La contable que convulsionó el Elíseo
Antonio Jiménez barca, El País
Esta es la historia de la extraña semana en que una contable francesa desconocida de mediana edad desestabilizó al Elíseo y monopolizó ella sola, tal vez sin quererlo, toda la agenda política de un país ya de por sí convulso actualmente. Empezó el martes a las 5.15, cuando un periodista de radio despertaba al consejero de Comunicación de Nicolas Sarkozy para preguntarle sobre las sorprendentes declaraciones de Claire Thibout en el periódico digital Mediapart.
Poco después, el secretario general del Elíseo, Claude Guéant, ponía al presidente de la República sobre aviso de la inesperada bomba con la mecha encendida que acababa de rodar hacia su pie: la ex contable de la mujer más rica de Francia, Liliane Bettencourt, aseguraba en el citado periódico digital que la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Sarkozy, se había beneficiado de 150.000 euros de los fondos de la millonaria para su campaña electoral de 2007. Aportaba detalles que daban credibilidad al testimonio. La entrevista añadía que Sarkozy, cuando era alcalde de Neuilly, desde 1983 a 2000, había acudido, como otros políticos de la derecha, a casa de los Bettencourt, situada en esa localidad de las afueras de París, a comer con ellos y a recibir después, en una salita contigua, sobres de tamaño mediano, engordados con billetes. "Aquello era un desfile", describía la contable, según Mediapart.
El periódico digital se bloqueó de la cantidad de visitas. La radio, la televisión, las webs de los periódicos, todo Francia, en suma, volvió los ojos hacia el relato de la contable. La historia constituía el último capítulo del caso Bettencourt, esto es, el inacabable, complicado y algo surrealista folletín compuesto de dinero, herencias, y odios familiares transformado, gracias a las grabaciones furtivas del mayordomo que llevaba la bandejita del café y los bombones, en un incontrolable asunto de Estado. El caso ha hundido aún más a Sarkozy en las encuestas.
Las grabaciones del mayordomo sacaron a la luz hace dos semanas algunos de los secretos que se cocían en una familia algo más que rica con una hija que no se habla con la madre y una madre anciana y sorda con una mezcla peligrosa: 87 años y 17.000 millones de euros. Las conversaciones robadas revelaron, por ejemplo, que Florence Woerth, la mujer del hasta entonces intachable ministro de Trabajo, Eric Woerth, trabajaba para Bettencourt, quien, a su vez, regentaba una isla entera en las Seychelles y dos cuentas en Suiza sin declarar en ninguna parte.
Así, cuando Francia aún no había digerido lo del mayordomo y se hacían apuestas sobre cuándo dimitiría Woerth, llegaba la contable de la casa y señalaba al mismo Woerth, en su calidad ahora de tesorero de la UMP, como la persona que recibió los 150.000 euros para la campaña presidencial de Sarkozy.
Woerth, con una sonrisita de escayola como único gesto, aseguraba ese martes por la mañana a una cámara que todo era falso antes de entrar a una reunión de trabajo. El Elíseo se apresuró a desmentir toda la información, pero no sabía cómo contener la tormenta política que amenazaba con ahogarle. Algunos diputados de la UMP reclamaban al presidente de la República que cambiara el Gobierno; otros, que se dirigiera a los franceses en la televisión para aclararlo todo. El jefe del Estado, en una visita a un hospital, sin darse por aludido, se limitó a referirse al asunto de refilón. Con un tonillo entre moralista, despectivo y solemne, afirmó: "¡Qué época esta, que se fija más en el que crea el escándalo que en el que trabaja!". Martine Aubry, primera secretaria del Partido Socialista francés (PS), resumió todo en una frase: "Estamos ante una crisis moral".
Mientras tanto, Claire Thibout, sometida a una presión brutal, convertida de pronto en el testigo clave de un caso explosivo y resbaladizo, citada en todos los telediarios de Francia, perseguida por periodistas, en su casa, en su despacho y en su teléfono móvil, decidió, por consejo de su abogado (que es el mismo que el del mayordomo, por cierto), esconderse en casa de unos primos de su marido en Fourques (Le Gard), en el sur de Francia.
