Fútbol boliviano: El Wilstermann B fue mucho más que el pobre Aurora titular
José Vladimir Nogales
Nadie lo esperaba. Ni la propia hinchada de Wilstermann, que había acudido al envite en reducidas fracciones. Paladeando aún las exóticas y celestiales mieles de la gloria reciente, la militancia gozaba de asueto, tanto como la mayoría de los jugadores que, sólo una semana antes, habían conquistado la onceava estrella para el club. En ese contexto, el clásico (devaluado por la resaca campeonaria y por su nefasta coincidencia con el calendario mundialista) era protocolar. Había que jugarlo por simple (y banal) formalidad, apenas por cumplir. Entonces, para la ocasión, Wilstermann armó un equipo “mix”, compuesto por elemento emergente (suplentes) y no habitual (quienes casi no vieron acción en la temporada), sin mayores obligaciones que, quizá, las de pasar un buen rato.
Aurora, en cambio, presentó su cuadro estelar, aquél que, dos semanas atrás, picaba en punta hacia el título y que, en las jornadas finales, se desbarrancó. Quizá por ello (por la frustración reciente), tenía necesidades que satisfacer en la batalla clásica de la ciudad. Un triunfo sobre el campeón (aún siendo una versión “muletto”) reivindicaría su imagen, haría más tolerable el dolor inferido por la pérdida y, paralelamente, lo encarrilaría hacia un nuevo objetivo. Uno menor, ciertamente (un lugar en la Copa Sudamericana de este año), pero que recompondría los putrefactos aires de tragedia que quedaron instalados tras la debacle ante The Strongest y la coronación de los rojos en sus propias narices.
En el cotejo de fuerzas no parecía haber correlación. Aurora, en buena teoría, debía vencer a un Wilstermann notablemente disminuido y, con seguridad, adormecido aún por las secuelas relajantes de su orgiástica consagración.
Pero el fútbol -se sabe- se nutre de los imprevistos. Insospechadamente, Wilstermann, jugando un gran partido, asestó un durísimo cachetazo (3-0) a un Aurora deprimido, que se arrastró torpón en el campo, exhibiendo sus miserias y reflejando su inocultable frustración en una indolente actitud protestona, tontamente victimista, como viendo, paranoicamente, los fantasmas de una confabulación hasta en la difusa sombra del juez.
Wilstermann se instaló en el campo con gran personalidad. Se desparramó con la misma disciplina que, hasta el hartazgo, se ha elogiado en el desempeño de los titulares. Esto lleva a pensar que existe una idea madre que subyace todo el trabajo, que la plantilla ha sido adoctrinada para cuajar una filosofía, una forma de ver y sentir el fútbol. La idea (la táctica y los movimientos inherentes a su ejecución) no cambia, aunque los intérpretes sean otros. El 4-4-1-1 reactivó sus virtudes y bondades, aunque variando el nombre de los ejecutores, pero implicando análogas obligaciones de laboriosidad y orden. Wilstermann nunca perdió la compostura. Siempre tuvo claro qué hacer, tanto con el balón como sin él. Aurora, en cambio, jamás tuvo la remota idea de lo que debía hacer. Quizá allá, en alguna parte de la mesa de diseño, entrepapelado, yace, exánime, el libreto que debían ejecutar. Alguien lo olvidó o, peor aún, a ninguno de los actores le interesó demasiado llevarlo a la práctica. ¿Por qué? En Aurora se advirtió un inocultable déficit de voluntad. Era como si, por una suerte de erosión anímica, al equipo le faltase gas. No existía energía que moviese la maquinaria, que activase esa intensidad que suele exhibir en los clásicos. Tuvo la combatividad de un náufrago resignado, la pétrea alegría de un enfermo desahuciado. Y se dedicó a maldecir a las deidades por su infortunio, peleándose con los elementos, como si, con ese “valeroso” acto de rebeldía, habría de recomponer el orden cósmico.
Wilstermann mostró solidez con Candia y Niltao (el héroe del último título) en la defensa central, complementados por la vigilante presencia de Jair Torrico y Zabala en las bandas y una excelente presión (para recuperar) y toque (para progresar) en mitad de campo. Destacó Marcelo Angulo como motor y líder de un sector medio absolutamente inhabitual, donde también brillaron Renán Vargas (como segundo volante central), Gianakis Suárez por izquierda y Daniel Salaberry por derecha. Olivares, que se ubicó como enganche, aportó mucha marca y se brindó como opción para salir y verter juego para Sossa.
