Irak se enfrenta al vacío de poder
Juan Miguel Muñiz, El País
Irak es un país sumido en el caos político seis meses después de las elecciones generales del 7 de marzo. Sus líderes políticos, abrazados a la corrupción y al sectarismo religioso o étnico, son incapaces de pactar la formación de un Gobierno, a pesar de la tremenda presión de Estados Unidos. Solo el Ejército y la policía son omnipresentes, pero la exagerada incompetencia de una Administración fantasma, tras el desmantelamiento del régimen de Sadam Husein en 2003 y de que sus funcionarios emigraran a los países árabes vecinos, han abocado a los más de 30 millones de iraquíes a la desesperación. Los insurgentes -los grupos afines a Al Qaeda- aguardan su momento precisamente cuando hoy concluyen formalmente las operaciones de combate de los 50.000 soldados estadounidenses que permanecen en el país.
El primer ministro será un político chií. No hay ninguna otra certeza política en Irak. En estado de máxima alerta por el temor a la enésima oleada de ataques de la insurgencia, el jefe del Gobierno en funciones, Nuri al Maliki, se esfuerza denodadamente por aferrarse al cargo. Lo tiene muy complicado, aunque más difícil resulta para otros aspirantes. En especial para Iyad Alaui, cuyo partido, Iraquiya, resultó vencedor en los comicios con 91 de los 325 diputados de la Cámara. El partido de Al Maliki logró 89, pero afronta obstáculos de envergadura para convencer a quienes fueron sus socios en las urnas en 2005: el Consejo Supremo Islámico Iraquí, obediente a Teherán, y la Corriente Sadrista, el grupo encabezado por el clérigo radical Múqtada al Sáder, quien no perdona los ataques del Ejército iraquí contra sus milicianos en 2008 y considera que Al Maliki es un agente de Washington.
Las leyes en Irak son violadas flagrantemente. Los plazos fijados por la Constitución para formar el Ejecutivo vencieron hace ya tres meses y las negociaciones discurren en el máximo secretismo en un país en el que los partidos apenas plantean programas económicos o sociales, en el que priman los intereses personales o confesionales, en el que las alianzas políticas se hacen y deshacen con sorprendente frecuencia, en el que los cargos políticos se heredan en algunos partidos religiosos, y en el que los suníes, baluarte del régimen de Sadam Husein, se incorporan al sistema político a trancas y barrancas porque carecen de cauces de representación apropiados. El proceso de desbaazificación -el veto a participar en la vida pública a los ex miembros del partido de Sadam- ha sido utilizado por Al Maliki para purgar a posibles rivales políticos. A 511 candidatos sospechosos de esa afiliación se les prohibió concurrir a los comicios de marzo.
"Al Maliki", asegura Said al Azaui, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Bagdad, "ha hecho promesas a prominentes miembros del partido del laico Iyad Alaui, pero siempre que el propio líder de esta lista sea excluido". Casi imposible lo tiene el laico Alaui porque Irán, cuya influencia es creciente en los asuntos internos iraquíes, le considera su "bestia negra", en palabras de un diplomático occidental. Al Maliki también negocia con los kurdos concesiones sobre las fuerzas de seguridad (peshmergas) de esa región que camina a su aire. También sobre Kirkuk, una ciudad codiciada por los kurdos que fue sometida por Sadam a un proceso de arabización mediante traslados forzosos de población que ahora los kurdos tratan de revertir. El lugar, además, se asienta sobre inmensos yacimientos de petróleo. Es un asunto crucial, siempre latente, para un país cuya integridad está en riesgo a medio plazo. Con todo, es improbable que los partidos kurdos, que cuentan con 57 escaños, no se incorporen al Gobierno.
"Nos trajeron una democracia sin piernas que no puede caminar. Nuestro país, nuestra religión y nuestro pueblo son materiales para comerciar. Todos se dedican a ello. Desde el presidente hasta el último de los funcionarios. También el Parlamento, que es una granja de animales que sigue a Irán y que están bajo su dominio. Ni siquiera tienen educación. Conozco a 25 diputados que no terminaron los estudios primarios", comenta Abu Samir, un candidato independiente y liberal deseoso de abandonar el país y que prefiere esconder su verdadera identidad. "Tenemos", dice, "una clase política miserable que llega a acuerdos para repartirse el dinero del petróleo. Nadie piensa en el progreso del país, pero mucho en las transferencias a bancos extranjeros".
Es una imprudencia aventurar cuándo se formará el Gobierno. Según la Constitución, ya se deberían haber convocado nuevos comicios. Pero a nadie le extraña el incumplimiento de esos plazos, un fenómeno que se ha repetido en Oriente Próximo. En los territorios palestinos, el mandato del presidente, Mahmud Abbas, expiró en enero, y las legislativas tendrían que haberse celebrado también a comienzos de año. Líbano funcionó sin presidente durante 18 meses desde finales de 2007.
El Estado en Irak está por construir, pero la actitud de los dirigentes políticos, que mantienen congeladas leyes -como la del Petróleo- durante meses o años en el Parlamento, en nada favorece ese cometido. El miedo, pánico para la mayoría de iraquíes desvalidos, a un rebrote de violencia entre suníes y chiíes similar al que estalló en 2006 es patente. La organización de las fuerzas de seguridad en torno a las diferentes sectas y el hecho de que la mayoría de los líderes políticos hayan creado recientemente su propia milicia, si no disponían ya de ella, no augura un futuro halagüeño, cuando menos a corto plazo.
