El hallazgo de enormes yacimientos minerales abre otra era en Afganistán
Antonio Caño, Washington, El País
Los depósitos de minerales descubiertos por Estados Unidos en Afganistán constituyen, como reconoció ayer el Gobierno de Kabul, una riqueza suficiente como para cambiar la dinámica de la guerra y negar el destino trágico que parece corresponderle a esa nación. Pero para su explotación, para la conversión de ese prometedor maná en una realidad, se requieren condiciones que Afganistán está hoy muy lejos de alcanzar.
El hallazgo de vastas reservas de oro, cobre, hierro, cobalto y, especialmente, litio, un mineral imprescindible en la fabricación de baterías para teléfonos móviles, computadoras y otros potenciales desarrollos tecnológicos, fue confirmado ayer por el portavoz de la presidencia afgana, Waheed Omar. "Esta es una gran oportunidad de unir al pueblo de Afganistán en una causa que beneficiará a todo el mundo", declaró.
El jefe militar de Estados Unidos en la región de Oriente Próximo, general David Petraeus, certificó a The New York Times, el diario que desveló la noticia , la trascendencia de este descubrimiento, aunque añadió también algunas precauciones: "Esto tiene un potencial gigantesco. Hay muchas dudas aún, pero el potencial es enormemente significativo".
Las posibilidades para Afganistán son, desde luego, considerables. Las reservas están valoradas en un mínimo de un billón de dólares (unos 830.000 millones de euros), quizá más. Cuando el presidente afgano, Hamid Karzai , estuvo en Washington el mes pasado comentó con sus interlocutores que la riqueza del subsuelo de su país podría llegar hasta los tres billones de dólares.
No es exagerado. Un informe elaborado en 2007 por el instituto de investigación geológica de Estados Unidos reveló la magnitud de las reservas de cuya presencia se sospechaba desde tiempo atrás. El año pasado el Pentágono creó un equipo, coordinado con las autoridades afganas, para detallar los lugares y las dimensiones del mineral.
Ahora debería de darse paso a la fase de extracción, y es aquí donde empiezan los problemas que podrían relativizar el efecto de este hallazgo. En primer lugar, los expertos advierten que la explotación de una mina de litio puede tardar entre dos y cinco años, en función de la localización del mineral y el entorno geológico. Para esos trabajos se requieren, además, tecnologías avanzadas y un clima adecuado de seguridad. Afganistán carece de ambas cosas. La primera podría ser resuelta con la concesión a empresas extranjeras que cuentan con los medios necesarios. Pero la segunda depende de una guerra a la que no se ve un fin próximo.
Muchas de las reservas de litio encontradas están, por ejemplo, en la provincia de Ghazni, actualmente bajo control de los talibanes, que han demostrado en los últimos meses capacidad militar suficiente como para boicotear cualquier intento de establecer un determinado ritmo económico sin su aprobación.
Será imprescindible, pues, terminar la guerra para convertir Afganistán, como dicen algunos, en la Arabia Saudí del litio. Esta nueva realidad sugiere, al mismo tiempo, algunas preguntas que hasta hoy no eran tan evidentes. ¿Está el esfuerzo de reconciliación con los talibanes promovido por Karzai motivado por este hallazgo? ¿Está la persistencia norteamericana en una guerra impopular justificada por la misma razón? ¿Fue la guerra promovida desde el inicio por el conocimiento de estas reservas?
El descubrimiento se presta a toda clase de teorías conspiratorias. Los imperios se han extendido siempre, al fin y al cabo, en busca de materias primas. Pero lo más realista en este caso no es pensar en el interés norteamericano en los minerales afganos como un objetivo desde el comienzo del conflicto sino como una posible solución ahora que la fuerza militar se demuestra insuficiente.
Los depósitos de minerales descubiertos por Estados Unidos en Afganistán constituyen, como reconoció ayer el Gobierno de Kabul, una riqueza suficiente como para cambiar la dinámica de la guerra y negar el destino trágico que parece corresponderle a esa nación. Pero para su explotación, para la conversión de ese prometedor maná en una realidad, se requieren condiciones que Afganistán está hoy muy lejos de alcanzar.
El hallazgo de vastas reservas de oro, cobre, hierro, cobalto y, especialmente, litio, un mineral imprescindible en la fabricación de baterías para teléfonos móviles, computadoras y otros potenciales desarrollos tecnológicos, fue confirmado ayer por el portavoz de la presidencia afgana, Waheed Omar. "Esta es una gran oportunidad de unir al pueblo de Afganistán en una causa que beneficiará a todo el mundo", declaró.
El jefe militar de Estados Unidos en la región de Oriente Próximo, general David Petraeus, certificó a The New York Times, el diario que desveló la noticia , la trascendencia de este descubrimiento, aunque añadió también algunas precauciones: "Esto tiene un potencial gigantesco. Hay muchas dudas aún, pero el potencial es enormemente significativo".
Las posibilidades para Afganistán son, desde luego, considerables. Las reservas están valoradas en un mínimo de un billón de dólares (unos 830.000 millones de euros), quizá más. Cuando el presidente afgano, Hamid Karzai , estuvo en Washington el mes pasado comentó con sus interlocutores que la riqueza del subsuelo de su país podría llegar hasta los tres billones de dólares.
No es exagerado. Un informe elaborado en 2007 por el instituto de investigación geológica de Estados Unidos reveló la magnitud de las reservas de cuya presencia se sospechaba desde tiempo atrás. El año pasado el Pentágono creó un equipo, coordinado con las autoridades afganas, para detallar los lugares y las dimensiones del mineral.
Ahora debería de darse paso a la fase de extracción, y es aquí donde empiezan los problemas que podrían relativizar el efecto de este hallazgo. En primer lugar, los expertos advierten que la explotación de una mina de litio puede tardar entre dos y cinco años, en función de la localización del mineral y el entorno geológico. Para esos trabajos se requieren, además, tecnologías avanzadas y un clima adecuado de seguridad. Afganistán carece de ambas cosas. La primera podría ser resuelta con la concesión a empresas extranjeras que cuentan con los medios necesarios. Pero la segunda depende de una guerra a la que no se ve un fin próximo.
Muchas de las reservas de litio encontradas están, por ejemplo, en la provincia de Ghazni, actualmente bajo control de los talibanes, que han demostrado en los últimos meses capacidad militar suficiente como para boicotear cualquier intento de establecer un determinado ritmo económico sin su aprobación.
Será imprescindible, pues, terminar la guerra para convertir Afganistán, como dicen algunos, en la Arabia Saudí del litio. Esta nueva realidad sugiere, al mismo tiempo, algunas preguntas que hasta hoy no eran tan evidentes. ¿Está el esfuerzo de reconciliación con los talibanes promovido por Karzai motivado por este hallazgo? ¿Está la persistencia norteamericana en una guerra impopular justificada por la misma razón? ¿Fue la guerra promovida desde el inicio por el conocimiento de estas reservas?
El descubrimiento se presta a toda clase de teorías conspiratorias. Los imperios se han extendido siempre, al fin y al cabo, en busca de materias primas. Pero lo más realista en este caso no es pensar en el interés norteamericano en los minerales afganos como un objetivo desde el comienzo del conflicto sino como una posible solución ahora que la fuerza militar se demuestra insuficiente.