Sarkozy acepta la dimisión de su Gobierno en pleno
París, El País
Nicolas Sarkozy comienza a mover las fichas de su futuro Gobierno a fin de remontar el vuelo de sus sondeos catastróficos, encarar la última parte de su mandato y afrontar con garantías electorales su reelección en 2012. Este sábado, como manda el protocolo, Fillon presentó su dimisión después de entrevistarse dos veces con el presidente de la República en el Palacio del Elíseo, una por la mañana y otra por la tarde. Un largo apretón de manos en el porche del palacio parecía poner fin a esta colaboración que se ha marcado por la diferencia de carácter de los dos políticos, a veces complementarios y a veces opuestos: Sarkozy es más expansivo, frenético y variable; Fillon, mucho más tranquilo, discreto y constante.
En un principio, daba la impresión de que Fillon se alejaba del proyecto de Sarkozy. Pero a las nueve y media de la noche, una fuente cercana al Elíseo citada por Le Monde anunció que el mismo Fillon será nombrado este mismo fin de semana nuevo primer ministro. Si esto es así, su dimisión solo constituye el trámite previo a la profunda reforma del Gobierno que Sarkozy va a llevar a cabo de manera inmediata.
El primer ministro, en las últimas semanas, había ganado puestos en las quinielas que preconizaban la composición del próximo Gobierno de Sarkozy. De hecho, se daba casi por sentado que seguiría a pesar del baile de ministros. Él mismo, hace diez días, en un discurso, manifestó que era un error "cambiar de táctica en medio de la marcha". Sus palabras fueron entendidas por una autoproclamación. Su tasa de popularidad excedía la del propio Sarkozy y, además, se consideraba que su capacidad de aglutinar a las fuerzas de la derecha constituía una garantía para evitar divisiones.
El ministro de Ecología, el centrista Jean-Louis Borlo, también visitó al jefe del Estado este sábado en El Elíseo. Esto puede significar algo... o no. Borlo también ha figurado entre los ministros con posibilidades. Pero en los últimos días parecía excluido. En una reunión con sus fieles, el lunes, según relataron algunos de los asistentes, adelantó que Sarkozy le había informado de que no sería primer ministro. Él mismo, días después, se encargó de desmentir ese comentario, postulándose de nuevo. Su perfil más centrista y cierta sintonía social le confería ciertas aptitudes para encarar esta nueva etapa en la que Sarkozy busca reconciliarse con la calle después de la marea de huelgas y movilizaciones tras la reforma de las pensiones.
Sea quien sea, el nuevo Gobierno cambiará profundamente, según los analistas franceses. Sarkozy elegirá un gabinete soldado en torno a él, muy político, sin coqueteos con la izquierda como hasta ahora, que le sirva, sin fisuras, para encaminarse a las elecciones de 2012 con garantías de triunfo. Se da por hecho, pues, que el atípico ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, ex ministro socialista, dejará el cargo. También la secretaria de Estado de Asuntos de la Ciudad, Fadela Amara, ex presidenta de la asociación Ni putas ni sumisas, abandonará el Gobierno.
Queda por ver cuál será el futuro del ministro de Trabajo, el polémico Eric Woerth, encargado de pilotar la reforma de las pensiones y maniatado desde junio por el caso Bettencourt, el tentacular episodio en el que se relacionaban las herencias millonarias y el trato de favor a la heredera del imperio L'Oréal, Liliane Bettencourt. Hasta ahora, ni él podía dimitir (a pesar de que su mujer era empleada de los Bettencourt) debido a que llevaba entre manos la reforma más emblemática del Gobierno ni Sarkozy destituirle, por la misma razón. Pero, con la reforma promulgada el miércoles, Woerth no tiene nada que le proteja excepto su propio prestigio y la confianza que Sarkozy aún deposite en él.
La situación política de Francia, desde junio, se mantiene estancada: el caso Bettencourt monopolizó la atención de todo el país hasta el verano. Después, tras la vuelta de vacaciones, lo hizo el pulso enconado entre los sindicatos y el Gobierno por la polémica y contestada reforma de las pensiones. Hubo diez jornadas de movilizaciones, huelgas sectoriales continuadas, el país se colocó al borde mismo del colapso por la falta de gasolina... Los sondeos hundieron aún más a Sarkozy. El último, publicado esta semana por el semanario Le Point, colocaba al jefe del Estado francés con una popularidad del 30%, la más baja jamás conocida. Para conjurar esa caída ininterrumpida, Sarkozy ha comenzado ya a mover peones y pasa al contraataque.
