas.

Para ser claros, hay formas peores de matar 90 minutos que ver a dos actores magníficos retozar semidesnudos. El problema es que sabemos demasiado sobre el nivel de cálculo que condujo a esos momentos de suspender nuestra incredulidad. Lo que usualmente se da a entender como la actitud casual de un personaje acerca de la desnudez, de hecho, representa los momentos más tensamente negociados de la película. Tenga en cuenta la insistencia de Jessica Alba en rodar una escena desnuda para “Machete” en corpiño y bombacha, que más tarde fueron retirados digitalmente.

Cuando actrices como Hathaway (y, en menor grado, actores como Gyllenhaal) deciden desnudarse por completo, inevitablemente justifican su elección diciendo que era parte integral de su personaje. Por supuesto que la desnudez es integral al personaje, como también lo es comprar alimentos y pagar las cuentas, pero lo directores no se sienten obligados a mostrar ese material. No hay nada notable en un personaje que se quita la ropa para tener sexo —así es como la mayoría lo hace—. Por el contrario, la negativa de una persona a desnudarse durante el sexo nos da un mundo de información acerca de quién es. La desnudez es notable sólo cuando está ocurriendo en pantalla.

La inofensiva “De amor y otras adicciones” podría haberse beneficiado eliminando parte de la música y las declaraciones de amor al estilo “Vos-me-completás”. Eliminar los pijamas de Maggie y Jamie, sin embargo, provoca poco más que hacernos preguntar qué come —si es que algo— Hathaway, y cuán seguido va Gyllenhaal al gimnasio.

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