La burbuja deportiva también existe

LUIS GÓMEZ, El País
¿Mejorará la economía española si España gana el Mundial de Sudáfrica? Para un país necesitado de buenas noticias, golpeado cada semana por los mercados, un éxito de esta naturaleza contribuiría a mejorar la autoestima nacional. Poco más. Desgraciadamente, no hay suficientes evidencias que permitan aventurar una respuesta positiva a esta pregunta, por mucho que algunas escuelas de negocios hayan analizado los beneficios, tangibles o intangibles, que tiene sobre la imagen o la economía de un país la celebración de grandes eventos deportivos. Así que no es cuestión de exigir a los internacionales españoles que afinen su puntería porque va en ello una bajada en el diferencial con el bono alemán. No.

El interés de los economistas por los grandes eventos deportivos es un fenómeno relativamente reciente, motivado por las enormes inversiones públicas que atraen cierto tipo de manifestaciones, fundamentalmente Juegos Olímpicos y Mundiales de fútbol, y el flujo económico que generan. Es más, algunas escuelas de negocio han tratado de establecer alguna relación entre éxito deportivo y crecimiento económico.

Nadie discute a estas alturas que Francia alcanzó cierto estado de éxtasis colectivo nada más conquistar la Copa del Mundo de fútbol que organizó en 1998. Ciertos indicadores estadísticos posteriores al evento registraron un incremento del consumo nacional y una mejora en la productividad de los trabajadores, datos que, sumados a otros, condujeron a un crecimiento económico del 3,6%, 3,2% y 4,1% en los años posteriores al título mundial. Ocho años después, en el Mundial de Alemania (2006), Francia llegó a la final, pero el ganador fue Italia, que pasó de un crecimiento del 0,1% a un 1,9% al año siguiente. ¿Fueron casualidades o éxitos deportivos de esta naturaleza contribuyen a mejorar la salud de la economía? Ningún estudio convalida estas interpretaciones, que algunos expertos califican directamente como "economía-ficción".

Dos economistas norteamericanos, Dennis Coates y Brad Humphreys, analizaron en 2002 las series económicas registradas en las ciudades que albergaron el mayor acontecimiento deportivo anual de Estados Unidos, la final de la Superbowl (rugby americano). Su estudio concluyó que, para las ciudades sedes, la organización no había supuesto ningún incremento en la renta per cápita de sus habitantes, pero sí aportaron un nuevo dato a modo de descubrimiento: la ciudad del equipo ganador sí experimentaba un aumento en los ingresos de sus ciudadanos. Ambos economistas sometieron a un análisis parecido a las ciudades sedes de otros grandes acontecimientos, como las series finales de béisbol o la final de la NBA. En ambos casos, no se registraban datos significativos. ¿Por qué, entonces, sí sucedía ese imprevisto en el fútbol americano? Su conclusión no resultó muy científica: los autores concluyeron que "sólo el fútbol captura el corazón y el alma de una ciudad". El descubrimiento de Coates y Humphreys fue rebatido por estudios posteriores.

Alemania organizó el Mundial de 2006. Ni siquiera llegó a la final, pero la organización fue un éxito y la percepción de la marca Alemania mejoró. No hay datos económicos relevantes sobre el beneficio económico que reportó su organización, si bien Alemania no tuvo que realizar cuantiosas inversiones, dado que disponía de infraestructuras para el evento. La cuestión es que el país buscaba otra cosa, probablemente: mejorar su imagen en el exterior. Simon Anholt es un consultor británico que ha desarrollado el concepto de Nation Branding (marca de país), que ha dado lugar a su vez al Nation Branding Index (NBI), un indicador resultado de encuestas anuales entre 20.000 personas de 20 países que responden a 50 preguntas sobre su percepción de 50 países del mundo. Para Anholt, la correlación entre el Mundial de 2006 y la mejora de la imagen de Alemania fue "muy elevada". "Alemania pasó a ocupar en el NBI el puesto número uno en 2007 y 2008, pero, como pronostiqué, el efecto no se mantuvo mucho tiempo". Para otros autores, Alemania ganó en autoestima y el país se inundó de banderas como no había sucedido tras la reunificación. Los ciudadanos sintieron algo parecido a "qué bueno volver a sentirse alemán".

