Paul Krugman: "Alemania juega un papel destructivo"
ALICIA GONZÁLEZ, El País
Cuando Paul Krugman (Nueva York, 1953) recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias, en octubre de 2004, ya advirtió que Estados Unidos estaba viviendo en los años veinte del siglo pasado, esos años que acabaron de bruces en la Gran Depresión y que ahora planean cual espada de Damocles sobre la economía global. Si el premio Nobel de Economía de 2008 mantiene la misma capacidad de predicción, no cabe esperar buenos tiempos para la eurozona. "No me sorprendería ver a uno o dos países forzados a salir del euro". Y pone nombres. "Creo que hay una posibilidad plausible de que Grecia se vea obligada a salir [del euro] y ese contagio provocaría serios problemas en todos los demás, especialmente en Portugal, y luego posiblemente España e Irlanda se verían atrapadas" en ese lío. Pese a todo, "no veo que Europa se colapse", admitió, "y estaría realmente sorprendido si Francia, Alemania o los países del Benelux no se aferrasen a la moneda única en el futuro más inmediato".
El alcance de los problemas europeos preocupa más allá de las fronteras del euro y centró, sin dudas, la conversación que Krugman mantuvo esta semana con periodistas de varios medios de comunicación de todo el mundo, aquellos con derechos para publicar sus tribunas de opinión. Sin embargo, no fue el tema que discutió con mayor ardor.
El premio Nobel y profesor de Princeton mantiene en las últimas semanas un duro enfrentamiento intelectual y dialéctico contra quienes defienden que ha llegado la hora de imponer la austeridad a las cuentas públicas después de los estímulos masivos que se han aprobado estos años para combatir la recesión. Ese era, en esencia, el mensaje que trasladó el G-20 en su última reunión en Toronto, aunque con distintas velocidades según los países, y Krugman no oculta su frustración. "Fue algo escandaloso, dado que el estado de la economía mundial se encuentra muy lejos de haberse recuperado". Y la receta, en su opinión, no es otra que más estímulos.
Sin embargo, él mismo reconoce que no es lo mismo que la nueva ronda de gasto público que él defiende -keynesianista hasta el final- los lleve adelante una gran economía como Estados Unidos o Europa en su conjunto, a que lo hagan economías de menor tamaño como Letonia, Irlanda o incluso España.
"La austeridad española tendría muchas más posibilidades de funcionar si Alemania no siguiera también una política de austeridad. Y todas las políticas tendrían más efectividad si el BCE adoptara con firmeza políticas expansionistas". Pero dado el juicio de los mercados, Krugman admite que "claramente España no está en una posición de llevar a cabo una política expansiva en solitario, pero eso podría funcionar si otros lo hicieran". Krugman demuestra seguir muy de cerca la actualidad económica del país y salpica su charla -menos fluida de lo que él quisiera ante los efectos de un imprevisible catarro veraniego- de multitud de ejemplos sobre la situación de la economía española.
Menos comprensivo se muestra con la situación de Alemania que, en su opinión, "está adoptando una posición que no solo no es buena para Alemania sino que es realmente mala para Europa". Es más, "Alemania está jugando un papel realmente destructivo. Está empujándose a sí misma y al resto de Europa por la vía de la autodestrucción", sentencia. Todo porque "parte del problema de la zona euro es que hay muchas vías de contagio, de forma que la austeridad de un país llevan a la depresión a los demás países" y "la austeridad puede parecer bien para un país porque reduce su deuda, pero no tiene en cuenta el coste que impone a sus vecinos con una política restrictiva".
Tampoco tiene un juicio benévolo para la autoridad monetaria europea. De hecho, compara las apelaciones a la necesidad de ajuste fiscal del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, con las que hizo el presidente estadounidense Herbert Hoover en 1932, que no hicieron otra cosa que agravar la recesión, "y eso es bastante deprimente". "Hay una vieja broma que dice que el euro es un complot de los italianos para tener por fin banqueros centrales alemanes y algo de eso hay", bromea.
En el fondo, el problema de la eurozona, asegura, "no es solo una crisis de deuda" y el mejor ejemplo, en su opinión, es España, "que tenía un presupuesto equilibrado y una deuda a la baja respecto al PIB hasta que la crisis financiera le golpeó". Se trata de los problemas que conlleva una unión monetaria "que, en cierta forma, nunca cumplía los criterios para compartir una moneda única". "Los problemas que nos aseguraron que no serían tan severos han resultado ser más severos de lo que incluso los más pesimistas imaginaron nunca", apunta.
