Cameron y Clegg abren una nueva era
Walter Oppenheimer, Londres, El País
Si el frío y la penumbra presidieron la víspera el estreno de David Cameron en Downing Street, ayer el sol y el trinar de los pájaros marcaron la primera rueda de prensa conjunta de los motores del cambio político británico: el primer ministro conservador y el viceprimer ministro, el liberal-demócrata Nick Clegg, irradiaron optimismo y buen humor en su estreno al frente del primer Gobierno de coalición que tiene Reino Unido desde que Winston Churchill dirigía un país en guerra.
"Es un cambio histórico y sísmico", proclamó Cameron. "Hasta hoy éramos rivales y hoy somos colegas. Eso dice mucho del calado de la nueva era política hacia la que nos dirigimos", enfatizó Clegg.
El escenario, los jardines traseros de Downing Street, tenía aires de Casa Blanca. Y los protagonistas imprimieron a su primer encuentro con los medios un aire de jovialidad y dinamismo muy norteamericano. Las risas fueron inevitables cuando un periodista le preguntó a Cameron si se arrepentía de haber dicho una vez que su chiste favorito era "Nick Clegg". "¿De verdad dijiste eso de mí?", le preguntó Clegg. "Sí", admitió Cameron, haciendo un gesto melodramático de pedir a la tierra que se lo tragara. "Me voy", bromeó Clegg, apartándose un metro de su atril. "No, vuelve", le imploró Cameron entre risas.
A algunos les puede parecer que todo eso es una banalidad sin mayor importancia, pero en un mundo en el que la política está dominada por la imagen y en un país que cree que las coaliciones son una receta para el desastre, la buena sintonía destilada por los dos nuevos líderes de la política británica y el optimismo que irradiaba el escenario fueron la mejor publicidad posible para el nuevo Gobierno tras unas elecciones en las que todos perdieron.
Pese a la tensión que se vivió el lunes, dos partidos tan opuestos como el conservador y el liberal-demócrata han tardado sólo cinco días en ponerse de acuerdo, en repartirse las carteras y en pactar un programa en el que todos han hecho concesiones, aunque algunos de los temas con más potencial conflictivo han quedado aparcados.
Europa es probablemente el asunto que más les distancia. Los tories han impuesto su línea dura en los aspectos más simbólicos de su programa europeo, como garantizar que no habrá integración en el euro ni más cesión de soberanía a la UE en esta legislatura, someter a referéndum cualquier nuevo tratado que suponga transferencia de poder o promulgar una ley que establezca que la última soberanía recae en el Parlamento de Westminster.
Pero el tema más espinoso, el proyecto de Cameron de repatriar poderes ya cedidos en materia social, no queda resuelto: "Examinaremos el equilibrio de las actuales competencias de la UE y, en particular, trabajaremos para limitar la aplicación en Reino Unido de la Directiva de Tiempo de Trabajo", dice el texto.
Los conservadores no han renunciado a imponer un límite a la llegada de trabajadores de fuera de la UE. Ni a construir nuevas centrales nucleares para sustituir a las ya existentes, aunque los liberal-demócratas podrán expresarse contra ese proyecto y abstenerse en la votación en los Comunes. Otras decisiones importantes en materia de energía y cambio climático son el acuerdo de renunciar a la ampliación de capacidad en los aeropuertos de Heathrow, Gatwick y Stansted e imponer una tasa por vuelo, no por pasajero como hasta ahora, al tráfico aéreo.
Los acuerdos quizás más relevantes están en la reforma política. Un cambio histórico es la decisión de establecer que las legislaturas tendrán una duración fija de cinco años y que el Parlamento sólo se podrá disolver si los Comunes lo aprueban con el 55% de los votos. Otro es la reforma electoral, que se someterá a un referéndum que se decidirá por mayoría simple. La reducción del número de circunscripciones electorales, que deberán tener el mismo número de votantes. Y la reforma de la Cámara de los Lores para que sea total o mayoritariamente elegida mediante un sistema proporcional.
En materia fiscal y de reducción del déficit, los conservadores han impuesto su proyecto de reducir el gasto público en 6.000 millones de libras este mismo año pero aceptan que se someta a la recomendación del Banco de Inglaterra. Y han aceptado medidas fiscales del programa liberal a favor de los menos favorecidos.
El programa de la coalición aboga por introducir una tasa a la banca, tomar medidas "robustas" sobre los bonus de la City y reforzar la regulación financiera, pero deja en manos de una comisión independiente la separación de la banca comercial y la de negocios abogada por los liberales.
La coalición tiene una gran sintonía en materia de libertades civiles y se propone cancelar los proyectos laboristas de introducir un DNI, nuevos pasaportes biométricos, salvaguardas contra el abuso en la aplicación de las leyes antiterroristas, restaurar los derechos de manifestación no violenta o revisar las leyes de libelo para proteger la libertad de expresión.
