Israel y EE UU atraviesan su peor crisis
La Casa Blanca pide explicaciones por el "insulto" de anunciar nuevas colonias - El embajador israelí en Washington: "La relación es la más tensa desde 1975"
ANTONIO CAÑO - Washington
La tensión entre Estados Unidos e Israel por la construcción de nuevos asentamientos en territorios palestinos ha escalado hasta un punto que el embajador israelí en Washington ha calificado como "el peor momento en las relaciones bilaterales desde 1975". Altos funcionarios de ambos países trabajaban ayer frenéticamente en la solución de un conflicto que debilita a los dos y compromete seriamente las posibilidades de paz en la zona, pero el Gobierno de Israel insistió en que no renunciará a nuevas construcciones en Jerusalén Este.
La declaración del embajador israelí, Michael Oren, realizada durante una conversación el sábado con los cónsules israelíes en Estados Unidos y revelada ayer por el diario Haaretz, ha puesto a todos en alerta sobre la gravedad de una crisis que afecta a un elemento esencial de la política exterior estadounidense. Los lazos con Israel son el pivote sobre el que gira la política de seguridad norteamericana y la razón última de su implicación en Oriente Próximo. Un cambio significativo de esas relaciones podría generar un movimiento de incalculables consecuencias en la región más inestable del planeta.
Pese a esa trascendencia, ambos Gobiernos han resaltado en los últimos días las profundas diferencias que se han ido acumulando desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca con la firme intención de obligar a Israel a congelar los asentamientos. El detonante de la crisis actual fue el anuncio por parte del Gobierno israelí de la construcción de 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Este (la parte árabe de la ciudad) coincidiendo exactamente con la llegada al país la pasada semana del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Washington había concedido enorme importancia a ese viaje, el de mayor jerarquía diplomática desde el comienzo de esta Administración, y confiaba en que sirviera para relanzar el diálogo palestino-israelí. El anuncio de nuevos asentamientos se vio aquí, por tanto, como un deliberado boicoteo por parte de las autoridades israelíes a los esfuerzos norteamericanos.
Así lo expresaron claramente durante el fin de semana los más altos responsables gubernamentales. "Fue insultante, un momento desafortunado y difícil para todo el mundo", declaró la secretaria de Estado, Hillary Clinton. "Es una afrenta, un insulto, pero, más aún, es una manera de debilitar este frágil intento de llevar la paz a la región", añadió el principal asesor político de la Casa Blanca, David Axelrod.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, trató el domingo de contener el enfrentamiento y calificó la coincidencia del anuncio con la visita de Biden como un accidente "lamentable y perjudicial" que atribuyó a una mera descoordinación entre sus colaboradores. Washington no aceptó esa versión. Axelrod insistió en que el episodio tenía la apariencia de haber sido "premeditado y calculado" para dañar la posición negociadora norteamericana. El portavoz del Departamento de Estado, P. J. Crowley, manifestó ayer que Washington está a la espera de explicaciones convincentes de parte de los responsables israelíes.
Esta tensión ha tenido de inmediato resonancia en el más importante lobby a favor de Israel, el American Israel Public Affairs Commitee (AIPAC), que ha hecho pública una declaración en la que advierte que Obama está presionando excesiva y unilateralmente al Estado judío. "La Administración debería hacer un serio esfuerzo por evitar más exigencias a Israel", afirma el AIPAC.
El enfrentamiento con Israel no es una política muy popular en Estados Unidos, y Obama es, por tanto, el primer interesado en poner fin a la tensión. Pero no parece que, fuera de la retórica habitual en estos casos, ésa sea una misión fácil. Ayer mismo, Netanyahu dio garantías a los miembros de su partido en el Parlamento de que no renunciará a la construcción de las 1.600 viviendas anunciadas en Jerusalén Este.
Sin la congelación de todos los asentamientos, es impensable que los palestinos accedan a un diálogo de paz serio. Sin ese diálogo es imposible que los Gobiernos árabes respalden a la Administración de Obama. Y sin ese respaldo se complica considerablemente la estrategia norteamericana respecto a Irán, incluso en Afganistán. Todos los elementos están conectados y se ven, por tanto, afectados por la crisis diplomática actual.
