El Tsahal, en sus horas más bajas
Enric González, Jerusalén, El País
El Ejército, conocido como Fuerzas de Defensa Israelí o como Tsahal en el acrónimo hebreo, es la institución más respetada de Israel. Pero está teniendo un muy mal verano. Tras el asalto a la flotilla de Gaza, en el que los propios jefes militares reconocen graves errores, han aflorado informaciones que reflejan una seria degradación interna: generales que conspiran unos contra otros, oficiales que roban ordenadores a los activistas de la flotilla, soldados que se fotografían junto a detenidos palestinos como si fueran trofeos de caza. "El Ejército más moral del mundo", como se autodefine, atraviesa horas bajas.
Lo que más inquieta en Israel es el comportamiento de los generales. Como ejemplo, la frase destacada con que el Jerusalem Post, un diario nada sospechoso de izquierdismo o pacifismo, abría el viernes sus páginas de opinión: "Una nación preocupada observa cómo el nivel más alto de sus fuerzas de seguridad se hunde en un sórdido embrollo de mentiras, traiciones y sospechas". La frase se refería al llamado caso Galant. Un caso que pone en entredicho la operatividad del Ejército y podría explicar, al menos en parte, por qué el abordaje al Mavi Mármara acabó en tragedia.
El caso estalló hace dos semanas, cuando el Canal 2 de televisión difundió la existencia de un documento, según el cual, el general Yoav Galant, jefe de la Región Sur (que incluye Gaza), había contratado los servicios de una agencia de relaciones públicas para difamar a otros generales con los que rivalizaba en la pugna por el puesto de jefe del Estado Mayor, el máximo cargo militar.
Ya se sabía que el general Gabi Ashkenazi, actual ocupante del cargo, no se hablaba con el ministro de Defensa, Ehud Barak, porque este se había negado a concederle un quinto año en el puesto. Pero luego se descubrió que Ashkenazi había recibido el documento en abril y, convencido de que los otros máximos generales habían conspirado para apartarle prematuramente de la jefatura, cortó la comunicación con ellos. Todos, a su vez, detestaban al general Galant. Cuando se organizó el asalto a la flotilla, la cúpula militar vivía fortísimas tensiones internas. Nadie hablaba con nadie, excepto en breves reuniones oficiales.
Tras la revelación del Canal 2, la policía sometió a investigación al Estado Mayor. Eso resultaba insólito. Sin embargo, siguieron las sorpresas: la policía concluyó que el documento era falso, y había sido elaborado y filtrado por alguien que quería desprestigiar al general Galant para impedir que alcanzara la jefatura. El foco de la sospecha se desplazó desde el general Galant hacia los otros aspirantes al cargo. La tensión se hizo tan insoportable que la Fiscalía General hizo otra cosa insólita: el miércoles anunció que no tenía aún un culpable, pero que consideraba inocentes a todos los máximos generales. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, emitió a su vez una nota en la que exigía a los generales que dejaran de pelearse y cooperaran entre sí.
Mientras sucedía todo esto, la soldado en la reserva Eden Abergil, de 21 años, colgaba en Facebook una serie de fotos en las que aparecía, feliz, junto a palestinos maniatados y con los ojos vendados. En gran parte del mundo se creó un escándalo, e incluso hubo quien comparó esas fotos con las de la soldado estadounidense Lynndie England en la cárcel de Abu Ghraib. La comparación con lo sucedido en la prisión iraquí era un disparate. La soldado Abergil no torturaba a nadie ni cometía delito alguno. Simplemente reflejaba una situación perfectamente conocida, que muchos en Israel prefieren ignorar: más de 40 años de ocupación militar de Cisjordania, una larga serie de atentados terroristas palestinos y el uso de soldados para tareas policiales que no saben desempeñar han creado una situación malsana.
Muchos soldados israelíes, quizá la mayoría, miran al palestino como un ser inferior, potencialmente peligroso, y no sienten respeto alguno por su dignidad. El estupor de la soldado Abergil por la repercusión de sus fotos es lo más revelador del asunto. En ningún momento se le ocurrió pensar en si las fotos le parecerían tan inocuas de ser un ciudadano israelí, ella misma por ejemplo, el personaje maniatado y con vendas en los ojos, y un ciudadano palestino el protagonista sonriente.
Curiosamente, la detención de un oficial y seis soldados (dos de ellos liberados poco después) por el robo de al menos seis ordenadores a personas que viajaban a bordo de la flotilla de Gaza apenas ha tenido impacto en la opinión pública israelí. Pese al enorme eco internacional del abordaje y su trágico resultado, con nueve ciudadanos turcos muertos y decenas de activistas y soldados heridos, el oficial no tuvo reparo, según el fiscal militar, en quedarse con los ordenadores y venderlos a otros soldados por un precio que rondaba los 1.200 shekels (algo menos de 250 euros). El código ético del que se enorgullece el Ejército israelí prohíbe tajantemente el pillaje.
Un portavoz militar calificó de "deplorables" tanto las fotos de la soldado Abergil como el presunto robo a los activistas, pero subrayó que en el Ejército israelí se perseguían tales prácticas y se preguntó si en los Ejércitos de muchos otros países, especialmente en los Estados de Oriente Próximo, se habría detenido a soldados de élite por apropiarse de objetos tras una situación de combate.