De 52 años, Thibout trabajaba en una consultoría antes de entrar, en 1995, a contar las entradas y salidas de la fortuna de los Bettencourt. Durante ese tiempo, además de rellenar los libros de contabilidad y de ir al banco a sacar miles de euros en efectivo para los gastos de la millonaria, Thibout guardaba, entre otros secretos de Liliane Bettencourt, la llavecita de la caja de seguridad de la agencia bancaria donde la anciana almacenaba sus mejores joyas.
En la guerra familiar, tomó parte por la hija. Testificó en contra del amigo de la anciana, el fotógrafo dandi François-Marie Banier, acusado de aprovecharse de la madre hasta el punto de hacerse regalar obras de arte, cheques, seguros de vida y posesiones por valor de 1.000 millones. En 2008 fue despedida. El lunes, antes de hablar por teléfono con Mediapart, la policía le interrogó en su casa como testigo dentro de la investigación que llevaba a cabo por las grabaciones ilegales del mayordomo. Harta de verse acusada y acosada, se dijo a sí misma: "Ya es hora de decir lo que pasó; después de todo, yo no tengo nada de qué reprocharme".
En su propia casa contó a la policía que un día de marzo o abril de 2007 el gestor de la fortuna de los Bettencourt Patrice de Maistre le había pedido 150.000 euros para financiar la campaña de Sarkozy. Al día siguiente, el martes, los investigadores de la brigada financiera se extrañaron al comprobar que en la entrevista concedida a Mediapart, la testigo era mucho más explícita, más completa y más reveladora y que, además, añadía algo, el peregrinaje de políticos en busca de sobres al palacete Bettencourt, incluido el actual presidente de la República, que a ellos no les había contado. Así que, la policía, como otros muchos, también se lanzó a ese martes a perseguir por toda Francia a la contable que estaba haciendo tambalearse al Elíseo.
Fue localizada a las ocho de tarde. A la misma hora en que el ministro Woerth salía otra vez en la televisión, aún más confuso e irritable que por la mañana, convertido en la encarnación del naufragio del Gobierno de Sarkozy e insistía en que no iba a dimitir.
-Señora Thibout, ¿las declaraciones que usted hizo ayer a Mediapart corresponden a su conversación con el periodista?
-El artículo no reproduce fielmente lo que he dicho.
-¿Cuáles son las modificaciones?
-(...) Yo nunca he dicho que Sarkozy recibiera regularmente sobres.
Daba la impresión de que la contable iba a negarlo todo. Pero se reafirmó sobre la cuestión principal: "Ya les dije a sus colegas que Maistre me había pedido, antes de las elecciones, que fuera a buscar 150.000 euros. Yo le pregunté que para qué y él me respondió que iba a organizar una cena con el señor Woerth para dárselos". La contable explicó de nuevo a la policía que ella solo tenía autorización para sacar del banco 50.000 euros en efectivo. "Metí en un sobre los 50.000 euros. Se lo di a madame Bettencourt. De Maistre me dijo que se movería para conseguir el resto. Dijo: 'A veces, sirve el tener cuentas en Suiza".
El interrogatorio terminó a medianoche. Al día siguiente, Sarkozy, al conocer la rectificación parcial, al enterarse de que otras comprobaciones de la policía desmontaban (parte) de lo relatado por la contable, exclamó a los suyos, según ha contado Le Monde: "Yo ya estoy fuera de esa historia". Mientras, sus ministros elegían para contraatacar una presa con un punto débil: Mediapart, al que acusaron de comportamiento poco democrático y métodos fascistas. El secretario de Estado de Empleo, Laurent Wauquiez, conociendo ese punto débil, reclamó el viernes en la radio la grabación de la entrevista. "Si no, dudaremos". No hay grabación: Mediapart, un periódico compuesto en su mayoría por reporteros experimentados, no grabó a la contable, según afirman.
Con el testimonio de la contable algo rebajado, sabiendo que no hay mucho riesgo de que lo que aún mantiene se pueda probar jamás y con el periódico Mediapart tocado, Sarkozy prevé dirigirse mañana a la nación.
Mientras, todos, esperando la próxima tormenta, miran al palacete de Neuilly, habitado por una anciana millonaria sola y sorda que no se entiende con su hija, donde los mayordomos van con grabadora y los contables saben cosas capaces de aniquilar al Gobierno de Francia.