¿Qué hacer, pues, para que funcione? Paul Krugman defiende una mayor integración fiscal, aunque reconoce que algunos planteamientos "no formarán parte de la agenda ni en los próximos 10 años ni en las generaciones venideras". "La situación sería menos severa si, por ejemplo, las pensiones españolas estuvieran cubiertas por una especie de seguridad social [a nivel federal], como en Estados Unidos". Un objetivo que él mismo admite como irreal, aunque sí defiende avances en esa dirección. A ello habría que añadir una política económica más expansiva y una mayor permisividad con la inflación por parte del BCE. "Una eurozona con una tasa de inflación del 3% o del 4% tendría mucho más fácil hacer los ajustes que con una tasa del 1% o del 2%" y es precisamente, en su opinión, la falta de integración de la zona euro lo que da mayores argumentos para que el BCE fije el objetivo de precios por encima del de la Reserva Federal de EE UU, actualmente en el 2%.
Lo que no aparece, al menos en sus previsiones hoy por hoy, es que, con austeridad o sin ella, la economía mundial vuelva a entrar en recesión. "Es difícil ver cómo va a acabar este periodo de débil demanda a nivel mundial; puede llevar un tiempo antes de que termine", admite. "Una vuelta a la recesión propiamente dicha no lo veo, pero un entorno de desaceleración del crecimiento que impida que se cree empleo probablemente sí, y eso es lo que me asusta".
Si algo ha puesto también en evidencia esta crisis, afirma Krugman, es que la posibilidad de que el euro fuera la moneda de reserva mundial alternativa al dólar se ha desvanecido de facto. "El mercado de bonos europeo es profundo y amplio en tanto en cuanto los bonos denominados en euros sean considerados iguales. Una vez que estás en una situación en la que el mercado establece marcadas diferencias entre los bonos franceses, los alemanes y ni qué decir de los bonos españoles y los griegos ya no hablamos de un mercado único sino de mercados nacionales individuales que ni de lejos tienen la magnitud del mercado estadounidense, lo que significa que el papel especial del dólar como moneda de reserva se ha ampliado", advierte.
Cuando Paul Krugman (Nueva York, 1953) recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias, en octubre de 2004, ya advirtió que Estados Unidos estaba viviendo en los años veinte del siglo pasado, esos años que acabaron de bruces en la Gran Depresión y que ahora planean cual espada de Damocles sobre la economía global. Si el premio Nobel de Economía de 2008 mantiene la misma capacidad de predicción, no cabe esperar buenos tiempos para la eurozona. "No me sorprendería ver a uno o dos países forzados a salir del euro". Y pone nombres. "Creo que hay una posibilidad plausible de que Grecia se vea obligada a salir [del euro] y ese contagio provocaría serios problemas en todos los demás, especialmente en Portugal, y luego posiblemente España e Irlanda se verían atrapadas" en ese lío. Pese a todo, "no veo que Europa se colapse", admitió, "y estaría realmente sorprendido si Francia, Alemania o los países del Benelux no se aferrasen a la moneda única en el futuro más inmediato".
El alcance de los problemas europeos preocupa más allá de las fronteras del euro y centró, sin dudas, la conversación que Krugman mantuvo esta semana con periodistas de varios medios de comunicación de todo el mundo, aquellos con derechos para publicar sus tribunas de opinión. Sin embargo, no fue el tema que discutió con mayor ardor.
El premio Nobel y profesor de Princeton mantiene en las últimas semanas un duro enfrentamiento intelectual y dialéctico contra quienes defienden que ha llegado la hora de imponer la austeridad a las cuentas públicas después de los estímulos masivos que se han aprobado estos años para combatir la recesión. Ese era, en esencia, el mensaje que trasladó el G-20 en su última reunión en Toronto, aunque con distintas velocidades según los países, y Krugman no oculta su frustración. "Fue algo escandaloso, dado que el estado de la economía mundial se encuentra muy lejos de haberse recuperado". Y la receta, en su opinión, no es otra que más estímulos.
Sin embargo, él mismo reconoce que no es lo mismo que la nueva ronda de gasto público que él defiende -keynesianista hasta el final- los lleve adelante una gran economía como Estados Unidos o Europa en su conjunto, a que lo hagan economías de menor tamaño como Letonia, Irlanda o incluso España.
