Rodrigo Paz tiene en sus manos el poder para escribir una nueva era en Bolivia

El senador y ex alcalde de Tarija inicia una etapa política inédita para el país tras consagrarse presidente en la segunda vuelta electoral ante Jorge Quiroga. Los desafíos del nuevo jefe de estado boliviano

Infobae

Debieron pasar 7211 días para que Bolivia viera nacer una era diferente. El pueblo boliviano -harto de la etapa marcada por Evo Morales, Luis Arce y el MAS- decidió dar un golpe de timón al elevar al altar del balotaje a dos candidatos que nada tenían que ver con los últimos 20 años -apenas interrumpidos por Jeanine Áñez- de monopolio izquierdista y cocalero.


Rodrigo Paz venció en segunda vuelta a Jorge “Tuto” Quiroga y se convirtió en presidente constitucional de Bolivia. Sin atenuantes, cosechó más del 54% de los votos de acuerdo a los resultados preliminares publicados por el Tribunal Supremo Electoral (TSE). “Bolivia necesita una actitud madura, democrática y de Estado”, expresó Quiroga al reconocer la derrota, al tiempo que advirtió que el país “se avecina a tiempos difíciles”.

El triunfo de Paz ya no constituía una sorpresa para el público. Y era el favorito entre ambos contendientes dados los resultados de la primera vuelta electoral, cuando sí su desempeño en las urnas fue inesperado.

Con 58 años, Paz conoce desde joven y de primera mano lo que significa el ejercicio del poder. Es hijo del ex presidente Jaime Paz Zamora (1989-1993) y él mismo fue alcalde de Tarija, una de las ciudades más importantes del país.

Lo secundó en la fórmula el ex policía Edman Lara, un outsider de la política que emergió como el portavoz natural en las redes sociales de la indignación popular por años de mala gestión masista. Lara, quien empatizó con el humor de la sociedad en los últimos años, fue rápido al intentar sumar fuerzas para el partido vencedor Partido Demócrata Cristiano.

Apostamos por un cambio. Nos da la oportunidad de gobernar Bolivia para todos. Llamo a la unidad. Es tiempo de reconciliarnos. Se acabaron los colores políticos. Que viva Bolivia, que viva la democracia”, dijo Lara frente a los periodistas en Santa Cruz tras conocerse los resultados, sin saberse plenamente si el mensaje fue consensuado con el presidente electo.

Pero además de la unidad, el flamante vencedor electoral tendrá otros retos por delante: la economía languidece y las instituciones están cooptadas por el evismo y sus vertientes. ¿Cómo conseguirá Paz ordenar los números sin verse permanentemente obstaculizado por la justicia, el parlamento o las marchas de mineros o cocaleros?

¿Cómo enfrentará las barricadas, marchas, protestas que emergerán por las principales carreteras bolivianas cuando Evo Morales dé la orden de entorpecer cualquier reforma estructural que sienta que lo afecte? Se lo hizo al saliente presidente Luis Arce -alguien con quien comulgó durante décadas- por qué no se lo haría a un estandarte de la “derecha”.

La historia enseña que los cambios profundos deben hacerse de inmediato. Paz sabe que debe subirse al envión que le da la apuesta del pueblo boliviano por un cambio radical para la conducción del país, decepcionados por sucesivos gobiernos que no dieron respuestas a lo más básico: estabilidad económica, abastecimiento, combustibles, dólar, tranquilidad política.

El próximo presidente de Bolivia deberá ordenar las cuentas públicas: las reservas casi no existen, la cotización del dólar aumenta a diario, el combustible escasea y las filas para el suministro son eternas, la deuda pública se acumula alarmantemente, la inflación tiende a descontrolarse, el gas -principal receptor de divisas- ya no se exporta como antes, los medicamentos no se consiguen y el tráfico de todo tipo crece sin detenerse en las fronteras con Chile, Argentina, Brasil, Paraguay y Perú. Más la droga.

Esas mismas fronteras son testigo de un tráfico mucho más nocivo que cruza el Atlántico: el narcotráfico. Bandas brasileñas, peruanas, uruguayas y paraguayas se benefician de la permeabilidad no sólo de los límites geográficos bolivianos, sino de la amabilidad oficial, tanto política como militar. Todo mientras las plantaciones de coca crecen en superficie al resguardo de su principal jefe, Evo. ¿Podrá Paz combatir estos emprendimientos? ¿Querrá hacerlo? ¿Se animará a pedir ayuda si fuera necesario?

También tendrá la difícil misión de recomponer su papel en el mapa. Desde la llegada de Morales, Bolivia se desvaneció y sólo entabló relaciones sólidas con Cuba, Venezuela e Irán. Por ejemplo, por orden de La Habana y el chavismo, Bolivia no tiene relaciones diplomáticas con Estados Unidos desde 2008, cuando Evo expulsó al entonces embajador norteamericano, Philip Goldberg. La colaboración con la DEA se canceló y los campos de coca se multiplicaron exponencialmente.

Marco Rubio, secretario de Estado norteamericano, ya había anticipado que se intentaría normalizar las relaciones al afirmar que tanto Paz como Quiroga querían relaciones serias con Estados Unidos.

Morales, en tanto, se mantendrá en su refugio del Trópico de Cochabamba para evitar ser detenido. Desde allí diagramará cómo frenar a la nueva derecha que gobernará Bolivia durante los próximos cuatro años. Apostará por el caos. No tendrá problema en incendiar el país ni en “contar muertos”. Ya lo hizo otras veces. Quizás sea tiempo, también de que surjan nuevas caras en la izquierda boliviana.

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