China desafía la hegemonía de EE UU
Pekín y Washington miden sus fuerzas en el Pacífico y el sureste de Asia - La modernización del Ejército Popular incluye el armamento más avanzado
Pekin, El País
Pekin, El País
¿Socios o competidores? El presidente chino, Hu Jintao, llega hoy a Washington para la primera cumbre de las dos superpotencias del siglo XXI. China y EE UU conceden la máxima importancia a esta visita de Estado en la que los dos países tratarán de acercar posiciones y reducir la profunda desconfianza que gobierna sus relaciones. De un lado porque Pekín considera que Washington quiere frenar su crecimiento. De otro, porque EE UU sospecha de las prácticas económicas chinas y de sus intenciones militares, sobre todo en el Pacífico.
Dentro de los intentos por generar confianza, Pekín, en una decisión extraordinaria, mostró al secretario de Defensa, Robert Gates, durante su reciente visita a China, el cuartel general del Segundo Cuerpo de Artillería, responsable del dispositivo chino de misiles y armamento nuclear. Pero en cuanto Gates pasó a la siguiente etapa del viaje -Japón-, declaró sin tapujos: "Los avances militares chinos en ciberguerra y guerra contra satélites suponen un desafío potencial a la capacidad de nuestras fuerzas de operar y comunicarse en esta parte del Pacífico".
El secretario de Defensa añadió que esto no significa que China sea un "adversario estratégico inevitable", pero enfatizó la importancia de la alianza entre EE UU y Japón, donde la presencia militar norteamericana asciende a 49.000 efectivos. Sin las tropas estadounidenses en el archipiélago nipón, "puede que (China) se comportase más segura de sí misma con sus vecinos", señaló. Y puso como ejemplo la disputa territorial entre Pekín y Tokio el año pasado, cuando un pesquero de arrastre chino chocó con dos guardacostas japoneses cerca de las islas llamadas por Japón Senkaku y por China Diaoyu, en el mar del Este de China.
EE UU y algunos países asiáticos han mostrado preocupación por la rápida modernización del Ejército chino y el desarrollo de armas avanzadas como misiles antisatélites, portaaviones -se prevé que este año o el que viene bote el primero-, submarinos y misiles balísticos tierra-mar, capaces de destruir un portaaviones a 2.900 kilómetros de distancia e impedir su acceso al escenario de batalla. "Las intenciones (de China) y el opaco programa de modernización militar son fuente de preocupación para sus vecinos", aseguró Gates.
Pekín, que ve con malos ojos la presencia de barcos y aviones de EE UU cerca de sus aguas territoriales y las maniobras que realizan regularmente con sus aliados, asegura que su rearme es consecuencia natural de su ascenso político y económico. Es de "naturaleza defensiva", dice, y "no supone una amenaza contra ninguna nación". "El Ejército Popular de Liberación no tiene la capacidad y, lo que es más, no tiene la intención de desafiar la ventaja territorial y militar estadounidense, y no persigue la hegemonía en la región", escribió la semana pasada un contralmirante, cuyo nombre no figuraba, en el Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista. No piensa esto Japón, que el mes pasado criticó las crecientes reivindicaciones chinas en los mares del sur y el este de China y calificó el ascenso militar de su vecino de "preocupación" global.
Los analistas creen que el equilibrio militar en Asia-Pacífico está basculando de forma imparable. Una señal de cómo Pekín está desafiando a la primera potencia mundial fue el vuelo de prueba, el 11 de enero, del primer avión de combate chino indetectable a los radares. El avión, el J-20, es un futuro competidor del F-22 Raptor estadounidense, único caza furtivo de nueva generación operativo en el mundo.
Entre las sonrisas en los ágapes y las reuniones con los líderes chinos, Pekín ha mostrado los dientes a Gates, y, de paso, ha insuflado una nueva dosis de nacionalismo a sus ciudadanos. Según la radio estatal, algunos chinos "derramaron lágrimas de alegría" al conocer la prueba del J-20. Que el vuelo se realizase justo cuando el responsable de Defensa de EE UU se encontraba en Pekín fue algo casual, según dijo el presidente chino, Hu Jintao, a Gates. Pero han surgido especulaciones sobre si Hu, que es también presidente de la Comisión Militar Central, estaba al corriente del calendario del ensayo. Si no lo conocía, esto podría revelar la existencia de una brecha entre el poder civil y el militar en China, o el interés de algunos halcones del Ejército de marcar posiciones. Si lo conocía, podría revelar el interés chino de desafiar a EE UU. Ambos son escenarios preocupantes para las relaciones bilaterales. Gates sugirió que la coincidencia pudo deberse a un "error burocrático", y mostró su convencimiento de que Hu está firme al mando del país.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó la semana pasada que las relaciones están en una coyuntura "crítica", abogó por una cooperación efectiva e instó al régimen chino a que revalorice el yuan y abra sus mercados, respete los derechos humanos y se implique más en sus obligaciones internacionales.
