¿Tiene "memoria" América Latina?
Valeria Perasso
BBC Mundo, Cono Sur
¿Cómo contar la historia de delitos de lesa humanidad, masacres y matanzas, en un espacio con valor pedagógico, accesible para todos y mirando al futuro?
Este es el desafío que se han impuesto los llamados "sitios de conciencia", concebidos como museos que buscan dotar de un nuevo sentido a edificios o terrenos emblemáticos de los regímenes militares, las guerras civiles y otros conflictos socio-políticos que marcaron a los países latinoamericanos.
Para ello, un grupo de expertos empezó a reunirse esta semana en Buenos Aires para pensar "políticas de la memoria”. Según destacan, hoy existe un fuerte espíritu de cooperación regional en los intentos por construir un discurso sobre la historia reciente, con los derechos humanos como eje.
El museo, visto como un vehículo para la memoria, es parte central de esta estrategia.
"El desafío mayor es vincular los hechos del pasado con los contemporáneos, entendiendo que la memoria es fructífera si se establecen relaciones con los problemas más agudos que atraviesan las sociedades hoy", señaló a la prensa Patricia Tappatá de Valdez, directora de Memoria Abierta, organización coordinadora del encuentro.
Para ello, este lunes lanzaron oficialmente el portal "Sitios de Memoria en América Latina", en el que 25 instituciones tienen representación.
Espacios oscuros
¿Qué son estos museos construidos en espacios geográficos altamente simbólicos? Según la Coalición internacional de Sitios de Conciencia –con 247 miembros en 45 países-, se trata de entidades que "interpretan la historia a través de sitios históricos", aspiran a la participación colectiva y promueven "los valores democráticos" y los derechos humanos.
La lista de sitios de conciencia es variada: de Villa Grimaldi, un ex centro de secuestros en Chile durante el régimen de Augusto Pinochet que es hoy Parque de la Paz; Constitution Hill, que refleja la segregación racial en Sudáfrica; o el Museo de Derechos Civiles erigido donde fue asesinado el activista estadounidense Martin Luther King.
Muchos tienen en común el ocupar espacios con un pasado oscuro, recuperados para otro fin. Elegir esos lugares, dicen los expertos, es parte de un proceso complejo.
"No es posible conservar todos los sitios de memoria. Si hicieran eso en Alemania o Polonia, caminaríamos por ciudades 'museificadas'", expresó ante BBC Mundo Rubén Chababo, director del Museo de la Memoria de Rosario (Argentina), que a partir de diciembre funcionará en el que fuera el centro operativo del Segundo Cuerpo del Ejército durante el último régimen militar (1976-1983).
"Muchos sitios fueron destruidos como un intento de borrar lo sucedido", acotó Romy Schmidt, directora del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile.
Según Chababo, las propias comunidades son las que van eligiendo los lugares por su peso simbólico. Así ocurrió en Buenos Aires con la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por donde pasaron casi 5.000 detenidos cuando operaba como centro clandestino y desde hace seis años es un centro cultural. Esta semana, también se habilitará el llamado Pozo de Banfield, cárcel clandestina del sur de la ciudad en los años 70.
En Chile, hay una dirección de peso histórico que ha pasado por un proceso parecido: Londres 38, en el centro de Santiago, antigua sede del Partido Socialista, expropiada por los militares y convertida en centro de torturas de la Dirección de Inteligencia Nacional durante el gobierno de Pinochet.
Desde 2005, el inmueble es monumento histórico, en manos de un colectivo de ex detenidos sobrevivientes, familiares de desaparecidos y militantes de izquierda.
"Es muy distinto que yo lea una historia o vea objetos relacionados con un lugar a que yo esté en el lugar. Estos espacios permiten una experiencia vivencial", señaló a BBC Mundo Schmidt, quien está involucrada en la recuperación de Londres 38.
¿Para quiénes?
Pero, ¿sirven estos museos para cumplir el cometido de recuperar una porción de historia?
Las críticas de las que son objeto tienen que ver, precisamente, con que proponen un relato parcial del período que intentan contar, desde una mirada promovida por organismos de derechos humanos.
Sin embargo, las nociones básicas de museología dirán –de cualquier institución, no sólo de los sitios de memoria- que toda reconstrucción histórica tiene carácter parcial.
"Ningún museo puede aspirar a contarlo todo", sintetizó Chababo.
Para los impulsores de estos sitios, se trata más bien de colocar en el centro –geográfico y simbólico- un tema que muchos preferirán dejar en el olvido. Muchos de los conflictos retratados son parte de la historia reciente y, como consecuencia, generan todavía acalorados debates en las sociedades.
"Hay políticas de la memoria que exceden a los gobernantes de turno", aseguró Carlos Henríquez Consalvi, director del Museo de la Palabra y la Imagen de El Salvador, para quien las "energías de la sociedad civil" son el principal motor de estas instituciones.
Otros, en cambio, opinan que a la participación de las víctimas en el levantamiento de estos centros debe sumarse la voz del Estado.
"Tiene que haber una institucionalización más allá de las disputas sobre quién construye el discurso", apuntó Chababo.
También se critica que los sitios de la memoria convocan sólo a ciudadanos que comulgan con la mirada de la historia que estos lugares proponen.
Desde la Red Latinoamericana, se ponen por delante un desafío: ampliar la base de destinatarios. El objetivo, dice Memoria Abierta, es ir mucho más allá de los militantes de derechos humanos y construir memoria para generaciones enteras.
