Pakistán: La ofensiva en las sombras
Daniel Alandete, Washington, El País
Acosado de igual modo por dos guerras costosas e impopulares y por la expansión incontrolada de grupos afiliados a Al Qaeda en el mundo musulmán, el presidente Barack Obama ha lanzado de forma callada, durante su primer año y medio de Gobierno, una gran estrategia contrainsurgente contra radicales islamistas en una zona que abarca desde el Magreb a Pakistán, incluyendo Yemen, refugio recientemente preferido por los terroristas, y zonas distantes en África como Somalia y Kenia.
Muestra del debate que este nuevo tipo de ofensiva contra los terroristas está generando es el reportaje publicado ayer por el diario estadounidense The New York Times, en el que se describía la nueva "guerra sigilosa" o "en la sombra" a partir de los testimonios de diversos funcionarios y líderes políticos consultados de forma anónima.
Aunque no ha habido un reconocimiento público de esta nueva estrategia, el principal asesor del presidente en materia antiterrorista, John Brennan, dio algunos indicios de ese cambio el pasado mes de mayo, en un discurso en el que afirmó que Washington deberá usar "más un bisturí que un martillo" para luchar contra esos insurgentes.
"Para privar a Al Qaeda y a sus afiliados de un refugio seguro, vamos a llevar la lucha contra Al Qaeda y contra esos afiliados radicales adonde quiera que conspiren y se entrenen", dijo. "Sea en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia o más allá. No solo estamos propinando duros golpes a los dirigentes de Al Qaeda y sus afiliados. Estamos ayudando a esos Gobiernos a conseguir la capacidad de garantizar la seguridad a sus ciudadanos; para que nos ayuden a erradicar el cáncer de Al Qaeda, que se ha manifestado dentro de sus fronteras, y para ayudarles a evitar que vuelva".
La nueva guerra contra Al Qaeda no se está librando con batallas tradicionales, sino utilizando nuevas y sofisticadas técnicas que no implican un combate cuerpo a cuerpo en el sentido habitual. Se trata de operaciones de espionaje, en unas ocasiones acometidas en secreto por comandos del Pentágono y en otras asumidas por empresas de seguridad subcontratadas por la CIA; de labores de entrenamiento de cuerpos de seguridad locales para que acosen por sí mismos a los terroristas; y de ataques con misiles lanzados desde avionetas no tripuladas.
El pasado 17 de diciembre, un misil aniquiló a 55 personas -49 de ellas civiles- en la localidad rural de Al Maajala, al sur de Yemen. El Gobierno de aquel país dijo ser el responsable del ataque, dirigido contra una base de Al Qaeda y en el que se usaron bombas fragmentarias o de racimo. Pero una investigación de Amnistía Internacional reveló en junio que en realidad el misil, un Tomahawk fabricado en Estados Unidos, había sido lanzado desde un navío del Pentágono. Desde entonces ha habido al menos otros dos ataques similares.
Yemen se ha convertido en el centro de atención del Pentágono y del espionaje estadounidense, sobre todo por la creciente presencia de operativos de Al Qaeda en aquel país y por el hecho de que el fallido intento de explotar una bomba en un avión sobre Detroit, el pasado mes de diciembre, fue ideado por los líderes terroristas que se refugian allí.
Estos han querido ver en la nueva estrategia de Obama una declaración de guerra indirecta. El pasado 20 de julio, Anwar al Awlaki, un clérigo nacido en EE UU y huido a Yemen, considerado uno de los líderes ideológicos del islamismo más radical y supuesto instigador del intento de atentado de diciembre, advirtió de que "Obama ya ha comenzado una guerra con los ataques aéreos". "Si a George W. Bush se le recuerda por ser el presidente que dejó a EE UU atrapado en Afganistán e Irak, Obama se está buscando ser el presidente recordado por dejar a EE UU atrapado en Yemen", dijo en un vídeo publicado en Internet.
El cambio de estrategia, coherente con diversos discursos de Obama y de varios miembros de la cúpula militar de EE UU, en los que estos han asegurado que la guerra contra Al Qaeda requiere un enfoque más centrado en la contrainsurgencia, ha alterado también las responsabilidades tanto del Pentágono como de la CIA.
