El Kurdistán turco vuelve a un camino sembrado de muertos
Juan Carlos Sanz, El País
"No hay ninguna salida pacífica para la cuestión kurda sin reconocimiento de los derechos del pueblo kurdo", aseguraba hace un mes ante un grupo de periodistas europeos en el Parlamento de Ankara Sebahat Tuncel, diputada del Partido por la Paz y la Democracia (BDP), antes Partido de la Sociedad Democrática (DTP, ilegalizado en diciembre de 2009), para dar a entender que el diálogo entre el Gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el nacionalismo radical kurdo estaba irremediablemente roto. Tuncel logró un escaño por Estambul en 2007 que le salvó de una larga condena de cárcel tras haber sido juzgada el año anterior. La fiscalía turca le acusó de pertenecer al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), organización considerada terrorista tanto por EE UU como por la UE, y de servir de enlace en el interior de Turquía con las bases de la guerrilla independentista en el norte de Irak.
La rigidez de su mensaje y la frialdad de su expresión confirmaban ya entonces, cuando el PKK acababa de romper un alto el fuego unilateral de un año de duración, y que los duros habían vuelto a tomar el control del ala política del nacionalismo radical. Las elecciones legislativas de 2007 no supusieron solo la victoria aplastante del islamismo moderado y reformista de Erdogan frente al aparato laico y kemalista del Estado. También significaron el regreso al Parlamento de diputados kurdos después de más de una década de exclusión. El Gobierno de Ankara puso en marcha la llamada "iniciativa democrática": un programa de descentralización para el sureste de Anatolia y de reconocimiento de la identidad cultural kurda. Aunque al final, la intervención del Ejército turco en el norte de Irak dio al traste un año después al proceso de apertura.
Erdogan se limitó después a ofrecer un canal de televisión estatal en lengua kurda, más folclórico que identitario, y a hacer vagas promesas a los diputados nacionalistas para que siguieran apoyando el programa de reforma constitucional del Gobierno. Demasiado poco para los más de 15 millones de kurdos de Turquía, que observan con envidia que sus "hermanos" del norte de Irak han consolidado el autogobierno en un Estado federal tras el derrocamiento de Sadam Husein. Como de costumbre en Turquía -ya son más de una docena en los últimos 30 años- el Tribunal Constitucional declaró proscrito al partido nacionalista radical kurdo, y los diputados que no fueron privados de sus actas o encausados fundaron una nueva organización política.
El mayor pueblo sin Estado del planeta -más de 30 millones de kurdos desperdigados entre Turquía, Irak, Irán y Siria? observa también con atención las reformas democráticas emprendidas por el Gobierno de Ankara bajo la atenta mirada de la Unión Europea, a la que aspira a integrarse. Tras la matanza de 12 soldados a manos por la guerrilla el pasado fin de semana y el ataque terrorista de Estambul, Erdogan, jaleado por la prensa nacionalista turca, ha llegado a prometer que los "terroristas se ahogarían en su propia sangre". Pero la tentación de reinstaurar el estado de excepción que ensombreció durante dos décadas las provincias del sureste de Anatolia solo contribuiría a arrinconar al Kurdistán turco en un camino sembrado por más de 40.000 muertos desde 1984.
"No hay ninguna salida pacífica para la cuestión kurda sin reconocimiento de los derechos del pueblo kurdo", aseguraba hace un mes ante un grupo de periodistas europeos en el Parlamento de Ankara Sebahat Tuncel, diputada del Partido por la Paz y la Democracia (BDP), antes Partido de la Sociedad Democrática (DTP, ilegalizado en diciembre de 2009), para dar a entender que el diálogo entre el Gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el nacionalismo radical kurdo estaba irremediablemente roto. Tuncel logró un escaño por Estambul en 2007 que le salvó de una larga condena de cárcel tras haber sido juzgada el año anterior. La fiscalía turca le acusó de pertenecer al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), organización considerada terrorista tanto por EE UU como por la UE, y de servir de enlace en el interior de Turquía con las bases de la guerrilla independentista en el norte de Irak.
La rigidez de su mensaje y la frialdad de su expresión confirmaban ya entonces, cuando el PKK acababa de romper un alto el fuego unilateral de un año de duración, y que los duros habían vuelto a tomar el control del ala política del nacionalismo radical. Las elecciones legislativas de 2007 no supusieron solo la victoria aplastante del islamismo moderado y reformista de Erdogan frente al aparato laico y kemalista del Estado. También significaron el regreso al Parlamento de diputados kurdos después de más de una década de exclusión. El Gobierno de Ankara puso en marcha la llamada "iniciativa democrática": un programa de descentralización para el sureste de Anatolia y de reconocimiento de la identidad cultural kurda. Aunque al final, la intervención del Ejército turco en el norte de Irak dio al traste un año después al proceso de apertura.
Erdogan se limitó después a ofrecer un canal de televisión estatal en lengua kurda, más folclórico que identitario, y a hacer vagas promesas a los diputados nacionalistas para que siguieran apoyando el programa de reforma constitucional del Gobierno. Demasiado poco para los más de 15 millones de kurdos de Turquía, que observan con envidia que sus "hermanos" del norte de Irak han consolidado el autogobierno en un Estado federal tras el derrocamiento de Sadam Husein. Como de costumbre en Turquía -ya son más de una docena en los últimos 30 años- el Tribunal Constitucional declaró proscrito al partido nacionalista radical kurdo, y los diputados que no fueron privados de sus actas o encausados fundaron una nueva organización política.
El mayor pueblo sin Estado del planeta -más de 30 millones de kurdos desperdigados entre Turquía, Irak, Irán y Siria? observa también con atención las reformas democráticas emprendidas por el Gobierno de Ankara bajo la atenta mirada de la Unión Europea, a la que aspira a integrarse. Tras la matanza de 12 soldados a manos por la guerrilla el pasado fin de semana y el ataque terrorista de Estambul, Erdogan, jaleado por la prensa nacionalista turca, ha llegado a prometer que los "terroristas se ahogarían en su propia sangre". Pero la tentación de reinstaurar el estado de excepción que ensombreció durante dos décadas las provincias del sureste de Anatolia solo contribuiría a arrinconar al Kurdistán turco en un camino sembrado por más de 40.000 muertos desde 1984.