BBC Mundo, Cono Sur
¿Cómo contar la historia de delitos de lesa humanidad, masacres y matanzas, en un espacio con valor pedagógico, accesible para todos y mirando al futuro?
Este es el desafío que se han impuesto los llamados "sitios de conciencia", concebidos como museos que buscan dotar de un nuevo sentido a edificios o terrenos emblemáticos de los regímenes militares, las guerras civiles y otros conflictos socio-políticos que marcaron a los países latinoamericanos.
Para ello, un grupo de expertos empezó a reunirse esta semana en Buenos Aires para pensar "políticas de la memoria”. Según destacan, hoy existe un fuerte espíritu de cooperación regional en los intentos por construir un discurso sobre la historia reciente, con los derechos humanos como eje.
El museo, visto como un vehículo para la memoria, es parte central de esta estrategia.
"El desafío mayor es vincular los hechos del pasado con los contemporáneos, entendiendo que la memoria es fructífera si se establecen relaciones con los problemas más agudos que atraviesan las sociedades hoy", señaló a la prensa Patricia Tappatá de Valdez, directora de Memoria Abierta, organización coordinadora del encuentro.
Para ello, este lunes lanzaron oficialmente el portal "Sitios de Memoria en América Latina", en el que 25 instituciones tienen representación.
Espacios oscuros
¿Qué son estos museos construidos en espacios geográficos altamente simbólicos? Según la Coalición internacional de Sitios de Conciencia –con 247 miembros en 45 países-, se trata de entidades que "interpretan la historia a través de sitios históricos", aspiran a la participación colectiva y promueven "los valores democráticos" y los derechos humanos.
La lista de sitios de conciencia es variada: de Villa Grimaldi, un ex centro de secuestros en Chile durante el régimen de Augusto Pinochet que es hoy Parque de la Paz; Constitution Hill, que refleja la segregación racial en Sudáfrica; o el Museo de Derechos Civiles erigido donde fue asesinado el activista estadounidense Martin Luther King.
Muchos tienen en común el ocupar espacios con un pasado oscuro, recuperados para otro fin. Elegir esos lugares, dicen los expertos, es parte de un proceso complejo.
"No es posible conservar todos los sitios de memoria. Si hicieran eso en Alemania o Polonia, caminaríamos por ciudades 'museificadas'", expresó ante BBC Mundo Rubén Chababo, director del Museo de la Memoria de Rosario (Argentina), que a partir de diciembre funcionará en el que fuera el centro operativo del Segundo Cuerpo del Ejército durante el último régimen militar (1976-1983).
"Muchos sitios fueron destruidos como un intento de borrar lo sucedido", acotó Romy Schmidt, directora del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile.
Según Chababo, las propias comunidades son las que van eligiendo los lugares por su peso simbólico. Así ocurrió en Buenos Aires con la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por donde pasaron casi 5.000 detenidos cuando operaba como centro clandestino y desde hace seis años es un centro cultural. Esta semana, también se habilitará el llamado Pozo de Banfield, cárcel clandestina del sur de la ciudad en los años 70.
En Chile, hay una dirección de peso histórico que ha pasado por un proceso parecido: Londres 38, en el centro de Santiago, antigua sede del Partido Socialista, expropiada por los militares y convertida en centro de torturas de la Dirección de Inteligencia Nacional durante el gobierno de Pinochet.
Desde 2005, el inmueble es monumento histórico, en manos de un colectivo de ex detenidos sobrevivientes, familiares de desaparecidos y militantes de izquierda.
"Es muy distinto que yo lea una historia o vea objetos relacionados con un lugar a que yo esté en el lugar. Estos espacios permiten una experiencia vivencial", señaló a BBC Mundo Schmidt, quien está involucrada en la recuperación de Londres 38.
¿Para quiénes?
Pero, ¿sirven estos museos para cumplir el cometido de recuperar una porción de historia?
Las críticas de las que son objeto tienen que ver, precisamente, con que proponen un relato parcial del período que intentan contar, desde una mirada promovida por organismos de derechos humanos.
Sin embargo, las nociones básicas de museología dirán –de cualquier institución, no sólo de los sitios de memoria- que toda reconstrucción histórica tiene carácter parcial.
"Ningún museo puede aspirar a contarlo todo", sintetizó Chababo.
Para los impulsores de estos sitios, se trata más bien de colocar en el centro –geográfico y simbólico- un tema que muchos preferirán dejar en el olvido. Muchos de los conflictos retratados son parte de la historia reciente y, como consecuencia, generan todavía acalorados debates en las sociedades.
"Hay políticas de la memoria que exceden a los gobernantes de turno", aseguró Carlos Henríquez Consalvi, director del Museo de la Palabra y la Imagen de El Salvador, para quien las "energías de la sociedad civil" son el principal motor de estas instituciones.
Otros, en cambio, opinan que a la participación de las víctimas en el levantamiento de estos centros debe sumarse la voz del Estado.
"Tiene que haber una institucionalización más allá de las disputas sobre quién construye el discurso", apuntó Chababo.
También se critica que los sitios de la memoria convocan sólo a ciudadanos que comulgan con la mirada de la historia que estos lugares proponen.
Desde la Red Latinoamericana, se ponen por delante un desafío: ampliar la base de destinatarios. El objetivo, dice Memoria Abierta, es ir mucho más allá de los militantes de derechos humanos y construir memoria para generaciones enteras.