El Gobierno británico aprueba un histórico recorte del gasto en Defensa
Londres, El País
Si el Imperio Británico desapareció a mediados del siglo XX, el atávico amor a la guerra de los británicos recibió ayer una dosis seguramente mortal de realismo: no hay dinero para mantener un ejército tan caro como el que aún tiene Reino Unido. Sin dinero no hay ejércitos, sin ejércitos no se ganan guerras y, para no ganarlas, más vale no hacerlas.
David Cameron, el primer ministro conservador, lo dijo de forma más hermosa al presentar en los Comunes un drástico plan de ajuste del gasto militar del 8% que él definió como "un cambio de estrategia" que llevará a la defensa británica "de una excesiva dependencia en el intervencionismo militar a dar prioridad a la prevención de conflictos".
La realidad es que el Reino Unido no tiene dinero para aguantar el poderío militar que le gustaría tener. Símbolo de los tiempos, sin duda: la crisis financiera ha dejado las arcas vacías. Pero símbolo también de los tiempos en sentido más amplio: la reina Victoria murió hace ya más de 100 años, el Imperio ya no existe, el apoyo británico a Estados Unidos en las batallas del último cuarto de siglo ha tenido más importancia política que militar y, sobre todo, el país ya no puede permitirse un esfuerzo como ese.
Pese a toda su retórica de renovación y de adaptación a un mundo con amenazas distintas y más complejas, la primera revisión de la estrategia británica de Defensa desde 1998 es un paso más hacia la pérdida de influencia militar en el mundo: menos soldados, menos barcos, menos aviones, menos tanques, menos dinero, probablemente menos disuasión nuclear, si queda alguna. Aunque nadie hizo ayer (apenas) énfasis en ello, el futuro solo tiene un nombre: coordinar el gasto militar con Europa.
El programa de recortes anunciado por Cameron significa una reducción de 42.000 personas en los efectivos actuales de la defensa. Aunque la parte del león de ese recorte es sobre todo de civiles que trabajan en el Ministerio de Defensa (25.000), afecta también a los tres ejércitos. La Fuerza Aérea, la mítica RAF, perderá 5.000 hombres, la Marina otros 5.000 y el Ejército de Tierra, 7.000. Con los 95.000 soldados que formarán las Fuerzas Armadas en 2015, el Reino Unido apenas podría desplegar 30.000 al mismo tiempo en el exterior, dos tercios de los que llegaron a desplegarse en Irak.
No solo habrá menos material humano: el número de tanques se reducirá en un 40% y el de artillería pesada un 35%, la flota se cortará de 23 buques a 19, los aviones Harrier y Nimrod serán desmantelados a favor del caza europeo Eurofighter y el portaaviones Ark Royal se desmantelará de inmediato. La construcción de dos nuevos portaaviones aprobada por los laboristas no se ha cancelado porque debido a los contratos ya firmados la cancelación sería más cara que la construcción.
Políticamente, el programa de ajuste del gasto ha permitido a la coalición de conservadores y liberales-demócratas evitar una de las patatas más calientes de su cohabitación: la decisión definitiva sobre la renovación del programa de disuasión nuclear, el Trident, no se tomará hasta 2016. Para entonces ya se habrán celebrado las elecciones legislativas, previstas para 2015 salvo crisis imprevistas. Mientras tanto, el recorte de cabezas nucleares de 48 a 40 y la reducción de tubos lanzamisiles de 12 a 8 permitirán ahorrar más de 850 millones de euros al año.
Si el Imperio Británico desapareció a mediados del siglo XX, el atávico amor a la guerra de los británicos recibió ayer una dosis seguramente mortal de realismo: no hay dinero para mantener un ejército tan caro como el que aún tiene Reino Unido. Sin dinero no hay ejércitos, sin ejércitos no se ganan guerras y, para no ganarlas, más vale no hacerlas.
David Cameron, el primer ministro conservador, lo dijo de forma más hermosa al presentar en los Comunes un drástico plan de ajuste del gasto militar del 8% que él definió como "un cambio de estrategia" que llevará a la defensa británica "de una excesiva dependencia en el intervencionismo militar a dar prioridad a la prevención de conflictos".
La realidad es que el Reino Unido no tiene dinero para aguantar el poderío militar que le gustaría tener. Símbolo de los tiempos, sin duda: la crisis financiera ha dejado las arcas vacías. Pero símbolo también de los tiempos en sentido más amplio: la reina Victoria murió hace ya más de 100 años, el Imperio ya no existe, el apoyo británico a Estados Unidos en las batallas del último cuarto de siglo ha tenido más importancia política que militar y, sobre todo, el país ya no puede permitirse un esfuerzo como ese.
Pese a toda su retórica de renovación y de adaptación a un mundo con amenazas distintas y más complejas, la primera revisión de la estrategia británica de Defensa desde 1998 es un paso más hacia la pérdida de influencia militar en el mundo: menos soldados, menos barcos, menos aviones, menos tanques, menos dinero, probablemente menos disuasión nuclear, si queda alguna. Aunque nadie hizo ayer (apenas) énfasis en ello, el futuro solo tiene un nombre: coordinar el gasto militar con Europa.
El programa de recortes anunciado por Cameron significa una reducción de 42.000 personas en los efectivos actuales de la defensa. Aunque la parte del león de ese recorte es sobre todo de civiles que trabajan en el Ministerio de Defensa (25.000), afecta también a los tres ejércitos. La Fuerza Aérea, la mítica RAF, perderá 5.000 hombres, la Marina otros 5.000 y el Ejército de Tierra, 7.000. Con los 95.000 soldados que formarán las Fuerzas Armadas en 2015, el Reino Unido apenas podría desplegar 30.000 al mismo tiempo en el exterior, dos tercios de los que llegaron a desplegarse en Irak.
No solo habrá menos material humano: el número de tanques se reducirá en un 40% y el de artillería pesada un 35%, la flota se cortará de 23 buques a 19, los aviones Harrier y Nimrod serán desmantelados a favor del caza europeo Eurofighter y el portaaviones Ark Royal se desmantelará de inmediato. La construcción de dos nuevos portaaviones aprobada por los laboristas no se ha cancelado porque debido a los contratos ya firmados la cancelación sería más cara que la construcción.
Políticamente, el programa de ajuste del gasto ha permitido a la coalición de conservadores y liberales-demócratas evitar una de las patatas más calientes de su cohabitación: la decisión definitiva sobre la renovación del programa de disuasión nuclear, el Trident, no se tomará hasta 2016. Para entonces ya se habrán celebrado las elecciones legislativas, previstas para 2015 salvo crisis imprevistas. Mientras tanto, el recorte de cabezas nucleares de 48 a 40 y la reducción de tubos lanzamisiles de 12 a 8 permitirán ahorrar más de 850 millones de euros al año.