Esta última acomete cada vez más operaciones de tipo paramilitar, como los ataques con misiles desde avionetas controladas de forma remota que son habituales en Pakistán. El Departamento de Defensa, a su vez, se inmiscuye más en operaciones de espionaje y en misiones secretas -con nombres como Peón dispuesto o Pica azul, según ha revelado el The New York Times- de tipo contrainsurgente, de las que no ha notificado al Congreso.
Después del escándalo de la financiación de los rebeldes de extrema derecha en Nicaragua con dinero obtenido por la venta de armas a Irán, en los años ochenta, las operaciones especiales encubiertas de la CIA se convirtieron en un recurso extremadamente impopular en Washington. Deben ser, primero, aprobadas por el propio presidente, y, segundo, se debe informar de ellas, secretamente, a los comités de inteligencia de ambas cámaras del Congreso federal. Esas dos normas no rigen sobre las operaciones especiales secretas del Pentágono, que en ese campo opera con mayor libertad.
A pesar de una importante reducción del gasto y de personal subcontratado anunciada por el secretario de Defensa, Robert Gates, la semana pasada, la nueva Administración estadounidense depende en gran medida y cada vez más de empresas de seguridad privada para acometer una buena parte de sus operaciones especiales en países como Yemen, Somalia o Pakistán.
Fue el Gobierno del anterior presidente, George W. Bush, el que incrementó considerablemente el gasto en contratistas privados para operaciones militares y de inteligencia. Según documentos internos de Defensa, unos 766.000 contratistas trabajan en este momento para el Pentágono, generando un gasto de 118.000 millones de euros.
No hay estimaciones públicas sobre el número de contratistas que emplea la CIA. El diario Washington Post aseguraba recientemente que, según sus propios cálculos, podrían ser unos 284.000 los que trabajan para las distintas agencias del Gobierno.
El reportaje del The New York Times publicado ayer tildaba la nueva estrategia asumida por Obama de nueva guerra fría, en referencia a un conflicto en el que EE UU acometía operaciones encubiertas contra el entorno de la Unión Soviética y luchaba a la vez guerras subsidiarias con países satélite de Moscú, como Vietnam.
Acosado de igual modo por dos guerras costosas e impopulares y por la expansión incontrolada de grupos afiliados a Al Qaeda en el mundo musulmán, el presidente Barack Obama ha lanzado de forma callada, durante su primer año y medio de Gobierno, una gran estrategia contrainsurgente contra radicales islamistas en una zona que abarca desde el Magreb a Pakistán, incluyendo Yemen, refugio recientemente preferido por los terroristas, y zonas distantes en África como Somalia y Kenia.
Muestra del debate que este nuevo tipo de ofensiva contra los terroristas está generando es el reportaje publicado ayer por el diario estadounidense The New York Times, en el que se describía la nueva "guerra sigilosa" o "en la sombra" a partir de los testimonios de diversos funcionarios y líderes políticos consultados de forma anónima.
Aunque no ha habido un reconocimiento público de esta nueva estrategia, el principal asesor del presidente en materia antiterrorista, John Brennan, dio algunos indicios de ese cambio el pasado mes de mayo, en un discurso en el que afirmó que Washington deberá usar "más un bisturí que un martillo" para luchar contra esos insurgentes.
"Para privar a Al Qaeda y a sus afiliados de un refugio seguro, vamos a llevar la lucha contra Al Qaeda y contra esos afiliados radicales adonde quiera que conspiren y se entrenen", dijo. "Sea en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia o más allá. No solo estamos propinando duros golpes a los dirigentes de Al Qaeda y sus afiliados. Estamos ayudando a esos Gobiernos a conseguir la capacidad de garantizar la seguridad a sus ciudadanos; para que nos ayuden a erradicar el cáncer de Al Qaeda, que se ha manifestado dentro de sus fronteras, y para ayudarles a evitar que vuelva".
La nueva guerra contra Al Qaeda no se está librando con batallas tradicionales, sino utilizando nuevas y sofisticadas técnicas que no implican un combate cuerpo a cuerpo en el sentido habitual. Se trata de operaciones de espionaje, en unas ocasiones acometidas en secreto por comandos del Pentágono y en otras asumidas por empresas de seguridad subcontratadas por la CIA; de labores de entrenamiento de cuerpos de seguridad locales para que acosen por sí mismos a los terroristas; y de ataques con misiles lanzados desde avionetas no tripuladas.