Irak es un país sumido en el caos político seis meses después de las elecciones generales del 7 de marzo. Sus líderes políticos, abrazados a la corrupción y al sectarismo religioso o étnico, son incapaces de pactar la formación de un Gobierno, a pesar de la tremenda presión de Estados Unidos. Solo el Ejército y la policía son omnipresentes, pero la exagerada incompetencia de una Administración fantasma, tras el desmantelamiento del régimen de Sadam Husein en 2003 y de que sus funcionarios emigraran a los países árabes vecinos, han abocado a los más de 30 millones de iraquíes a la desesperación. Los insurgentes -los grupos afines a Al Qaeda- aguardan su momento precisamente cuando hoy concluyen formalmente las operaciones de combate de los 50.000 soldados estadounidenses que permanecen en el país.
El primer ministro será un político chií. No hay ninguna otra certeza política en Irak. En estado de máxima alerta por el temor a la enésima oleada de ataques de la insurgencia, el jefe del Gobierno en funciones, Nuri al Maliki, se esfuerza denodadamente por aferrarse al cargo. Lo tiene muy complicado, aunque más difícil resulta para otros aspirantes. En especial para Iyad Alaui, cuyo partido, Iraquiya, resultó vencedor en los comicios con 91 de los 325 diputados de la Cámara. El partido de Al Maliki logró 89, pero afronta obstáculos de envergadura para convencer a quienes fueron sus socios en las urnas en 2005: el Consejo Supremo Islámico Iraquí, obediente a Teherán, y la Corriente Sadrista, el grupo encabezado por el clérigo radical Múqtada al Sáder, quien no perdona los ataques del Ejército iraquí contra sus milicianos en 2008 y considera que Al Maliki es un agente de Washington.
Las leyes en Irak son violadas flagrantemente. Los plazos fijados por la Constitución para formar el Ejecutivo vencieron hace ya tres meses y las negociaciones discurren en el máximo secretismo en un país en el que los partidos apenas plantean programas económicos o sociales, en el que priman los intereses personales o confesionales, en el que las alianzas políticas se hacen y deshacen con sorprendente frecuencia, en el que los cargos políticos se heredan en algunos partidos religiosos, y en el que los suníes, baluarte del régimen de Sadam Husein, se incorporan al sistema político a trancas y barrancas porque carecen de cauces de representación apropiados. El proceso de desbaazificación -el veto a participar en la vida pública a los ex miembros del partido de Sadam- ha sido utilizado por Al Maliki para purgar a posibles rivales políticos. A 511 candidatos sospechosos de esa afiliación se les prohibió concurrir a los comicios de marzo.
"Al Maliki", asegura Said al Azaui, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Bagdad, "ha hecho promesas a prominentes miembros del partido del laico Iyad Alaui, pero siempre que el propio líder de esta lista sea excluido". Casi imposible lo tiene el laico Alaui porque Irán, cuya influencia es creciente en los asuntos internos iraquíes, le considera su "bestia negra", en palabras de un diplomático occidental. Al Maliki también negocia con los kurdos concesiones sobre las fuerzas de seguridad (peshmergas) de esa región que camina a su aire. También sobre Kirkuk, una ciudad codiciada por los kurdos que fue sometida por Sadam a un proceso de arabización mediante traslados forzosos de población que ahora los kurdos tratan de revertir. El lugar, además, se asienta sobre inmensos yacimientos de petróleo. Es un asunto crucial, siempre latente, para un país cuya integridad está en riesgo a medio plazo. Con todo, es improbable que los partidos kurdos, que cuentan con 57 escaños, no se incorporen al Gobierno.
"Nos trajeron una democracia sin piernas que no puede caminar. Nuestro país, nuestra religión y nuestro pueblo son materiales para comerciar. Todos se dedican a ello. Desde el presidente hasta el último de los funcionarios. También el Parlamento, que es una granja de animales que sigue a Irán y que están bajo su dominio. Ni siquiera tienen educación. Conozco a 25 diputados que no terminaron los estudios primarios", comenta Abu Samir, un candidato independiente y liberal deseoso de abandonar el país y que prefiere esconder su verdadera identidad. "Tenemos", dice, "una clase política miserable que llega a acuerdos para repartirse el dinero del petróleo. Nadie piensa en el progreso del país, pero mucho en las transferencias a bancos extranjeros".
Es una imprudencia aventurar cuándo se formará el Gobierno. Según la Constitución, ya se deberían haber convocado nuevos comicios. Pero a nadie le extraña el incumplimiento de esos plazos, un fenómeno que se ha repetido en Oriente Próximo. En los territorios palestinos, el mandato del presidente, Mahmud Abbas, expiró en enero, y las legislativas tendrían que haberse celebrado también a comienzos de año. Líbano funcionó sin presidente durante 18 meses desde finales de 2007.
El Estado en Irak está por construir, pero la actitud de los dirigentes políticos, que mantienen congeladas leyes -como la del Petróleo- durante meses o años en el Parlamento, en nada favorece ese cometido. El miedo, pánico para la mayoría de iraquíes desvalidos, a un rebrote de violencia entre suníes y chiíes similar al que estalló en 2006 es patente. La organización de las fuerzas de seguridad en torno a las diferentes sectas y el hecho de que la mayoría de los líderes políticos hayan creado recientemente su propia milicia, si no disponían ya de ella, no augura un futuro halagüeño, cuando menos a corto plazo.