Las relaciones entre Estados Unidos e Israel no han estado históricamente exentas de tensión. La declaración del embajador israelí ayer aludía a 1975, cuando el Gobierno de Gerald Ford pidió la retirada israelí de una parte del Sinaí egipcio. El primer George Bush, Bill Clinton y hasta Ronald Reagan vivieron momentos difíciles con el gran aliado. Pero en la crisis actual se suma además la desconfianza hacia Obama dominante entre la clase política israelí -y en parte de su opinión pública- desde que era candidato. (El País)
ANTONIO CAÑO - Washington
La tensión entre Estados Unidos e Israel por la construcción de nuevos asentamientos en territorios palestinos ha escalado hasta un punto que el embajador israelí en Washington ha calificado como "el peor momento en las relaciones bilaterales desde 1975". Altos funcionarios de ambos países trabajaban ayer frenéticamente en la solución de un conflicto que debilita a los dos y compromete seriamente las posibilidades de paz en la zona, pero el Gobierno de Israel insistió en que no renunciará a nuevas construcciones en Jerusalén Este.
La declaración del embajador israelí, Michael Oren, realizada durante una conversación el sábado con los cónsules israelíes en Estados Unidos y revelada ayer por el diario Haaretz, ha puesto a todos en alerta sobre la gravedad de una crisis que afecta a un elemento esencial de la política exterior estadounidense. Los lazos con Israel son el pivote sobre el que gira la política de seguridad norteamericana y la razón última de su implicación en Oriente Próximo. Un cambio significativo de esas relaciones podría generar un movimiento de incalculables consecuencias en la región más inestable del planeta.
Pese a esa trascendencia, ambos Gobiernos han resaltado en los últimos días las profundas diferencias que se han ido acumulando desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca con la firme intención de obligar a Israel a congelar los asentamientos. El detonante de la crisis actual fue el anuncio por parte del Gobierno israelí de la construcción de 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Este (la parte árabe de la ciudad) coincidiendo exactamente con la llegada al país la pasada semana del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Washington había concedido enorme importancia a ese viaje, el de mayor jerarquía diplomática desde el comienzo de esta Administración, y confiaba en que sirviera para relanzar el diálogo palestino-israelí. El anuncio de nuevos asentamientos se vio aquí, por tanto, como un deliberado boicoteo por parte de las autoridades israelíes a los esfuerzos norteamericanos.
Así lo expresaron claramente durante el fin de semana los más altos responsables gubernamentales. "Fue insultante, un momento desafortunado y difícil para todo el mundo", declaró la secretaria de Estado, Hillary Clinton. "Es una afrenta, un insulto, pero, más aún, es una manera de debilitar este frágil intento de llevar la paz a la región", añadió el principal asesor político de la Casa Blanca, David Axelrod.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, trató el domingo de contener el enfrentamiento y calificó la coincidencia del anuncio con la visita de Biden como un accidente "lamentable y perjudicial" que atribuyó a una mera descoordinación entre sus colaboradores. Washington no aceptó esa versión. Axelrod insistió en que el episodio tenía la apariencia de haber sido "premeditado y calculado" para dañar la posición negociadora norteamericana. El portavoz del Departamento de Estado, P. J. Crowley, manifestó ayer que Washington está a la espera de explicaciones convincentes de parte de los responsables israelíes.
Esta tensión ha tenido de inmediato resonancia en el más importante lobby a favor de Israel, el American Israel Public Affairs Commitee (AIPAC), que ha hecho pública una declaración en la que advierte que Obama está presionando excesiva y unilateralmente al Estado judío. "La Administración debería hacer un serio esfuerzo por evitar más exigencias a Israel", afirma el AIPAC.
El enfrentamiento con Israel no es una política muy popular en Estados Unidos, y Obama es, por tanto, el primer interesado en poner fin a la tensión. Pero no parece que, fuera de la retórica habitual en estos casos, ésa sea una misión fácil. Ayer mismo, Netanyahu dio garantías a los miembros de su partido en el Parlamento de que no renunciará a la construcción de las 1.600 viviendas anunciadas en Jerusalén Este.
Sin la congelación de todos los asentamientos, es impensable que los palestinos accedan a un diálogo de paz serio. Sin ese diálogo es imposible que los Gobiernos árabes respalden a la Administración de Obama. Y sin ese respaldo se complica considerablemente la estrategia norteamericana respecto a Irán, incluso en Afganistán. Todos los elementos están conectados y se ven, por tanto, afectados por la crisis diplomática actual.
Las relaciones entre Estados Unidos e Israel no han estado históricamente exentas de tensión. La declaración del embajador israelí ayer aludía a 1975, cuando el Gobierno de Gerald Ford pidió la retirada israelí de una parte del Sinaí egipcio. El primer George Bush, Bill Clinton y hasta Ronald Reagan vivieron momentos difíciles con el gran aliado. Pero en la crisis actual se suma además la desconfianza hacia Obama dominante entre la clase política israelí -y en parte de su opinión pública- desde que era candidato. (El País)