La reforma electoral acapara la campaña en Gran Bretaña
WALTER OPPENHEIMER
Cuando faltan sólo 10 días para que los británicos acudan a las urnas, la reforma electoral que defienden los liberales-demócratas acapara la campaña. Mientras el líder liberal, Nick Clegg, volvió ayer a condicionar sus alianzas de Gobierno a que se introduzca un nuevo sistema electoral, los conservadores de David Cameron redoblaron sus advertencias contra los peligros de que de los comicios no salga un Gobierno con mayoría absoluta.
Con las posibles alianzas de Gobierno y la reforma política dominando todos los informativos, el laborista Gordon Brown intenta de manera tan desesperada como inútil llevar la campaña al terreno que más le conviene: las propuestas de cada partido en las políticas que a su juicio realmente preocupan al ciudadano, como la economía, la sanidad o la educación.
En un país acostumbrado a escrutar al milímetro las propuestas de los programas electorales de laboristas y conservadores, la inesperada irrupción de Nick Clegg ha transformado la campaña y ha permitido a los liberales-demócratas marcar la agenda política. El domingo, Clegg lanzó el mensaje de que Brown no será primer ministro si los laboristas son terceros en porcentaje de voto, con independencia de que puedan ser el partido con más escaños. Una manera de evitar la fuga de posibles votos liberales hacia el Partido Conservador de electores que quieren, sobre todo, echar a Gordon Brown de Downing Street. Y una forma también de encarecer cualquier pacto con los laboristas, reclamando quizás el cargo de primer ministro para el propio Clegg con el argumento de que tiene más apoyo popular pero que el sistema electoral le impide tener también más escaños.
"Nadie debería tener la arrogancia de empezar a hablar sobre esas cosas antes de que hayan sido las elecciones. Hay que dejar primero a la gente expresar su opinión", le contestó Brown. El primer ministro saliente se dio una gira por diversos puntos del país participando en coloquios directos con los votantes. Con el doble objetivo de parecer más próximo al electorado que en la primera parte de la campaña, en la que estuvo sobre todo arropado por sus propios militantes, y de meter en campaña las preocupaciones de los votantes.
Pero el foco informativo se mantuvo en el debate sobre la reforma electoral y las posibilidades de pactos de Gobierno. Aunque insistió en un acto electoral en Edimburgo en que Brown no puede seguir en Downing Street "si pierde las elecciones de forma tan espectacular", Nick Clegg también dijo en una conferencia de prensa que está dispuesto a trabajar "con quien sea, aunque sea un hombre venido de la luna", si acepta los cuatro puntos clave de su programa electoral: fiscalidad, educación, reforma económica y reforma institucional. Pero, sobre todo, subrayó: "Mi posición es que, debido a que las excentricidades e injusticias del sistema electoral son más evidentes que nunca, creo que la reforma electoral es el primer paso para cualquier Gobierno, sea del color que sea, para restablecer la confianza del público en el sistema político".
David Cameron insistió, como ya había hecho el domingo, en que su partido quiere mantener el actual sistema electoral. Atacó la introducción de un sistema proporcional, como quieren los liberales, diciendo que "eso no es poner el poder en manos del pueblo, sino en manos de los políticos". Su argumento es que ahora los votantes pueden echar al Gobierno si así lo desean. Eso, que era verdad en un sistema bipartidista, ya no lo es si son tres los partidos dominantes. Pero, a pesar de esa retórica, Cameron tampoco se comprometió ayer a no reformar en ningún caso el sistema electoral.
Los conservadores volvieron a alertar sobre los peligros de inestabilidad política y económica que padecería Reino Unido si de las elecciones del 6 de mayo sale un Parlamento sin mayoría absoluta. Ayer convocaron una conferencia de prensa consagrada exclusivamente a subrayar esa amenaza. Laboristas y liberales-demócratas calificaron de "ataque de pánico" el alarmismo de los tories en un escenario en el que todos los sondeos apuntan a que no conseguirán la mayoría absoluta. Pero los sondeos de los últimos días tienden también a subrayar la consolidación del liderazgo conservador en el reparto de los votos y, aunque los liberales-demócratas mantienen su fortaleza, los conservadores están aumentando su ventaja sobre los laboristas.
Y, debido precisamente a las distorsiones del sistema electoral, son los dos grandes partidos los que se reparten el grueso de los escaños. Los últimos sondeos otorgan a los tories en torno al 35% de los votos, a los liberales-demócratas el 30% y a los laboristas el 28%. Con ese resultado, Cameron podría formar un frágil gobierno minoritario. Pero si su alarmismo le permitiera arañar un par de puntos más a costa de los liberales, estaría rondando los 300 escaños, probablemente suficientes para gobernar sin necesidad de un acuerdo.