Si el frío y la penumbra presidieron la víspera el estreno de David Cameron en Downing Street, ayer el sol y el trinar de los pájaros marcaron la primera rueda de prensa conjunta de los motores del cambio político británico: el primer ministro conservador y el viceprimer ministro, el liberal-demócrata Nick Clegg, irradiaron optimismo y buen humor en su estreno al frente del primer Gobierno de coalición que tiene Reino Unido desde que Winston Churchill dirigía un país en guerra.
"Es un cambio histórico y sísmico", proclamó Cameron. "Hasta hoy éramos rivales y hoy somos colegas. Eso dice mucho del calado de la nueva era política hacia la que nos dirigimos", enfatizó Clegg.
El escenario, los jardines traseros de Downing Street, tenía aires de Casa Blanca. Y los protagonistas imprimieron a su primer encuentro con los medios un aire de jovialidad y dinamismo muy norteamericano. Las risas fueron inevitables cuando un periodista le preguntó a Cameron si se arrepentía de haber dicho una vez que su chiste favorito era "Nick Clegg". "¿De verdad dijiste eso de mí?", le preguntó Clegg. "Sí", admitió Cameron, haciendo un gesto melodramático de pedir a la tierra que se lo tragara. "Me voy", bromeó Clegg, apartándose un metro de su atril. "No, vuelve", le imploró Cameron entre risas.
A algunos les puede parecer que todo eso es una banalidad sin mayor importancia, pero en un mundo en el que la política está dominada por la imagen y en un país que cree que las coaliciones son una receta para el desastre, la buena sintonía destilada por los dos nuevos líderes de la política británica y el optimismo que irradiaba el escenario fueron la mejor publicidad posible para el nuevo Gobierno tras unas elecciones en las que todos perdieron.
Pese a la tensión que se vivió el lunes, dos partidos tan opuestos como el conservador y el liberal-demócrata han tardado sólo cinco días en ponerse de acuerdo, en repartirse las carteras y en pactar un programa en el que todos han hecho concesiones, aunque algunos de los temas con más potencial conflictivo han quedado aparcados.
Europa es probablemente el asunto que más les distancia. Los tories han impuesto su línea dura en los aspectos más simbólicos de su programa europeo, como garantizar que no habrá integración en el euro ni más cesión de soberanía a la UE en esta legislatura, someter a referéndum cualquier nuevo tratado que suponga transferencia de poder o promulgar una ley que establezca que la última soberanía recae en el Parlamento de Westminster.
Pero el tema más espinoso, el proyecto de Cameron de repatriar poderes ya cedidos en materia social, no queda resuelto: "Examinaremos el equilibrio de las actuales competencias de la UE y, en particular, trabajaremos para limitar la aplicación en Reino Unido de la Directiva de Tiempo de Trabajo", dice el texto.
Los conservadores no han renunciado a imponer un límite a la llegada de trabajadores de fuera de la UE. Ni a construir nuevas centrales nucleares para sustituir a las ya existentes, aunque los liberal-demócratas podrán expresarse contra ese proyecto y abstenerse en la votación en los Comunes. Otras decisiones importantes en materia de energía y cambio climático son el acuerdo de renunciar a la ampliación de capacidad en los aeropuertos de Heathrow, Gatwick y Stansted e imponer una tasa por vuelo, no por pasajero como hasta ahora, al tráfico aéreo.
Los acuerdos quizás más relevantes están en la reforma política. Un cambio histórico es la decisión de establecer que las legislaturas tendrán una duración fija de cinco años y que el Parlamento sólo se podrá disolver si los Comunes lo aprueban con el 55% de los votos. Otro es la reforma electoral, que se someterá a un referéndum que se decidirá por mayoría simple. La reducción del número de circunscripciones electorales, que deberán tener el mismo número de votantes. Y la reforma de la Cámara de los Lores para que sea total o mayoritariamente elegida mediante un sistema proporcional.
En materia fiscal y de reducción del déficit, los conservadores han impuesto su proyecto de reducir el gasto público en 6.000 millones de libras este mismo año pero aceptan que se someta a la recomendación del Banco de Inglaterra. Y han aceptado medidas fiscales del programa liberal a favor de los menos favorecidos.
El programa de la coalición aboga por introducir una tasa a la banca, tomar medidas "robustas" sobre los bonus de la City y reforzar la regulación financiera, pero deja en manos de una comisión independiente la separación de la banca comercial y la de negocios abogada por los liberales.
La coalición tiene una gran sintonía en materia de libertades civiles y se propone cancelar los proyectos laboristas de introducir un DNI, nuevos pasaportes biométricos, salvaguardas contra el abuso en la aplicación de las leyes antiterroristas, restaurar los derechos de manifestación no violenta o revisar las leyes de libelo para proteger la libertad de expresión.