La guerra al 'narco' causa 22.700 muertos en México
México, El País
Al principio de la serie The Wire, uno de los policías encargados de luchar contra el narcotráfico en las calles de Baltimore comenta con su compañero: "A esto no se le puede llamar una guerra... Las guerras se acaban". Unos miles de kilómetros al sur, y metidos de lleno en la realidad, el Gobierno de México acaba de presentar unas cifras que vienen a confirmar una frase tan derrotista. Desde que, en diciembre de 2006, el entonces recién elegido presidente Felipe Calderón iniciara la guerra contra el narcotráfico, más de 22.000 personas han muerto de forma violenta. Muchos de los caídos son jóvenes sicarios alcanzados por las balas de otros malhechores o de las fuerzas federales, pero también es cada día más larga la lista de víctimas inocentes.
Lo que más llama la atención de las cifras distribuidas por el Gobierno es que rebasan con mucho los conteos extraoficiales que llevan a cabo los diarios mexicanos. La cifra oficial es de 22.743 muertos, tres mil más de los que se tenían contabilizados. Otro dato muy esclarecedor es la progresión de los asesinatos. En 2006, todavía bajo el mandato del presidente Vicente Fox, cayeron 62 personas. En 2007 ya fueron 2.837 y al año siguiente la cifra subió hasta los 6.844. Pero fue en 2009 cuando la guerra de todos contra todos se desató y la cifra subió hasta las 9.635 muertes violentas.
Los estados de Chihuahua, Sinaloa y Guerrero se convirtieron durante los últimos tres años en escenario diario de ejecuciones, a cada cual más cruel, pero de la violencia -en contra de lo sostenido durante un tiempo por el Gobierno de Calderón- se ha ido contagiando todo el país y ni las zonas turísticas se han librado del azote del narcotráfico. El despliegue de la Policía Federal y, sobre todo, del Ejército no se ha traducido aún en una reducción de la violencia. Más bien al contrario.
Durante los últimos meses, las denuncias contra los métodos de los militares se han multiplicado. Uno de los testimonios más desgarradores es el de Cintya Salazar, madre de dos niños de cinco y nueve años abatidos por los disparos del Ejército cuando viajaban junto a su familia en dirección a Matamoros. La versión oficial es que los niños fueron víctimas del fuego cruzado entre los militares y una banda de sicarios. Pero Cintya Salazar lo niega. Dice que ella, su esposo, sus cinco hijos y una hermana embarazada viajaban en una camioneta: "Vimos un retén militar, redujimos la velocidad y bajamos las ventanillas, pero no nos dijeron nada y seguimos. Fue entonces cuando empezaron a disparar. Salimos del coche y corrimos hacia el monte para refugiarnos. Es imposible que ellos no vieran tanta corredera de niños, pero nos seguían disparando. A mi hijo Bryan, de cinco años, me lo mataron en mis brazos...".
Al principio de la serie The Wire, uno de los policías encargados de luchar contra el narcotráfico en las calles de Baltimore comenta con su compañero: "A esto no se le puede llamar una guerra... Las guerras se acaban". Unos miles de kilómetros al sur, y metidos de lleno en la realidad, el Gobierno de México acaba de presentar unas cifras que vienen a confirmar una frase tan derrotista. Desde que, en diciembre de 2006, el entonces recién elegido presidente Felipe Calderón iniciara la guerra contra el narcotráfico, más de 22.000 personas han muerto de forma violenta. Muchos de los caídos son jóvenes sicarios alcanzados por las balas de otros malhechores o de las fuerzas federales, pero también es cada día más larga la lista de víctimas inocentes.
Lo que más llama la atención de las cifras distribuidas por el Gobierno es que rebasan con mucho los conteos extraoficiales que llevan a cabo los diarios mexicanos. La cifra oficial es de 22.743 muertos, tres mil más de los que se tenían contabilizados. Otro dato muy esclarecedor es la progresión de los asesinatos. En 2006, todavía bajo el mandato del presidente Vicente Fox, cayeron 62 personas. En 2007 ya fueron 2.837 y al año siguiente la cifra subió hasta los 6.844. Pero fue en 2009 cuando la guerra de todos contra todos se desató y la cifra subió hasta las 9.635 muertes violentas.
Los estados de Chihuahua, Sinaloa y Guerrero se convirtieron durante los últimos tres años en escenario diario de ejecuciones, a cada cual más cruel, pero de la violencia -en contra de lo sostenido durante un tiempo por el Gobierno de Calderón- se ha ido contagiando todo el país y ni las zonas turísticas se han librado del azote del narcotráfico. El despliegue de la Policía Federal y, sobre todo, del Ejército no se ha traducido aún en una reducción de la violencia. Más bien al contrario.
Durante los últimos meses, las denuncias contra los métodos de los militares se han multiplicado. Uno de los testimonios más desgarradores es el de Cintya Salazar, madre de dos niños de cinco y nueve años abatidos por los disparos del Ejército cuando viajaban junto a su familia en dirección a Matamoros. La versión oficial es que los niños fueron víctimas del fuego cruzado entre los militares y una banda de sicarios. Pero Cintya Salazar lo niega. Dice que ella, su esposo, sus cinco hijos y una hermana embarazada viajaban en una camioneta: "Vimos un retén militar, redujimos la velocidad y bajamos las ventanillas, pero no nos dijeron nada y seguimos. Fue entonces cuando empezaron a disparar. Salimos del coche y corrimos hacia el monte para refugiarnos. Es imposible que ellos no vieran tanta corredera de niños, pero nos seguían disparando. A mi hijo Bryan, de cinco años, me lo mataron en mis brazos...".