Cuando faltan sólo 10 días para que los británicos acudan a las urnas, la reforma electoral que defienden los liberales-demócratas acapara la campaña. Mientras el líder liberal, Nick Clegg, volvió ayer a condicionar sus alianzas de Gobierno a que se introduzca un nuevo sistema electoral, los conservadores de David Cameron redoblaron sus advertencias contra los peligros de que de los comicios no salga un Gobierno con mayoría absoluta.
Con las posibles alianzas de Gobierno y la reforma política dominando todos los informativos, el laborista Gordon Brown intenta de manera tan desesperada como inútil llevar la campaña al terreno que más le conviene: las propuestas de cada partido en las políticas que a su juicio realmente preocupan al ciudadano, como la economía, la sanidad o la educación.
En un país acostumbrado a escrutar al milímetro las propuestas de los programas electorales de laboristas y conservadores, la inesperada irrupción de Nick Clegg ha transformado la campaña y ha permitido a los liberales-demócratas marcar la agenda política. El domingo, Clegg lanzó el mensaje de que Brown no será primer ministro si los laboristas son terceros en porcentaje de voto, con independencia de que puedan ser el partido con más escaños. Una manera de evitar la fuga de posibles votos liberales hacia el Partido Conservador de electores que quieren, sobre todo, echar a Gordon Brown de Downing Street. Y una forma también de encarecer cualquier pacto con los laboristas, reclamando quizás el cargo de primer ministro para el propio Clegg con el argumento de que tiene más apoyo popular pero que el sistema electoral le impide tener también más escaños.
"Nadie debería tener la arrogancia de empezar a hablar sobre esas cosas antes de que hayan sido las elecciones. Hay que dejar primero a la gente expresar su opinión", le contestó Brown. El primer ministro saliente se dio una gira por diversos puntos del país participando en coloquios directos con los votantes. Con el doble objetivo de parecer más próximo al electorado que en la primera parte de la campaña, en la que estuvo sobre todo arropado por sus propios militantes, y de meter en campaña las preocupaciones de los votantes.
Pero el foco informativo se mantuvo en el debate sobre la reforma electoral y las posibilidades de pactos de Gobierno. Aunque insistió en un acto electoral en Edimburgo en que Brown no puede seguir en Downing Street "si pierde las elecciones de forma tan espectacular", Nick Clegg también dijo en una conferencia de prensa que está dispuesto a trabajar "con quien sea, aunque sea un hombre venido de la luna", si acepta los cuatro puntos clave de su programa electoral: fiscalidad, educación, reforma económica y reforma institucional. Pero, sobre todo, subrayó: "Mi posición es que, debido a que las excentricidades e injusticias del sistema electoral son más evidentes que nunca, creo que la reforma electoral es el primer paso para cualquier Gobierno, sea del color que sea, para restablecer la confianza del público en el sistema político".
David Cameron insistió, como ya había hecho el domingo, en que su partido quiere mantener el actual sistema electoral. Atacó la introducción de un sistema proporcional, como quieren los liberales, diciendo que "eso no es poner el poder en manos del pueblo, sino en manos de los políticos". Su argumento es que ahora los votantes pueden echar al Gobierno si así lo desean. Eso, que era verdad en un sistema bipartidista, ya no lo es si son tres los partidos dominantes. Pero, a pesar de esa retórica, Cameron tampoco se comprometió ayer a no reformar en ningún caso el sistema electoral.
Los conservadores volvieron a alertar sobre los peligros de inestabilidad política y económica que padecería Reino Unido si de las elecciones del 6 de mayo sale un Parlamento sin mayoría absoluta. Ayer convocaron una conferencia de prensa consagrada exclusivamente a subrayar esa amenaza. Laboristas y liberales-demócratas calificaron de "ataque de pánico" el alarmismo de los tories en un escenario en el que todos los sondeos apuntan a que no conseguirán la mayoría absoluta. Pero los sondeos de los últimos días tienden también a subrayar la consolidación del liderazgo conservador en el reparto de los votos y, aunque los liberales-demócratas mantienen su fortaleza, los conservadores están aumentando su ventaja sobre los laboristas.
Y, debido precisamente a las distorsiones del sistema electoral, son los dos grandes partidos los que se reparten el grueso de los escaños. Los últimos sondeos otorgan a los tories en torno al 35% de los votos, a los liberales-demócratas el 30% y a los laboristas el 28%. Con ese resultado, Cameron podría formar un frágil gobierno minoritario. Pero si su alarmismo le permitiera arañar un par de puntos más a costa de los liberales, estaría rondando los 300 escaños, probablemente suficientes para gobernar sin necesidad de un acuerdo.