El pasado 17 de diciembre, un misil aniquiló a 55 personas -49 de ellas civiles- en la localidad rural de Al Maajala, al sur de Yemen. El Gobierno de aquel país dijo ser el responsable del ataque, dirigido contra una base de Al Qaeda y en el que se usaron bombas fragmentarias o de racimo. Pero una investigación de Amnistía Internacional reveló en junio que en realidad el misil, un Tomahawk fabricado en Estados Unidos, había sido lanzado desde un navío del Pentágono. Desde entonces ha habido al menos otros dos ataques similares.
Yemen se ha convertido en el centro de atención del Pentágono y del espionaje estadounidense, sobre todo por la creciente presencia de operativos de Al Qaeda en aquel país y por el hecho de que el fallido intento de explotar una bomba en un avión sobre Detroit, el pasado mes de diciembre, fue ideado por los líderes terroristas que se refugian allí.
Estos han querido ver en la nueva estrategia de Obama una declaración de guerra indirecta. El pasado 20 de julio, Anwar al Awlaki, un clérigo nacido en EE UU y huido a Yemen, considerado uno de los líderes ideológicos del islamismo más radical y supuesto instigador del intento de atentado de diciembre, advirtió de que "Obama ya ha comenzado una guerra con los ataques aéreos". "Si a George W. Bush se le recuerda por ser el presidente que dejó a EE UU atrapado en Afganistán e Irak, Obama se está buscando ser el presidente recordado por dejar a EE UU atrapado en Yemen", dijo en un vídeo publicado en Internet.
El cambio de estrategia, coherente con diversos discursos de Obama y de varios miembros de la cúpula militar de EE UU, en los que estos han asegurado que la guerra contra Al Qaeda requiere un enfoque más centrado en la contrainsurgencia, ha alterado también las responsabilidades tanto del Pentágono como de la CIA.
Esta última acomete cada vez más operaciones de tipo paramilitar, como los ataques con misiles desde avionetas controladas de forma remota que son habituales en Pakistán. El Departamento de Defensa, a su vez, se inmiscuye más en operaciones de espionaje y en misiones secretas -con nombres como Peón dispuesto o Pica azul, según ha revelado el The New York Times- de tipo contrainsurgente, de las que no ha notificado al Congreso.
Después del escándalo de la financiación de los rebeldes de extrema derecha en Nicaragua con dinero obtenido por la venta de armas a Irán, en los años ochenta, las operaciones especiales encubiertas de la CIA se convirtieron en un recurso extremadamente impopular en Washington. Deben ser, primero, aprobadas por el propio presidente, y, segundo, se debe informar de ellas, secretamente, a los comités de inteligencia de ambas cámaras del Congreso federal. Esas dos normas no rigen sobre las operaciones especiales secretas del Pentágono, que en ese campo opera con mayor libertad.
A pesar de una importante reducción del gasto y de personal subcontratado anunciada por el secretario de Defensa, Robert Gates, la semana pasada, la nueva Administración estadounidense depende en gran medida y cada vez más de empresas de seguridad privada para acometer una buena parte de sus operaciones especiales en países como Yemen, Somalia o Pakistán.
Fue el Gobierno del anterior presidente, George W. Bush, el que incrementó considerablemente el gasto en contratistas privados para operaciones militares y de inteligencia. Según documentos internos de Defensa, unos 766.000 contratistas trabajan en este momento para el Pentágono, generando un gasto de 118.000 millones de euros.
No hay estimaciones públicas sobre el número de contratistas que emplea la CIA. El diario Washington Post aseguraba recientemente que, según sus propios cálculos, podrían ser unos 284.000 los que trabajan para las distintas agencias del Gobierno.
El reportaje del The New York Times publicado ayer tildaba la nueva estrategia asumida por Obama de nueva guerra fría, en referencia a un conflicto en el que EE UU acometía operaciones encubiertas contra el entorno de la Unión Soviética y luchaba a la vez guerras subsidiarias con países satélite de Moscú, como Vietnam.