"La austeridad española tendría muchas más posibilidades de funcionar si Alemania no siguiera también una política de austeridad. Y todas las políticas tendrían más efectividad si el BCE adoptara con firmeza políticas expansionistas". Pero dado el juicio de los mercados, Krugman admite que "claramente España no está en una posición de llevar a cabo una política expansiva en solitario, pero eso podría funcionar si otros lo hicieran". Krugman demuestra seguir muy de cerca la actualidad económica del país y salpica su charla -menos fluida de lo que él quisiera ante los efectos de un imprevisible catarro veraniego- de multitud de ejemplos sobre la situación de la economía española.
Menos comprensivo se muestra con la situación de Alemania que, en su opinión, "está adoptando una posición que no solo no es buena para Alemania sino que es realmente mala para Europa". Es más, "Alemania está jugando un papel realmente destructivo. Está empujándose a sí misma y al resto de Europa por la vía de la autodestrucción", sentencia. Todo porque "parte del problema de la zona euro es que hay muchas vías de contagio, de forma que la austeridad de un país llevan a la depresión a los demás países" y "la austeridad puede parecer bien para un país porque reduce su deuda, pero no tiene en cuenta el coste que impone a sus vecinos con una política restrictiva".
Tampoco tiene un juicio benévolo para la autoridad monetaria europea. De hecho, compara las apelaciones a la necesidad de ajuste fiscal del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, con las que hizo el presidente estadounidense Herbert Hoover en 1932, que no hicieron otra cosa que agravar la recesión, "y eso es bastante deprimente". "Hay una vieja broma que dice que el euro es un complot de los italianos para tener por fin banqueros centrales alemanes y algo de eso hay", bromea.
En el fondo, el problema de la eurozona, asegura, "no es solo una crisis de deuda" y el mejor ejemplo, en su opinión, es España, "que tenía un presupuesto equilibrado y una deuda a la baja respecto al PIB hasta que la crisis financiera le golpeó". Se trata de los problemas que conlleva una unión monetaria "que, en cierta forma, nunca cumplía los criterios para compartir una moneda única". "Los problemas que nos aseguraron que no serían tan severos han resultado ser más severos de lo que incluso los más pesimistas imaginaron nunca", apunta.
¿Qué hacer, pues, para que funcione? Paul Krugman defiende una mayor integración fiscal, aunque reconoce que algunos planteamientos "no formarán parte de la agenda ni en los próximos 10 años ni en las generaciones venideras". "La situación sería menos severa si, por ejemplo, las pensiones españolas estuvieran cubiertas por una especie de seguridad social [a nivel federal], como en Estados Unidos". Un objetivo que él mismo admite como irreal, aunque sí defiende avances en esa dirección. A ello habría que añadir una política económica más expansiva y una mayor permisividad con la inflación por parte del BCE. "Una eurozona con una tasa de inflación del 3% o del 4% tendría mucho más fácil hacer los ajustes que con una tasa del 1% o del 2%" y es precisamente, en su opinión, la falta de integración de la zona euro lo que da mayores argumentos para que el BCE fije el objetivo de precios por encima del de la Reserva Federal de EE UU, actualmente en el 2%.
Lo que no aparece, al menos en sus previsiones hoy por hoy, es que, con austeridad o sin ella, la economía mundial vuelva a entrar en recesión. "Es difícil ver cómo va a acabar este periodo de débil demanda a nivel mundial; puede llevar un tiempo antes de que termine", admite. "Una vuelta a la recesión propiamente dicha no lo veo, pero un entorno de desaceleración del crecimiento que impida que se cree empleo probablemente sí, y eso es lo que me asusta".
Si algo ha puesto también en evidencia esta crisis, afirma Krugman, es que la posibilidad de que el euro fuera la moneda de reserva mundial alternativa al dólar se ha desvanecido de facto. "El mercado de bonos europeo es profundo y amplio en tanto en cuanto los bonos denominados en euros sean considerados iguales. Una vez que estás en una situación en la que el mercado establece marcadas diferencias entre los bonos franceses, los alemanes y ni qué decir de los bonos españoles y los griegos ya no hablamos de un mercado único sino de mercados nacionales individuales que ni de lejos tienen la magnitud del mercado estadounidense, lo que significa que el papel especial del dólar como moneda de reserva se ha ampliado", advierte.