La revelación del J-20 es, en cualquier caso, un indicio de la creciente confianza de China en sí misma y su reivindicación del puesto que considera que le corresponde en el damero militar mundial, y, especialmente, en Asia, donde extiende su influencia política y comercial. Washington hace otro tanto, y ha incrementado las relaciones en la región con socios tradicionales y nuevos, que le ven como un contrapeso al pujante vecino chino. Es el caso de Vietnam.
Dentro de los intentos por generar confianza, Pekín, en una decisión extraordinaria, mostró al secretario de Defensa, Robert Gates, durante su reciente visita a China, el cuartel general del Segundo Cuerpo de Artillería, responsable del dispositivo chino de misiles y armamento nuclear. Pero en cuanto Gates pasó a la siguiente etapa del viaje -Japón-, declaró sin tapujos: "Los avances militares chinos en ciberguerra y guerra contra satélites suponen un desafío potencial a la capacidad de nuestras fuerzas de operar y comunicarse en esta parte del Pacífico".
El secretario de Defensa añadió que esto no significa que China sea un "adversario estratégico inevitable", pero enfatizó la importancia de la alianza entre EE UU y Japón, donde la presencia militar norteamericana asciende a 49.000 efectivos. Sin las tropas estadounidenses en el archipiélago nipón, "puede que (China) se comportase más segura de sí misma con sus vecinos", señaló. Y puso como ejemplo la disputa territorial entre Pekín y Tokio el año pasado, cuando un pesquero de arrastre chino chocó con dos guardacostas japoneses cerca de las islas llamadas por Japón Senkaku y por China Diaoyu, en el mar del Este de China.
EE UU y algunos países asiáticos han mostrado preocupación por la rápida modernización del Ejército chino y el desarrollo de armas avanzadas como misiles antisatélites, portaaviones -se prevé que este año o el que viene bote el primero-, submarinos y misiles balísticos tierra-mar, capaces de destruir un portaaviones a 2.900 kilómetros de distancia e impedir su acceso al escenario de batalla. "Las intenciones (de China) y el opaco programa de modernización militar son fuente de preocupación para sus vecinos", aseguró Gates.
Pekín, que ve con malos ojos la presencia de barcos y aviones de EE UU cerca de sus aguas territoriales y las maniobras que realizan regularmente con sus aliados, asegura que su rearme es consecuencia natural de su ascenso político y económico. Es de "naturaleza defensiva", dice, y "no supone una amenaza contra ninguna nación". "El Ejército Popular de Liberación no tiene la capacidad y, lo que es más, no tiene la intención de desafiar la ventaja territorial y militar estadounidense, y no persigue la hegemonía en la región", escribió la semana pasada un contralmirante, cuyo nombre no figuraba, en el Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista. No piensa esto Japón, que el mes pasado criticó las crecientes reivindicaciones chinas en los mares del sur y el este de China y calificó el ascenso militar de su vecino de "preocupación" global.
Los analistas creen que el equilibrio militar en Asia-Pacífico está basculando de forma imparable. Una señal de cómo Pekín está desafiando a la primera potencia mundial fue el vuelo de prueba, el 11 de enero, del primer avión de combate chino indetectable a los radares. El avión, el J-20, es un futuro competidor del F-22 Raptor estadounidense, único caza furtivo de nueva generación operativo en el mundo.
Entre las sonrisas en los ágapes y las reuniones con los líderes chinos, Pekín ha mostrado los dientes a Gates, y, de paso, ha insuflado una nueva dosis de nacionalismo a sus ciudadanos. Según la radio estatal, algunos chinos "derramaron lágrimas de alegría" al conocer la prueba del J-20. Que el vuelo se realizase justo cuando el responsable de Defensa de EE UU se encontraba en Pekín fue algo casual, según dijo el presidente chino, Hu Jintao, a Gates. Pero han surgido especulaciones sobre si Hu, que es también presidente de la Comisión Militar Central, estaba al corriente del calendario del ensayo. Si no lo conocía, esto podría revelar la existencia de una brecha entre el poder civil y el militar en China, o el interés de algunos halcones del Ejército de marcar posiciones. Si lo conocía, podría revelar el interés chino de desafiar a EE UU. Ambos son escenarios preocupantes para las relaciones bilaterales. Gates sugirió que la coincidencia pudo deberse a un "error burocrático", y mostró su convencimiento de que Hu está firme al mando del país.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó la semana pasada que las relaciones están en una coyuntura "crítica", abogó por una cooperación efectiva e instó al régimen chino a que revalorice el yuan y abra sus mercados, respete los derechos humanos y se implique más en sus obligaciones internacionales.
La revelación del J-20 es, en cualquier caso, un indicio de la creciente confianza de China en sí misma y su reivindicación del puesto que considera que le corresponde en el damero militar mundial, y, especialmente, en Asia, donde extiende su influencia política y comercial. Washington hace otro tanto, y ha incrementado las relaciones en la región con socios tradicionales y nuevos, que le ven como un contrapeso al pujante vecino chino. Es el caso de Vietnam.