Papá mandaba en Auschwitz
La hija del teniente coronel de las SS Arthur Liebehenschel explica su lucha con la memoria atroz de su padre, comandante del campo
Jacinto Anton, El País
Todo padre guarda secretos capaces de desazonar a sus hijos. Pero lo que descubrió Barbara Ursula Cherish del suyo no admite comparación. Su progenitor, del que conservaba una única fotografía, en uniforme -negro y con calavera en la gorra-, desde que de niña fue separada de su familia alemana y dada en adopción a un matrimonio estadounidense, era oficial de las SS. Y no uno cualquiera, sino el obersturmbannführer (teniente coronel) Arthur Liebehenschel, comandante de Auschwitz durante parte de la existencia del gran campo de exterminio. "Mi padre no era un monstruo", asegura por teléfono, con voz muy dulce, Cherish desde su casa en Pahrump, Nevada.
El año pasado, Barbara Cherish (nacida Bärbel Liebehenschel en Oranienburg, en Alemania, en 1943) publicó un libro que ahora se acaba de editar en castellano (El comandante de Auschwitz, Laocoonte, 2010) en el que explica su lucha con la memoria de su padre y su investigación para esclarecer los puntos oscuros (¡) de la vida de este. Atraviesa el libro una esperanza de la autora: la de que Liebehenschel mostrara algún rasgo al que acogerse, no para una redención que ella sabía absolutamente imposible ("nunca tuve la intención de exonerarlo"), sino a fin de humanizarlo lo suficiente como para poder afrontar el hecho terrible de ser su hija. Y Cherish halló una característica a la que se agarra como a un clavo ardiente: su padre parece haber sido ¡un mal comandante de Auschwitz! Con tasas bajas de mortalidad. Un oficial al que sus superiores juzgaron inepto, blando e incapaz, e incluso indigno de ser un SS. Eichmann lo juzgaba "un niño incorregible" que ignoraba las normas.
"Mi padre", dice la hija del Kommandant al otro lado de la línea, "fue un hombre débil en un lugar terrible". El que la incompetencia que le reprocharon sus jefes y que condujo a que lo relevaran fuera en realidad una cierta manifestación de humanidad y decencia, como trata de argumentar su hija, es, sin embargo, algo demasiado increíble en un jefe de las SS. "Su indulgencia era meramente ilusoria", apuntó un testigo en su juicio (testimonio que recoge Cherish en su libro). En todo caso, Liebehenschel es un personaje menor si lo comparamos con el comandante más famoso de Auschwitz, Rudolf Höss, que lo despreciaba. "Höss disfrutaba haciendo su trabajo, exterminando a la gente", recalca Cherish. "Mientras que mi padre no estaba de acuerdo con la Solución Final y le ponían enfermo los transportes".
En la historia que narra Cherish y sus meandros morales hay que ir con pies de plomo. Sabemos que Liebehenschel era en realidad un mando leal de las SS, comandante del peor campo de la muerte y que mintió sistemáticamente en los interrogatorios a los que le sometieron tras su captura. La justicia finalmente no apreció desde luego mucho matiz en su carrera: tras ser juzgado fue declarado culpable en 1947 de crímenes contra la humanidad y ahorcado el 24 de enero de 1948 en Cracovia.
En El comandante de Auschwitz, la autora empieza por recordar el momento en el que con 13 años, en 1956, cuando iba a emprender una nueva vida en América, su hermana mayor Brigitte le dio la foto que la acompañaría toda su vida, ensombreciéndola. Ella decidió ocultar el retrato, por miedo a que revelara sus orígenes y la pudieran rechazar o deportar. "Pero viví con una tristeza inexplicable y un anhelo de saber quién era re almente yo", escribe. Fue mucho después, en 1991, cuando Cherish se embarcó en la búsqueda de sus orígenes y consiguió los diarios y las cartas de su padre y las transcripciones de los interrogatorios a que fueron sometidos en Núrenberg los oficiales de las SS. "Fue un proceso largo, de años, buceé en archivos, me carteé con supervivientes y los entrevisté".
