Obama mantiene su estrategia en Afganistán
Antonio Caño, Washington, El País
Barack Obama pidió este martes al Congreso el respaldo de su estrategia en Afganistán, que se mantiene por el momento sin alteraciones -"tenemos que dejar que se desarrolle"- pese a los múltiples errores y dificultades confirmadas por los documentos del Pentágono recientemente conocidos. El presidente lamentó la filtración de esos papeles pero aseguró que ninguno de ellos era relevante y defendió el modo en el que actualmente se está dirigiendo la guerra.
"Aunque estoy preocupado por la aparición de información delicada del frente de combate que potencialmente podría poner en riesgo operaciones y personas, el hecho es que ninguno de estos documentos revela nada de lo que no se haya informado y que no haya sido debatido en público", declaró Obama tras un encuentro con miembros del Congreso.
Además, ninguno de los informes que consiguió la página de Internet WikiLeaks y que publicaron el domingo y lunes tres medios de comunicación alude al periodo posterior al anuncio de la nueva estrategia norteamericana en Afganistán -diciembre de 2009- ni pone en cuestión claramente métodos o decisiones que esté siendo utilizados en estos momentos.
Asuntos como la muerte de civiles inocentes o el doble juego de los servicios secretos paquistaníes, dos de los aspectos más destacados de los papeles de WikiLeaks, son de sobra conocidos en Washington y sobre lo que la Administración está trabajando desde hace tiempo. En cuanto a la tercera revelación de los papeles, las acciones encubiertas para matar a líderes insurgentes, no es algo a lo que piense renunciar Estados Unidos ni es algo que condene aquí la opinión pública.
"Durante siete años hemos tenido una estrategia equivocada", aceptó Obama, y por eso la hemos corregido, añadió. "Por eso hemos aumentado nuestro compromiso allí, hemos insistido en un mayor control de lo que hace el Gobierno afgano y Pakistán y hemos desarrollado una nueva estrategia que puede funcionar", dijo.
Los expertos se inclinan también a restarle trascendencia a lo ocurrido. "No he visto nada en estos documentos que me haya sorprendo o me haya parecido de cierta significancia, y creo que lo mismo le pasará a cualquier persona que simplemente haya leído el periódico en los últimos años", escribía en The New York Times Andrew Exum, un investigador del Center for a New American Security que ha estudiado detenidamente las filtraciones.
Estas tienen, en todo caso, un doble, aunque secundario, valor: poner en evidencia la vulnerabilidad de los secretos del Pentágono, por escasamente relevantes que éstos sean, e influir en el debate que estos días sostiene la clase política y la sociedad norteamericana sobre el futuro de la guerra.
Sobre la filtración en sí misma, el Pentágono anunció ayer que se ha abierto una investigación criminal sobre lo sucedido que será conducida por el Ejército y que, de entrada, ha señalado como primer sospechoso a Bradley Manning, un empleado de los servicios secretos del Ejército que en el pasado ya fue acusado de entregar papeles a WikiLeaks.
La aparición en público de más de 90.000 folios concebidos como información interna perjudica a la solvencia general de una operación militar y dificulta posteriores contactos de los servicios secretos norteamericanos con los de otros países del mundo. La investigación en marcha trata de reparar todo eso.
El efecto político de las filtraciones tampoco es despreciable, si bien no parece que este episodio pueda llegar a ser una amenaza para los planes de la Administración. Ayer mismo estaba previsto que la Cámara de Representantes emitieran un primer voto sobre la solicitud de un nuevo fondo para la guerra en Afganistán, y nada hacía pensar que el resultado fuera a ser negativo.
De momento, la división de fuerzas en torno a la guerra se mantiene tal y como estaba antes de las filtraciones: los que estaban en contra lo están ahora con más convicción, pero no se ha escuchado a nadie que estuviera a favor cambiar su posición. Ninguno de los congresistas de la oposición que, aún discrepando de algunos aspectos de la estrategia de Obama, apoyaban la operación militar ha corregido su línea.
El daño de estos papeles podría ser mayor entre la opinión pública y manifestarse más tarde, en las próximas elecciones. Los norteamericanos, más preocupados hoy por su economía y sus puestos de trabajo que por otras cosas, tienen dudas sobre un conflicto que, combinado con el de Irak, ha costado ya un billón de dólares. Según una encuesta reciente, sólo el 43% de los ciudadanos apoyan ahora la guerra.
