Putin abraza a los “parias” del mundo: Corea del Norte, talibanes y el club de los proscritos

Los 40 meses de guerra en Ucrania han agravado el aislamiento del Kremlin, que forjó alianzas con regímenes autoritarios para eludir sanciones y obtener armamento, tecnología y recursos naturales


La nueva realpolitik exterior rusa no sabe de democracia, derechos humanos, defensa de la mujer y respeto de las minorías sexuales. La prioridad es tender nuevos corredores para eludir las sanciones occidentales al suministro de hidrocarburos y armamento, vitales para la economía y la maquinaria de guerra rusas.

A la hora de buscar amigos coyunturales, el Kremlin aplica viejas recetas soviéticas y, en otros casos, aprovecha los errores cometidos por Occidente, como la precipitada retirada del ejército estadounidense de Afganistán.

Mientras, el presidente ruso, Vladimir Putin, apenas puede viajar al exterior -participará el domingo en la cumbre de BRICS en Rio de Janeiro por videoconferencia-, por temor a ser arrestado por orden de la Corte Penal Internacional (CPI).

Talibanes, aliados contra el Estado Islámico

La bandera del Emirato Islámico de Afganistán ya ondea en el balcón de la embajada afgana en Moscú.

Rusia se convirtió esta semana en el primer país en reconocer el Emirato Islámico de Afganistán, el nombre oficial elegido por los talibanes, que izaron rápidamente su bandera en el balcón de la embajada afgana en Moscú.

Aparte de aprovechar el vacío dejado por EE.UU., el motivo es combatir al Estado Islámico (EI), uno de cuyos brazos -el Estado Islámico de la Provincia del Korasan (ISPK, por sus siglas en inglés)- reivindicó el atentado terrorista más grave ocurrido en suelo ruso en más de 20 años: la muerte de 145 personas en el ataque contra la sala de conciertos Crocus City Hall en marzo de 2024.

Los talibanes y el EI son enemigos acérrimos. Por ello, Moscú confía en su ayuda para combatir a los miles de miembros de ese grupo, muchos de los cuales proceden de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central.

El líder talibán Abdul Ghani Baradar durante un encuentro con el jefe del consejo de seguridad ruso Sergei Shoigu en Kabul (AFP)

A su vez, Moscú quiere recuperar viejos proyectos de infraestructuras para hacer llegar sus materias primas a Pakistán e India, además de encontrar una salida al Océano Índico, una ambición rusa desde tiempos de los zares.

En el mejor de los casos -si los talibanes pueden garantizar la seguridad de todo el territorio-, Rusia estaría interesada en convertir Afganistán en un país de tránsito de mercancías con el tendido de gasoductos y vías férreas, en lo que también están interesados Kazajistán y Uzbekistán.

Los talibanes también necesitan suministros de energía para su alicaída economía, además de grandes cantidades de grano, sector en el que Rusia también es uno de los líderes mundiales.

A cambio, según los analistas, Afganistán cuenta con recursos naturales muy apreciados en estos tiempos: tierras raras. China le lleva ventaja a los rusos y ya invierte anualmente 150 millones de dólares en la economía afgana a cambio de licencias para explotar petróleo y minerales.

Corea del Norte, un pacto de sangre

Los iraníes han sufrido en sus propias carnes el alcance de la amistad rusa. Drones Shahed iraníes fueron claves en los primeros dos años de guerra en Ucrania. A cambio, Moscú decidió no entrometerse en el conflicto entre la república islámica e Israel.

Putin argumentó que Irán no quiso cooperar con Rusia en defensa antiaérea. En Teherán aseguran que Moscú no le quiso suministrar ni baterías antiaéreas S-400 ni aviones Su-35 ni helicópteros de asalto Mi-28 para no irritar a Israel, que se ha mostrado muy cauteloso a la hora de ayudar militarmente a Ucrania.

No es el caso del Corea del Norte, con la que Rusia firmó un tratado que, al contrario que con Irán, sí incluye una cláusula de asistencia mutua en caso de agresión.

De hecho, el líder norcoreano, Kim Jong-un, autorizó en 2024 el envío de miles de soldados para ayudar a los rusos a expulsar al enemigo ucraniano de la región fronteriza de Kursk.

Según la prensa surcorena y ucraniana, Pyongyang se plantea movilizar un nuevo contingente de entre 25.000 y 30.000 efectivos, que serían desplegados no en territorio ruso, sino en las regiones ucranianas anexionadas por Moscú, según la CNN.

Fuentes occidentales informaron recientemente de que Corea del Norte envió en los últimos doce meses a Rusia un centenar de misiles balísticos, nueve millones de obuses, además de todo tipo de armamento pesado y vehículos.

A cambio, Moscú proporcionó al conocido como reino ermitaño misiles antiaéreos, sistemas electrónicos de combate y tecnología, uno de los bienes más preciados para el régimen comunista.

Las últimas noticias procedentes de la inteligencia militar ucraniana apuntan a que Pyongyang ha recibido ya sistemas de defensa antiaérea Pantsir S-1, utilizados por los rusos para defender la capital, Moscú, de los ataques de misiles, aviones o drones enemigos. 

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