Benedicto XVI lleva a Reino Unido su batalla contra el laicismo
Londres, El País
Tratando de elevarse sobre la percepción laica, y muy anglosajona, que ve al Vaticano como un núcleo de poder anticuado, alejado de la realidad y azotado por los escándalos y la inmoralidad, Benedicto XVI comenzará hoy el primer viaje de Estado de un Papa a Reino Unido con un encuentro solemne con la reina Isabel II.
Ratzinger aterrizará en Edimburgo dispuesto a extender su guerra contra el laicismo, y a alentar el activismo de la silenciosa minoría católica, que paradójicamente, y a diferencia del resto del continente, ha crecido en los últimos años cerca de un 20% y supera hoy los 6,2 millones de personas gracias a la inmigración de polacos, africanos y filipinos.
El Papa, que pronunciará 13 discursos en los cuatro días de un viaje que le llevará también a Glasgow, Londres y Birmingham, trae a la avanzada y secularizada democracia británica un mensaje de paz ecuménica y de unidad cristiana: Roma ya no expulsa a nadie sino que tiene abiertas las puertas para acoger a los descontentos. Siempre que no sean mujeres, se podría añadir.
La visión de Reino Unido desde Roma es que la primacía de la democracia mayoritaria, las cesiones de la Iglesia de Estado y la sumisión anglicana a lo políticamente correcto han acabado reduciendo el todo a la nada y dejado bajo mínimos la influencia de la religión en el país. Pero Benedicto XVI sabe que tendrá que ser cuidadoso con el mensaje teocrático en un lugar donde preguntarle a alguien qué religión profesa se considera de mal gusto.
Hace 100 años, John Henry Newman fue el primer presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo; su beatificación en Birmingham, el domingo, será el acto central de la visita. Subir a los altares al párroco que volvió al redil de Roma no significa, explica el vaticanista Filippo di Giacomo, "estimular procesos políticos ni hacer proselitismo, sino afirmar que el viaje de vuelta iniciado por Newman fue tan profético como para convertirle en beato".
"El Papa no podría tratar de imponer una agenda política, porque eso indignaría incluso a los obispos católicos locales", añade. El mensaje de Ratzinger será, en todo caso, aperturista: el lema del viaje es "El corazón habla hacia el corazón". Las ideas serán, como suele suceder cuando sale de Roma, templadas: el final de las tensiones históricas con los reformistas ingleses, la gratitud por la mejoría de las relaciones entre anglicanos y católicos, los deseos de que la Iglesia sea una fuerza que trabaje por el bien común.
El Papa reclamará también una mayor presencia religiosa en los debates sociales, y la creación de lo que el vaticanista John Allen llama "una minoría creativa", implicada en la cosa pública, que sirva de aliento a unas bases locales que en ocasiones, sin duda exagerando, han denunciado que el clima anticatólico del país es similar al de Arabia Saudí.
La cita es, en todo caso, realmente histórica: se trata del primer viaje de Estado de un Papa a la democracia anglicana, el lugar donde Enrique VIII abrió el gran cisma de Occidente para romper ataduras con Roma y convertir a la Iglesia de Estado en un apéndice del poder de la monarquía.
La dimensión del catolicismo ha cambiado mucho desde entonces. Fuera es percibido como una confesión en crisis y eminentemente centrífuga (los fieles con un mínimo de cerebro y amor a la libertad escapan del yugo para no volver). Los medios no italianos tienden a juzgarla por lo que transmite la Curia (un movimiento anacrónico, corrupto y misógino). Pero la Iglesia católica cree que es el protestantismo la fe que está en crisis mientras el catolicismo avanza en todo el mundo.
Tratando de elevarse sobre la percepción laica, y muy anglosajona, que ve al Vaticano como un núcleo de poder anticuado, alejado de la realidad y azotado por los escándalos y la inmoralidad, Benedicto XVI comenzará hoy el primer viaje de Estado de un Papa a Reino Unido con un encuentro solemne con la reina Isabel II.
Ratzinger aterrizará en Edimburgo dispuesto a extender su guerra contra el laicismo, y a alentar el activismo de la silenciosa minoría católica, que paradójicamente, y a diferencia del resto del continente, ha crecido en los últimos años cerca de un 20% y supera hoy los 6,2 millones de personas gracias a la inmigración de polacos, africanos y filipinos.
El Papa, que pronunciará 13 discursos en los cuatro días de un viaje que le llevará también a Glasgow, Londres y Birmingham, trae a la avanzada y secularizada democracia británica un mensaje de paz ecuménica y de unidad cristiana: Roma ya no expulsa a nadie sino que tiene abiertas las puertas para acoger a los descontentos. Siempre que no sean mujeres, se podría añadir.
La visión de Reino Unido desde Roma es que la primacía de la democracia mayoritaria, las cesiones de la Iglesia de Estado y la sumisión anglicana a lo políticamente correcto han acabado reduciendo el todo a la nada y dejado bajo mínimos la influencia de la religión en el país. Pero Benedicto XVI sabe que tendrá que ser cuidadoso con el mensaje teocrático en un lugar donde preguntarle a alguien qué religión profesa se considera de mal gusto.
Hace 100 años, John Henry Newman fue el primer presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo; su beatificación en Birmingham, el domingo, será el acto central de la visita. Subir a los altares al párroco que volvió al redil de Roma no significa, explica el vaticanista Filippo di Giacomo, "estimular procesos políticos ni hacer proselitismo, sino afirmar que el viaje de vuelta iniciado por Newman fue tan profético como para convertirle en beato".
"El Papa no podría tratar de imponer una agenda política, porque eso indignaría incluso a los obispos católicos locales", añade. El mensaje de Ratzinger será, en todo caso, aperturista: el lema del viaje es "El corazón habla hacia el corazón". Las ideas serán, como suele suceder cuando sale de Roma, templadas: el final de las tensiones históricas con los reformistas ingleses, la gratitud por la mejoría de las relaciones entre anglicanos y católicos, los deseos de que la Iglesia sea una fuerza que trabaje por el bien común.
El Papa reclamará también una mayor presencia religiosa en los debates sociales, y la creación de lo que el vaticanista John Allen llama "una minoría creativa", implicada en la cosa pública, que sirva de aliento a unas bases locales que en ocasiones, sin duda exagerando, han denunciado que el clima anticatólico del país es similar al de Arabia Saudí.
La cita es, en todo caso, realmente histórica: se trata del primer viaje de Estado de un Papa a la democracia anglicana, el lugar donde Enrique VIII abrió el gran cisma de Occidente para romper ataduras con Roma y convertir a la Iglesia de Estado en un apéndice del poder de la monarquía.
La dimensión del catolicismo ha cambiado mucho desde entonces. Fuera es percibido como una confesión en crisis y eminentemente centrífuga (los fieles con un mínimo de cerebro y amor a la libertad escapan del yugo para no volver). Los medios no italianos tienden a juzgarla por lo que transmite la Curia (un movimiento anacrónico, corrupto y misógino). Pero la Iglesia católica cree que es el protestantismo la fe que está en crisis mientras el catolicismo avanza en todo el mundo.