Barack Obama pidió este martes al Congreso el respaldo de su estrategia en Afganistán, que se mantiene por el momento sin alteraciones -"tenemos que dejar que se desarrolle"- pese a los múltiples errores y dificultades confirmadas por los documentos del Pentágono recientemente conocidos. El presidente lamentó la filtración de esos papeles pero aseguró que ninguno de ellos era relevante y defendió el modo en el que actualmente se está dirigiendo la guerra.
"Aunque estoy preocupado por la aparición de información delicada del frente de combate que potencialmente podría poner en riesgo operaciones y personas, el hecho es que ninguno de estos documentos revela nada de lo que no se haya informado y que no haya sido debatido en público", declaró Obama tras un encuentro con miembros del Congreso.
Además, ninguno de los informes que consiguió la página de Internet WikiLeaks y que publicaron el domingo y lunes tres medios de comunicación alude al periodo posterior al anuncio de la nueva estrategia norteamericana en Afganistán -diciembre de 2009- ni pone en cuestión claramente métodos o decisiones que esté siendo utilizados en estos momentos.
Asuntos como la muerte de civiles inocentes o el doble juego de los servicios secretos paquistaníes, dos de los aspectos más destacados de los papeles de WikiLeaks, son de sobra conocidos en Washington y sobre lo que la Administración está trabajando desde hace tiempo. En cuanto a la tercera revelación de los papeles, las acciones encubiertas para matar a líderes insurgentes, no es algo a lo que piense renunciar Estados Unidos ni es algo que condene aquí la opinión pública.
"Durante siete años hemos tenido una estrategia equivocada", aceptó Obama, y por eso la hemos corregido, añadió. "Por eso hemos aumentado nuestro compromiso allí, hemos insistido en un mayor control de lo que hace el Gobierno afgano y Pakistán y hemos desarrollado una nueva estrategia que puede funcionar", dijo.
Los expertos se inclinan también a restarle trascendencia a lo ocurrido. "No he visto nada en estos documentos que me haya sorprendo o me haya parecido de cierta significancia, y creo que lo mismo le pasará a cualquier persona que simplemente haya leído el periódico en los últimos años", escribía en The New York Times Andrew Exum, un investigador del Center for a New American Security que ha estudiado detenidamente las filtraciones.
Estas tienen, en todo caso, un doble, aunque secundario, valor: poner en evidencia la vulnerabilidad de los secretos del Pentágono, por escasamente relevantes que éstos sean, e influir en el debate que estos días sostiene la clase política y la sociedad norteamericana sobre el futuro de la guerra.
Sobre la filtración en sí misma, el Pentágono anunció ayer que se ha abierto una investigación criminal sobre lo sucedido que será conducida por el Ejército y que, de entrada, ha señalado como primer sospechoso a Bradley Manning, un empleado de los servicios secretos del Ejército que en el pasado ya fue acusado de entregar papeles a WikiLeaks.
La aparición en público de más de 90.000 folios concebidos como información interna perjudica a la solvencia general de una operación militar y dificulta posteriores contactos de los servicios secretos norteamericanos con los de otros países del mundo. La investigación en marcha trata de reparar todo eso.
El efecto político de las filtraciones tampoco es despreciable, si bien no parece que este episodio pueda llegar a ser una amenaza para los planes de la Administración. Ayer mismo estaba previsto que la Cámara de Representantes emitieran un primer voto sobre la solicitud de un nuevo fondo para la guerra en Afganistán, y nada hacía pensar que el resultado fuera a ser negativo.
De momento, la división de fuerzas en torno a la guerra se mantiene tal y como estaba antes de las filtraciones: los que estaban en contra lo están ahora con más convicción, pero no se ha escuchado a nadie que estuviera a favor cambiar su posición. Ninguno de los congresistas de la oposición que, aún discrepando de algunos aspectos de la estrategia de Obama, apoyaban la operación militar ha corregido su línea.
El daño de estos papeles podría ser mayor entre la opinión pública y manifestarse más tarde, en las próximas elecciones. Los norteamericanos, más preocupados hoy por su economía y sus puestos de trabajo que por otras cosas, tienen dudas sobre un conflicto que, combinado con el de Irak, ha costado ya un billón de dólares. Según una encuesta reciente, sólo el 43% de los ciudadanos apoyan ahora la guerra.