Nicolas Sarkozy comienza a mover las fichas de su futuro Gobierno a fin de remontar el vuelo de sus sondeos catastróficos, encarar la última parte de su mandato y afrontar con garantías electorales su reelección en 2012. Este sábado, como manda el protocolo, Fillon presentó su dimisión después de entrevistarse dos veces con el presidente de la República en el Palacio del Elíseo, una por la mañana y otra por la tarde. Un largo apretón de manos en el porche del palacio parecía poner fin a esta colaboración que se ha marcado por la diferencia de carácter de los dos políticos, a veces complementarios y a veces opuestos: Sarkozy es más expansivo, frenético y variable; Fillon, mucho más tranquilo, discreto y constante.
En un principio, daba la impresión de que Fillon se alejaba del proyecto de Sarkozy. Pero a las nueve y media de la noche, una fuente cercana al Elíseo citada por Le Monde anunció que el mismo Fillon será nombrado este mismo fin de semana nuevo primer ministro. Si esto es así, su dimisión solo constituye el trámite previo a la profunda reforma del Gobierno que Sarkozy va a llevar a cabo de manera inmediata.
El primer ministro, en las últimas semanas, había ganado puestos en las quinielas que preconizaban la composición del próximo Gobierno de Sarkozy. De hecho, se daba casi por sentado que seguiría a pesar del baile de ministros. Él mismo, hace diez días, en un discurso, manifestó que era un error "cambiar de táctica en medio de la marcha". Sus palabras fueron entendidas por una autoproclamación. Su tasa de popularidad excedía la del propio Sarkozy y, además, se consideraba que su capacidad de aglutinar a las fuerzas de la derecha constituía una garantía para evitar divisiones.
El ministro de Ecología, el centrista Jean-Louis Borlo, también visitó al jefe del Estado este sábado en El Elíseo. Esto puede significar algo... o no. Borlo también ha figurado entre los ministros con posibilidades. Pero en los últimos días parecía excluido. En una reunión con sus fieles, el lunes, según relataron algunos de los asistentes, adelantó que Sarkozy le había informado de que no sería primer ministro. Él mismo, días después, se encargó de desmentir ese comentario, postulándose de nuevo. Su perfil más centrista y cierta sintonía social le confería ciertas aptitudes para encarar esta nueva etapa en la que Sarkozy busca reconciliarse con la calle después de la marea de huelgas y movilizaciones tras la reforma de las pensiones.
Sea quien sea, el nuevo Gobierno cambiará profundamente, según los analistas franceses. Sarkozy elegirá un gabinete soldado en torno a él, muy político, sin coqueteos con la izquierda como hasta ahora, que le sirva, sin fisuras, para encaminarse a las elecciones de 2012 con garantías de triunfo. Se da por hecho, pues, que el atípico ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, ex ministro socialista, dejará el cargo. También la secretaria de Estado de Asuntos de la Ciudad, Fadela Amara, ex presidenta de la asociación Ni putas ni sumisas, abandonará el Gobierno.
Queda por ver cuál será el futuro del ministro de Trabajo, el polémico Eric Woerth, encargado de pilotar la reforma de las pensiones y maniatado desde junio por el caso Bettencourt, el tentacular episodio en el que se relacionaban las herencias millonarias y el trato de favor a la heredera del imperio L'Oréal, Liliane Bettencourt. Hasta ahora, ni él podía dimitir (a pesar de que su mujer era empleada de los Bettencourt) debido a que llevaba entre manos la reforma más emblemática del Gobierno ni Sarkozy destituirle, por la misma razón. Pero, con la reforma promulgada el miércoles, Woerth no tiene nada que le proteja excepto su propio prestigio y la confianza que Sarkozy aún deposite en él.
La situación política de Francia, desde junio, se mantiene estancada: el caso Bettencourt monopolizó la atención de todo el país hasta el verano. Después, tras la vuelta de vacaciones, lo hizo el pulso enconado entre los sindicatos y el Gobierno por la polémica y contestada reforma de las pensiones. Hubo diez jornadas de movilizaciones, huelgas sectoriales continuadas, el país se colocó al borde mismo del colapso por la falta de gasolina... Los sondeos hundieron aún más a Sarkozy. El último, publicado esta semana por el semanario Le Point, colocaba al jefe del Estado francés con una popularidad del 30%, la más baja jamás conocida. Para conjurar esa caída ininterrumpida, Sarkozy ha comenzado ya a mover peones y pasa al contraataque.