"Cada nación tiene una marca", explica Anholt, "y esa imagen es extremadamente importante para su progreso y su bienestar. Los países con una imagen positiva y potente pueden exportar mejor sus productos, su cultura, su mano de obra, sus servicios, atraer a más turistas, inversores e inmigrantes y disfrutan de la atención y del respeto de otras naciones. Los países tienen una marca, pero el país mismo no puede transformase en una marca". ¿Generó algún beneficio la mejora de la marca Alemania? Tampoco hay un estudio concluyente.

Es evidente que la celebración de un evento deportivo de carácter global contribuye a mejorar la imagen de un país o refuerza la autoestima de sus ciudadanos, pero estos resultados pertenecen al amplio espectro de beneficios intangibles. ¿Cuáles son los beneficios tangibles? Ese es un asunto sobre el que la bibliografía es más amplia. "Básicamente, cuando el COI decide la sede olímpica está ofreciendo un aumento del PIB del país del 1% de media durante cuatro años. No hay muchos eventos que ofrezcan esta oportunidad", dice Lauren Schaparan, director de la consultora suiza Meridian Management. Sin embargo, este incremento del PIB no genera efectos positivos en numerosos casos, a la vista de la experiencia más reciente. Hay unanimidad en un dato, convertido en el ejemplo límite: Montreal estuvo pagando hasta el año 2000 la factura de sus Juegos Olímpicos de 1976.

Se acepta que Montreal fue un caso ruinoso, así como que Los Ángeles (1984) fue un evento difícil de imitar, financiado en buena parte por la iniciativa privada, pero las dudas sobre los riesgos económicos que entrañan estas manifestaciones deportivas han aumentado con el tiempo, entre otras cosas porque la necesidad de seguridad ha crecido exponencialmente por la amenaza del terrorismo. Nadie ha podido cuantificar con exactitud cuánto le cuesta a un Estado proteger un gran evento. "Son cifras que no llegan a manejarse, entre otras cosas porque la tendencia más reciente es la de utilizar al Ejército en esas funciones para abaratar costes", explica Feliciano Mayoral, ex secretario del Comité Olímpico Español. Montreal tiene un sucesor en el palmarés negativo: Atenas. En el argot, Atenas es, como dice Mayoral, "un elefante blanco".

Atenas organizó los Juegos del 2004 y no reparó en gastos. Edificó instalaciones monumentales diseñadas por grandes arquitectos, la mayoría de las cuales está en desuso desde hace seis años. "Construyeron una sede para la halterofilia con una capacidad para 8.000 espectadores en un barrio marginal de la ciudad donde había nacido un halterófilo griego, hecho que implicó derribar muchas casas. No hubo otro argumento para esa decisión", explica Isidro Rigau, consultor de Summa Sports. El déficit público griego se disparó desde 1999 hasta alcanzar un 7,5% en 2004. Se calculó que los Juegos de Atenas tuvieron un coste equivalente al 5% del PIB. Aquellos excesos forman hoy parte de la actual coyuntura económica que tiene a Grecia inmersa en una brutal crisis.

Grecia no hizo una planificación correcta de sus Juegos. Porque detrás de uno de estos eventos debe existir una estrategia. Corea del Sur no utilizó los Juegos de Seúl (1988) para promocionar el turismo, sino para mejorar su imagen. Empresas como Samsung, Daewoo y Goldstar, desconocidas en los ochenta, se han convertido en grandes marcas. ¿Fueron aquellos Juegos rentables? Al menos, Corea extrajo algunas conclusiones positivas.

Barcelona y Sydney aparecen entre los expertos como los dos mejores ejemplos de éxito. Ambas ciudades organizaron unos Juegos brillantes, unánimemente elogiados por la prensa internacional. Detrás de aquellos eventos hubo varias estrategias. En el caso australiano, cambiar la ciudad y atraer turismo. En el español, el espectro fue más amplio: colocar a Barcelona en el mundo y mejorar los resultados deportivos.