La historia tiene un lado melodramático paralelo al criminal (lo que puede resultar estomagante) que Cherish resalta para humanizar a su padre: Liebehenschel vivió un amor romántico que le llevó a abandonar a su familia -Barbara tenía entonces nueve meses y era la menor de cuatro hermanos- y que le causó problemas con sus superiores. El que luego sería comandante de Auschwitz nació en 1901; de joven se alistó en los Freikorps, y luego, en el Ejército. En 1932 se unió a las Allgemeine SS y se hizo miembro del partido. Cherish duda (¿inocentemente?) de que comprendiera las implicaciones de pertenecer a las SS, aunque Liebehenschel hizo carrera desde el principio en la sección de campos de concentración -no precisamente la más edificante- de las unidades de la calavera-. En 1938, la familia vivía cómodamente instalada en Sachsenhausen. Los niños se relacionaban con los presos que iban a hacer trabajillos a casa, aunque con la pena, escribe la autora, de que acabada la labor se marchaban "para no volver". Los Liebehenschel tenían una perrita pastor alemán, Ossie, que terminó en la academia de perros policía de las SS.
En noviembre de 1943, nuestro hombre fue transferido a Auschwitz como comandante del Campo I, el original (el II era Birkenau, y el III, Mederitz). Estuvo allí hasta el 5 de abril de 1944 y en los interrogatorios sostuvo, agárrense, que no vio nunca ningún tren, ni las cámaras de gas, que trató de mejorar las condiciones de los prisioneros y salvar vidas. Vamos, un negro SS que quería aparecer como un mirlo blanco.
El romance ilícito con Anneliese Huettemann (con la que habló Cherish para su libro) le costó caro, primero porque los SS, tan morales ellos, no veían bien el adulterio. Y luego, cuando la pareja quiso casarse, porque la Gestapo acusaba a la chica de haber tenido sexo con un judío, lo que hacía inviable el matrimonio con un SS. Liebehenschel llegó a jugárselo todo apelando a Himmler para que permitiera el enlace, cosa que el Reichführer al final hizo. El oficial siguió su carrera y fue enviado como comandante a Majdanek. Cómo alguien que ha estado de comandante en dos campos de exterminio puede argumentar que tiene las manos limpias sería risible si no fuera patético.
Su ex esposa, la madre de Cherish, acabó internada en un manicomio, y la niña, desnutrida, dada en adopción tras la guerra. "Siento amor por mi padre, sí, aunque es un amor oscuro", reconoce. "¿Estoy en paz con él? En cierta manera, lo he conseguido a través del libro. Me he sentido muy cerca de él escribiéndolo. He leído libros de otros familiares de nazis, libros con mucho odio. Yo, ¿sabe?, no comparto ese sentimiento".
Jacinto Anton, El País
Todo padre guarda secretos capaces de desazonar a sus hijos. Pero lo que descubrió Barbara Ursula Cherish del suyo no admite comparación. Su progenitor, del que conservaba una única fotografía, en uniforme -negro y con calavera en la gorra-, desde que de niña fue separada de su familia alemana y dada en adopción a un matrimonio estadounidense, era oficial de las SS. Y no uno cualquiera, sino el obersturmbannführer (teniente coronel) Arthur Liebehenschel, comandante de Auschwitz durante parte de la existencia del gran campo de exterminio. "Mi padre no era un monstruo", asegura por teléfono, con voz muy dulce, Cherish desde su casa en Pahrump, Nevada.
El año pasado, Barbara Cherish (nacida Bärbel Liebehenschel en Oranienburg, en Alemania, en 1943) publicó un libro que ahora se acaba de editar en castellano (El comandante de Auschwitz, Laocoonte, 2010) en el que explica su lucha con la memoria de su padre y su investigación para esclarecer los puntos oscuros (¡) de la vida de este. Atraviesa el libro una esperanza de la autora: la de que Liebehenschel mostrara algún rasgo al que acogerse, no para una redención que ella sabía absolutamente imposible ("nunca tuve la intención de exonerarlo"), sino a fin de humanizarlo lo suficiente como para poder afrontar el hecho terrible de ser su hija. Y Cherish halló una característica a la que se agarra como a un clavo ardiente: su padre parece haber sido ¡un mal comandante de Auschwitz! Con tasas bajas de mortalidad. Un oficial al que sus superiores juzgaron inepto, blando e incapaz, e incluso indigno de ser un SS. Eichmann lo juzgaba "un niño incorregible" que ignoraba las normas.