Aurora ejecutó su habitual 4-4-2, con Gómez y Cardozo progresando por las orillas, respaldados por Arévalo y Robles como medio centros, pero con escaso sentido asociativo para elaborar jugadas y abastecer a Reinoso y Saucedo. Vistas las dificultades para prosperar con el balón sobre un territorio minado, Aurora intentó tender un puente aéreo para proveer del suministro imprescindible a sus atacantes. Entonces, llovieron pelotazos para los piques de Reinoso. Niltao los neutralizó todos. Aurora se redujo a una nada neblinosa.
La segunda mitad llegó con goles, pero fruto de la claridad que Wilstermann expresaba en su juego y de la sombría torpeza que, en cada movimiento, angustiaba a Aurora, que intentaba sobrevivir con el pesado lastre de su inferioridad numérica (Saucedo fue expulsado por la verborrea explosiva que avergonzaba a los celestes y que constituía inequívoco síntoma de su flagelado ánimo).
Con buen juego, Wilstermann edificó pacientemente un 3-0 revelador del momento anímico que los contrasta. Salaberry, tras gran maniobra asociada, anotó el primer gol. Sossa, algo más tarde, puso el 2-0 para solidificar la presumible fragilidad que tienen las ventajas cortas, aunque anoche parecía que el único gol podía congelarse sin sobresaltos. Sobre el final, Horacio Ortega (que ingresó por Sossa) estableció el pictórico 3-0 al anotar de penal. Resultado inesperado en la previa. Muy justificado haciéndose una disección analítica del desarrollo del partido.
Alineaciones
Wilstermann: Hamlet Barrientos, Jair Torrico, Félix Candia, Nilton de Oliveira, Pedro Zabala, Edgar Olivares, Marcelo Angulo (Melgar), Renán Vargas (Christian Vargas), Gianakis Suárez (Horacio Ortega), Juan Salaberry, Nelson Sossa.
Aurora: Silvio Dulcich, Ronald Rodríguez, Carlos Tordoya, Iván Huayhuata,Ignacio García, Wilder Arévalo (Guzmán), Jaime Cardozo (Escóbar), Jaime Robles, Marcelo Gomes, Carlos Saucedo, Jair Reinoso.
Expulsados: Saucedo y Huayhuata.
Estadio: Félix Capriles
Árbitro: Éver Cuellar
Público: 2.741 entradas
Recaudación: Bs 35.445
Nadie lo esperaba. Ni la propia hinchada de Wilstermann, que había acudido al envite en reducidas fracciones. Paladeando aún las exóticas y celestiales mieles de la gloria reciente, la militancia gozaba de asueto, tanto como la mayoría de los jugadores que, sólo una semana antes, habían conquistado la onceava estrella para el club. En ese contexto, el clásico (devaluado por la resaca campeonaria y por su nefasta coincidencia con el calendario mundialista) era protocolar. Había que jugarlo por simple (y banal) formalidad, apenas por cumplir. Entonces, para la ocasión, Wilstermann armó un equipo “mix”, compuesto por elemento emergente (suplentes) y no habitual (quienes casi no vieron acción en la temporada), sin mayores obligaciones que, quizá, las de pasar un buen rato.
Aurora, en cambio, presentó su cuadro estelar, aquél que, dos semanas atrás, picaba en punta hacia el título y que, en las jornadas finales, se desbarrancó. Quizá por ello (por la frustración reciente), tenía necesidades que satisfacer en la batalla clásica de la ciudad. Un triunfo sobre el campeón (aún siendo una versión “muletto”) reivindicaría su imagen, haría más tolerable el dolor inferido por la pérdida y, paralelamente, lo encarrilaría hacia un nuevo objetivo. Uno menor, ciertamente (un lugar en la Copa Sudamericana de este año), pero que recompondría los putrefactos aires de tragedia que quedaron instalados tras la debacle ante The Strongest y la coronación de los rojos en sus propias narices.
En el cotejo de fuerzas no parecía haber correlación. Aurora, en buena teoría, debía vencer a un Wilstermann notablemente disminuido y, con seguridad, adormecido aún por las secuelas relajantes de su orgiástica consagración.
Pero el fútbol -se sabe- se nutre de los imprevistos. Insospechadamente, Wilstermann, jugando un gran partido, asestó un durísimo cachetazo (3-0) a un Aurora deprimido, que se arrastró torpón en el campo, exhibiendo sus miserias y reflejando su inocultable frustración en una indolente actitud protestona, tontamente victimista, como viendo, paranoicamente, los fantasmas de una confabulación hasta en la difusa sombra del juez.