Esta es la historia de la extraña semana en que una contable francesa desconocida de mediana edad desestabilizó al Elíseo y monopolizó ella sola, tal vez sin quererlo, toda la agenda política de un país ya de por sí convulso actualmente. Empezó el martes a las 5.15, cuando un periodista de radio despertaba al consejero de Comunicación de Nicolas Sarkozy para preguntarle sobre las sorprendentes declaraciones de Claire Thibout en el periódico digital Mediapart.
Poco después, el secretario general del Elíseo, Claude Guéant, ponía al presidente de la República sobre aviso de la inesperada bomba con la mecha encendida que acababa de rodar hacia su pie: la ex contable de la mujer más rica de Francia, Liliane Bettencourt, aseguraba en el citado periódico digital que la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Sarkozy, se había beneficiado de 150.000 euros de los fondos de la millonaria para su campaña electoral de 2007. Aportaba detalles que daban credibilidad al testimonio. La entrevista añadía que Sarkozy, cuando era alcalde de Neuilly, desde 1983 a 2000, había acudido, como otros políticos de la derecha, a casa de los Bettencourt, situada en esa localidad de las afueras de París, a comer con ellos y a recibir después, en una salita contigua, sobres de tamaño mediano, engordados con billetes. "Aquello era un desfile", describía la contable, según Mediapart.
El periódico digital se bloqueó de la cantidad de visitas. La radio, la televisión, las webs de los periódicos, todo Francia, en suma, volvió los ojos hacia el relato de la contable. La historia constituía el último capítulo del caso Bettencourt, esto es, el inacabable, complicado y algo surrealista folletín compuesto de dinero, herencias, y odios familiares transformado, gracias a las grabaciones furtivas del mayordomo que llevaba la bandejita del café y los bombones, en un incontrolable asunto de Estado. El caso ha hundido aún más a Sarkozy en las encuestas.
Las grabaciones del mayordomo sacaron a la luz hace dos semanas algunos de los secretos que se cocían en una familia algo más que rica con una hija que no se habla con la madre y una madre anciana y sorda con una mezcla peligrosa: 87 años y 17.000 millones de euros. Las conversaciones robadas revelaron, por ejemplo, que Florence Woerth, la mujer del hasta entonces intachable ministro de Trabajo, Eric Woerth, trabajaba para Bettencourt, quien, a su vez, regentaba una isla entera en las Seychelles y dos cuentas en Suiza sin declarar en ninguna parte.
Así, cuando Francia aún no había digerido lo del mayordomo y se hacían apuestas sobre cuándo dimitiría Woerth, llegaba la contable de la casa y señalaba al mismo Woerth, en su calidad ahora de tesorero de la UMP, como la persona que recibió los 150.000 euros para la campaña presidencial de Sarkozy.
Woerth, con una sonrisita de escayola como único gesto, aseguraba ese martes por la mañana a una cámara que todo era falso antes de entrar a una reunión de trabajo. El Elíseo se apresuró a desmentir toda la información, pero no sabía cómo contener la tormenta política que amenazaba con ahogarle. Algunos diputados de la UMP reclamaban al presidente de la República que cambiara el Gobierno; otros, que se dirigiera a los franceses en la televisión para aclararlo todo. El jefe del Estado, en una visita a un hospital, sin darse por aludido, se limitó a referirse al asunto de refilón. Con un tonillo entre moralista, despectivo y solemne, afirmó: "¡Qué época esta, que se fija más en el que crea el escándalo que en el que trabaja!". Martine Aubry, primera secretaria del Partido Socialista francés (PS), resumió todo en una frase: "Estamos ante una crisis moral".
Mientras tanto, Claire Thibout, sometida a una presión brutal, convertida de pronto en el testigo clave de un caso explosivo y resbaladizo, citada en todos los telediarios de Francia, perseguida por periodistas, en su casa, en su despacho y en su teléfono móvil, decidió, por consejo de su abogado (que es el mismo que el del mayordomo, por cierto), esconderse en casa de unos primos de su marido en Fourques (Le Gard), en el sur de Francia.