"Mi padre", dice la hija del Kommandant al otro lado de la línea, "fue un hombre débil en un lugar terrible". El que la incompetencia que le reprocharon sus jefes y que condujo a que lo relevaran fuera en realidad una cierta manifestación de humanidad y decencia, como trata de argumentar su hija, es, sin embargo, algo demasiado increíble en un jefe de las SS. "Su indulgencia era meramente ilusoria", apuntó un testigo en su juicio (testimonio que recoge Cherish en su libro). En todo caso, Liebehenschel es un personaje menor si lo comparamos con el comandante más famoso de Auschwitz, Rudolf Höss, que lo despreciaba. "Höss disfrutaba haciendo su trabajo, exterminando a la gente", recalca Cherish. "Mientras que mi padre no estaba de acuerdo con la Solución Final y le ponían enfermo los transportes".
En la historia que narra Cherish y sus meandros morales hay que ir con pies de plomo. Sabemos que Liebehenschel era en realidad un mando leal de las SS, comandante del peor campo de la muerte y que mintió sistemáticamente en los interrogatorios a los que le sometieron tras su captura. La justicia finalmente no apreció desde luego mucho matiz en su carrera: tras ser juzgado fue declarado culpable en 1947 de crímenes contra la humanidad y ahorcado el 24 de enero de 1948 en Cracovia.
En El comandante de Auschwitz, la autora empieza por recordar el momento en el que con 13 años, en 1956, cuando iba a emprender una nueva vida en América, su hermana mayor Brigitte le dio la foto que la acompañaría toda su vida, ensombreciéndola. Ella decidió ocultar el retrato, por miedo a que revelara sus orígenes y la pudieran rechazar o deportar. "Pero viví con una tristeza inexplicable y un anhelo de saber quién era re almente yo", escribe. Fue mucho después, en 1991, cuando Cherish se embarcó en la búsqueda de sus orígenes y consiguió los diarios y las cartas de su padre y las transcripciones de los interrogatorios a que fueron sometidos en Núrenberg los oficiales de las SS. "Fue un proceso largo, de años, buceé en archivos, me carteé con supervivientes y los entrevisté".
La historia tiene un lado melodramático paralelo al criminal (lo que puede resultar estomagante) que Cherish resalta para humanizar a su padre: Liebehenschel vivió un amor romántico que le llevó a abandonar a su familia -Barbara tenía entonces nueve meses y era la menor de cuatro hermanos- y que le causó problemas con sus superiores. El que luego sería comandante de Auschwitz nació en 1901; de joven se alistó en los Freikorps, y luego, en el Ejército. En 1932 se unió a las Allgemeine SS y se hizo miembro del partido. Cherish duda (¿inocentemente?) de que comprendiera las implicaciones de pertenecer a las SS, aunque Liebehenschel hizo carrera desde el principio en la sección de campos de concentración -no precisamente la más edificante- de las unidades de la calavera-. En 1938, la familia vivía cómodamente instalada en Sachsenhausen. Los niños se relacionaban con los presos que iban a hacer trabajillos a casa, aunque con la pena, escribe la autora, de que acabada la labor se marchaban "para no volver". Los Liebehenschel tenían una perrita pastor alemán, Ossie, que terminó en la academia de perros policía de las SS.
En noviembre de 1943, nuestro hombre fue transferido a Auschwitz como comandante del Campo I, el original (el II era Birkenau, y el III, Mederitz). Estuvo allí hasta el 5 de abril de 1944 y en los interrogatorios sostuvo, agárrense, que no vio nunca ningún tren, ni las cámaras de gas, que trató de mejorar las condiciones de los prisioneros y salvar vidas. Vamos, un negro SS que quería aparecer como un mirlo blanco.
El romance ilícito con Anneliese Huettemann (con la que habló Cherish para su libro) le costó caro, primero porque los SS, tan morales ellos, no veían bien el adulterio. Y luego, cuando la pareja quiso casarse, porque la Gestapo acusaba a la chica de haber tenido sexo con un judío, lo que hacía inviable el matrimonio con un SS. Liebehenschel llegó a jugárselo todo apelando a Himmler para que permitiera el enlace, cosa que el Reichführer al final hizo. El oficial siguió su carrera y fue enviado como comandante a Majdanek. Cómo alguien que ha estado de comandante en dos campos de exterminio puede argumentar que tiene las manos limpias sería risible si no fuera patético.
Su ex esposa, la madre de Cherish, acabó internada en un manicomio, y la niña, desnutrida, dada en adopción tras la guerra. "Siento amor por mi padre, sí, aunque es un amor oscuro", reconoce. "¿Estoy en paz con él? En cierta manera, lo he conseguido a través del libro. Me he sentido muy cerca de él escribiéndolo. He leído libros de otros familiares de nazis, libros con mucho odio. Yo, ¿sabe?, no comparto ese sentimiento".