El Ejército, conocido como Fuerzas de Defensa Israelí o como Tsahal en el acrónimo hebreo, es la institución más respetada de Israel. Pero está teniendo un muy mal verano. Tras el asalto a la flotilla de Gaza, en el que los propios jefes militares reconocen graves errores, han aflorado informaciones que reflejan una seria degradación interna: generales que conspiran unos contra otros, oficiales que roban ordenadores a los activistas de la flotilla, soldados que se fotografían junto a detenidos palestinos como si fueran trofeos de caza. "El Ejército más moral del mundo", como se autodefine, atraviesa horas bajas.
Lo que más inquieta en Israel es el comportamiento de los generales. Como ejemplo, la frase destacada con que el Jerusalem Post, un diario nada sospechoso de izquierdismo o pacifismo, abría el viernes sus páginas de opinión: "Una nación preocupada observa cómo el nivel más alto de sus fuerzas de seguridad se hunde en un sórdido embrollo de mentiras, traiciones y sospechas". La frase se refería al llamado caso Galant. Un caso que pone en entredicho la operatividad del Ejército y podría explicar, al menos en parte, por qué el abordaje al Mavi Mármara acabó en tragedia.
El caso estalló hace dos semanas, cuando el Canal 2 de televisión difundió la existencia de un documento, según el cual, el general Yoav Galant, jefe de la Región Sur (que incluye Gaza), había contratado los servicios de una agencia de relaciones públicas para difamar a otros generales con los que rivalizaba en la pugna por el puesto de jefe del Estado Mayor, el máximo cargo militar.
Ya se sabía que el general Gabi Ashkenazi, actual ocupante del cargo, no se hablaba con el ministro de Defensa, Ehud Barak, porque este se había negado a concederle un quinto año en el puesto. Pero luego se descubrió que Ashkenazi había recibido el documento en abril y, convencido de que los otros máximos generales habían conspirado para apartarle prematuramente de la jefatura, cortó la comunicación con ellos. Todos, a su vez, detestaban al general Galant. Cuando se organizó el asalto a la flotilla, la cúpula militar vivía fortísimas tensiones internas. Nadie hablaba con nadie, excepto en breves reuniones oficiales.
Tras la revelación del Canal 2, la policía sometió a investigación al Estado Mayor. Eso resultaba insólito. Sin embargo, siguieron las sorpresas: la policía concluyó que el documento era falso, y había sido elaborado y filtrado por alguien que quería desprestigiar al general Galant para impedir que alcanzara la jefatura. El foco de la sospecha se desplazó desde el general Galant hacia los otros aspirantes al cargo. La tensión se hizo tan insoportable que la Fiscalía General hizo otra cosa insólita: el miércoles anunció que no tenía aún un culpable, pero que consideraba inocentes a todos los máximos generales. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, emitió a su vez una nota en la que exigía a los generales que dejaran de pelearse y cooperaran entre sí.
Mientras sucedía todo esto, la soldado en la reserva Eden Abergil, de 21 años, colgaba en Facebook una serie de fotos en las que aparecía, feliz, junto a palestinos maniatados y con los ojos vendados. En gran parte del mundo se creó un escándalo, e incluso hubo quien comparó esas fotos con las de la soldado estadounidense Lynndie England en la cárcel de Abu Ghraib. La comparación con lo sucedido en la prisión iraquí era un disparate. La soldado Abergil no torturaba a nadie ni cometía delito alguno. Simplemente reflejaba una situación perfectamente conocida, que muchos en Israel prefieren ignorar: más de 40 años de ocupación militar de Cisjordania, una larga serie de atentados terroristas palestinos y el uso de soldados para tareas policiales que no saben desempeñar han creado una situación malsana.
Muchos soldados israelíes, quizá la mayoría, miran al palestino como un ser inferior, potencialmente peligroso, y no sienten respeto alguno por su dignidad. El estupor de la soldado Abergil por la repercusión de sus fotos es lo más revelador del asunto. En ningún momento se le ocurrió pensar en si las fotos le parecerían tan inocuas de ser un ciudadano israelí, ella misma por ejemplo, el personaje maniatado y con vendas en los ojos, y un ciudadano palestino el protagonista sonriente.
Curiosamente, la detención de un oficial y seis soldados (dos de ellos liberados poco después) por el robo de al menos seis ordenadores a personas que viajaban a bordo de la flotilla de Gaza apenas ha tenido impacto en la opinión pública israelí. Pese al enorme eco internacional del abordaje y su trágico resultado, con nueve ciudadanos turcos muertos y decenas de activistas y soldados heridos, el oficial no tuvo reparo, según el fiscal militar, en quedarse con los ordenadores y venderlos a otros soldados por un precio que rondaba los 1.200 shekels (algo menos de 250 euros). El código ético del que se enorgullece el Ejército israelí prohíbe tajantemente el pillaje.
Un portavoz militar calificó de "deplorables" tanto las fotos de la soldado Abergil como el presunto robo a los activistas, pero subrayó que en el Ejército israelí se perseguían tales prácticas y se preguntó si en los Ejércitos de muchos otros países, especialmente en los Estados de Oriente Próximo, se habría detenido a soldados de élite por apropiarse de objetos tras una situación de combate.