De 52 años, Thibout trabajaba en una consultoría antes de entrar, en 1995, a contar las entradas y salidas de la fortuna de los Bettencourt. Durante ese tiempo, además de rellenar los libros de contabilidad y de ir al banco a sacar miles de euros en efectivo para los gastos de la millonaria, Thibout guardaba, entre otros secretos de Liliane Bettencourt, la llavecita de la caja de seguridad de la agencia bancaria donde la anciana almacenaba sus mejores joyas.
En la guerra familiar, tomó parte por la hija. Testificó en contra del amigo de la anciana, el fotógrafo dandi François-Marie Banier, acusado de aprovecharse de la madre hasta el punto de hacerse regalar obras de arte, cheques, seguros de vida y posesiones por valor de 1.000 millones. En 2008 fue despedida. El lunes, antes de hablar por teléfono con Mediapart, la policía le interrogó en su casa como testigo dentro de la investigación que llevaba a cabo por las grabaciones ilegales del mayordomo. Harta de verse acusada y acosada, se dijo a sí misma: "Ya es hora de decir lo que pasó; después de todo, yo no tengo nada de qué reprocharme".
En su propia casa contó a la policía que un día de marzo o abril de 2007 el gestor de la fortuna de los Bettencourt Patrice de Maistre le había pedido 150.000 euros para financiar la campaña de Sarkozy. Al día siguiente, el martes, los investigadores de la brigada financiera se extrañaron al comprobar que en la entrevista concedida a Mediapart, la testigo era mucho más explícita, más completa y más reveladora y que, además, añadía algo, el peregrinaje de políticos en busca de sobres al palacete Bettencourt, incluido el actual presidente de la República, que a ellos no les había contado. Así que, la policía, como otros muchos, también se lanzó a ese martes a perseguir por toda Francia a la contable que estaba haciendo tambalearse al Elíseo.
Fue localizada a las ocho de tarde. A la misma hora en que el ministro Woerth salía otra vez en la televisión, aún más confuso e irritable que por la mañana, convertido en la encarnación del naufragio del Gobierno de Sarkozy e insistía en que no iba a dimitir.
-Señora Thibout, ¿las declaraciones que usted hizo ayer a Mediapart corresponden a su conversación con el periodista?
-El artículo no reproduce fielmente lo que he dicho.
-¿Cuáles son las modificaciones?
-(...) Yo nunca he dicho que Sarkozy recibiera regularmente sobres.
Daba la impresión de que la contable iba a negarlo todo. Pero se reafirmó sobre la cuestión principal: "Ya les dije a sus colegas que Maistre me había pedido, antes de las elecciones, que fuera a buscar 150.000 euros. Yo le pregunté que para qué y él me respondió que iba a organizar una cena con el señor Woerth para dárselos". La contable explicó de nuevo a la policía que ella solo tenía autorización para sacar del banco 50.000 euros en efectivo. "Metí en un sobre los 50.000 euros. Se lo di a madame Bettencourt. De Maistre me dijo que se movería para conseguir el resto. Dijo: 'A veces, sirve el tener cuentas en Suiza".
El interrogatorio terminó a medianoche. Al día siguiente, Sarkozy, al conocer la rectificación parcial, al enterarse de que otras comprobaciones de la policía desmontaban (parte) de lo relatado por la contable, exclamó a los suyos, según ha contado Le Monde: "Yo ya estoy fuera de esa historia". Mientras, sus ministros elegían para contraatacar una presa con un punto débil: Mediapart, al que acusaron de comportamiento poco democrático y métodos fascistas. El secretario de Estado de Empleo, Laurent Wauquiez, conociendo ese punto débil, reclamó el viernes en la radio la grabación de la entrevista. "Si no, dudaremos". No hay grabación: Mediapart, un periódico compuesto en su mayoría por reporteros experimentados, no grabó a la contable, según afirman.
Con el testimonio de la contable algo rebajado, sabiendo que no hay mucho riesgo de que lo que aún mantiene se pueda probar jamás y con el periódico Mediapart tocado, Sarkozy prevé dirigirse mañana a la nación.
Mientras, todos, esperando la próxima tormenta, miran al palacete de Neuilly, habitado por una anciana millonaria sola y sorda que no se entiende con su hija, donde los mayordomos van con grabadora y los contables saben cosas capaces de aniquilar al Gobierno de Francia.