"¿Han tenido los Juegos un efecto beneficioso para la economía australiana?", se pregunta Lauren Schaparan: "No hay una respuesta fácil. La decisión de celebrar los Juegos se tomó en 1992 y, desde entonces hasta el 2000, el crecimiento ha superado la media de los últimos 30 años. ¿Casualidad?". Uno de los objetivos era impulsar el turismo, pero Graham Matthes, funcionario del Tesoro australiano, responde: "Ser sede olímpica nos llenó de orgullo y optimismo, pero, en términos contantes y sonantes es difícil determinar si esa breve burbuja publicitaria tuvo un efecto favorable y duradero sobre el turismo".

"Barcelona dejó un legado de beneficios no tangibles", argumenta Isidro Rigao, un experto que participó en la organización y que ha asesorado a otras sedes olímpicas, "como la imagen de modernización que dio España al mundo y la caducidad de esa cultura del vuelva usted mañana. Y también hubo beneficios tangibles. La ciudad cambió y pasó de ser un destino de congresos a convertirse en la segunda mayor ciudad del mundo en recepción de visitantes". Sin embargo, al año siguiente de los fastos de 1992 (Juegos de Barcelona y Expo de Sevilla), España inició un agudo periodo de crisis económica que, entre otros efectos, obligó a los bancos a actuar como sociedades inmobiliarias. ¿Les suena?

Barcelona fue objetivo de otra estrategia, esta de carácter deportivo. España pasó de conquistar cuatro medallas en los Juegos de Seúl (1988) a 22 en Barcelona (1992) gracias a un programa de financiación mixta de deportistas de élite (ADO), que se ha mantenido en el tiempo y que es el origen de la transformación que ha experimentado el deporte español. España se ha convertido una potencia mundial por la calidad de sus mejores deportistas. ¿Influye ello en la percepción de la marca España? ¿Tiene alguna influencia en la mejora de nuestras exportaciones, por ejemplo? No hay datos concluyentes. Desde luego, los españoles disfrutan viendo a sus deportistas por televisión.

Las dos últimas experiencias están pendientes de ser examinadas, pero son de interés porque se trata de dos países que están fuera de la órbita occidental. Se trata de China, organizadora de los Juegos de 2008, y de Sudáfrica, sede del Mundial que se está celebrando estos días. Ambos países se han posicionado como los líderes de sus respectivas regiones, después de haber pasado un periodo de catarsis. Para ambos, la celebración de estos eventos responde a una estrategia. A pesar de celebrarse en medio de una crisis financiera internacional, es evidente que China ha reforzado su liderazgo y que Sudáfrica está en el camino de ser algún día el primer país africano que organice unos Juegos Olímpicos, como vaticina Feliciano Mayoral: "El COI tiene una deuda con África, como en su momento lo tuvo la FIFA". Las decisiones de ambos organismos no están exentas de un marcado perfil geopolítico. Se entiende así el doble compromiso que ha aceptado una potencia emergente como Brasil, que organizará el Mundial de 2014 y los Juegos de 2016. Cabe mencionar que mientras la ONU cuenta con 192 miembros, la FIFA cuenta con 207, incluyendo micro Estados o Estados no reconocidos por la comunidad internacional. Ahora bien, ¿acompañará el éxito económico a China y Suráfrica?

"He viajado varias veces a Sudáfrica", explica Isidro Rigao, "allí, el promedio de asistencia a los partidos de fútbol es de 8.000 espectadores. Sólo en cuatro, a lo largo de la temporada, se han registrado entradas de 40.000 espectadores y han tenido que construir seis estadios modélicos, con la firma de arquitectos de prestigio y con capacidad superior a 40.000 asientos. ¿Qué harán después con esos estadios?".

Habrá que esperar un tiempo para evaluar cómo China y Sudáfrica sobreviven a la crisis económica y a los eventos que organizaron. Quizás para entonces los estudios afinen un poco más sus conclusiones y los futuros candidatos puedan evaluar con mejor fortuna los retos que comporta para su economía acoger un acontecimiento deportivo global.

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