Wilstermann se instaló en el campo con gran personalidad. Se desparramó con la misma disciplina que, hasta el hartazgo, se ha elogiado en el desempeño de los titulares. Esto lleva a pensar que existe una idea madre que subyace todo el trabajo, que la plantilla ha sido adoctrinada para cuajar una filosofía, una forma de ver y sentir el fútbol. La idea (la táctica y los movimientos inherentes a su ejecución) no cambia, aunque los intérpretes sean otros. El 4-4-1-1 reactivó sus virtudes y bondades, aunque variando el nombre de los ejecutores, pero implicando análogas obligaciones de laboriosidad y orden. Wilstermann nunca perdió la compostura. Siempre tuvo claro qué hacer, tanto con el balón como sin él. Aurora, en cambio, jamás tuvo la remota idea de lo que debía hacer. Quizá allá, en alguna parte de la mesa de diseño, entrepapelado, yace, exánime, el libreto que debían ejecutar. Alguien lo olvidó o, peor aún, a ninguno de los actores le interesó demasiado llevarlo a la práctica. ¿Por qué? En Aurora se advirtió un inocultable déficit de voluntad. Era como si, por una suerte de erosión anímica, al equipo le faltase gas. No existía energía que moviese la maquinaria, que activase esa intensidad que suele exhibir en los clásicos. Tuvo la combatividad de un náufrago resignado, la pétrea alegría de un enfermo desahuciado. Y se dedicó a maldecir a las deidades por su infortunio, peleándose con los elementos, como si, con ese “valeroso” acto de rebeldía, habría de recomponer el orden cósmico.
Wilstermann mostró solidez con Candia y Niltao (el héroe del último título) en la defensa central, complementados por la vigilante presencia de Jair Torrico y Zabala en las bandas y una excelente presión (para recuperar) y toque (para progresar) en mitad de campo. Destacó Marcelo Angulo como motor y líder de un sector medio absolutamente inhabitual, donde también brillaron Renán Vargas (como segundo volante central), Gianakis Suárez por izquierda y Daniel Salaberry por derecha. Olivares, que se ubicó como enganche, aportó mucha marca y se brindó como opción para salir y verter juego para Sossa.
Aurora ejecutó su habitual 4-4-2, con Gómez y Cardozo progresando por las orillas, respaldados por Arévalo y Robles como medio centros, pero con escaso sentido asociativo para elaborar jugadas y abastecer a Reinoso y Saucedo. Vistas las dificultades para prosperar con el balón sobre un territorio minado, Aurora intentó tender un puente aéreo para proveer del suministro imprescindible a sus atacantes. Entonces, llovieron pelotazos para los piques de Reinoso. Niltao los neutralizó todos. Aurora se redujo a una nada neblinosa.
La segunda mitad llegó con goles, pero fruto de la claridad que Wilstermann expresaba en su juego y de la sombría torpeza que, en cada movimiento, angustiaba a Aurora, que intentaba sobrevivir con el pesado lastre de su inferioridad numérica (Saucedo fue expulsado por la verborrea explosiva que avergonzaba a los celestes y que constituía inequívoco síntoma de su flagelado ánimo).
Con buen juego, Wilstermann edificó pacientemente un 3-0 revelador del momento anímico que los contrasta. Salaberry, tras gran maniobra asociada, anotó el primer gol. Sossa, algo más tarde, puso el 2-0 para solidificar la presumible fragilidad que tienen las ventajas cortas, aunque anoche parecía que el único gol podía congelarse sin sobresaltos. Sobre el final, Horacio Ortega (que ingresó por Sossa) estableció el pictórico 3-0 al anotar de penal. Resultado inesperado en la previa. Muy justificado haciéndose una disección analítica del desarrollo del partido.
Alineaciones
Wilstermann: Hamlet Barrientos, Jair Torrico, Félix Candia, Nilton de Oliveira, Pedro Zabala, Edgar Olivares, Marcelo Angulo (Melgar), Renán Vargas (Christian Vargas), Gianakis Suárez (Horacio Ortega), Juan Salaberry, Nelson Sossa.
Aurora: Silvio Dulcich, Ronald Rodríguez, Carlos Tordoya, Iván Huayhuata,Ignacio García, Wilder Arévalo (Guzmán), Jaime Cardozo (Escóbar), Jaime Robles, Marcelo Gomes, Carlos Saucedo, Jair Reinoso.
Expulsados: Saucedo y Huayhuata.
Estadio: Félix Capriles
Árbitro: Éver Cuellar
Público: 2.741 entradas
Recaudación: Bs 35.445