Los espeleólogos se adentran en la segunda cueva más profunda de la Tierra, llegan al fondo y emergen con historias aterradoras
Desde especies nunca antes documentadas hasta cuerpos suspendidos en la oscuridad, la cueva Veróvkina ha sido uno de los desafíos de la espeleología contemporánea.
Pero en 2024, una revisión de sus mediciones corrigió la cifra: su profundidad real es de 2.209 metros, tres metros menos que la cueva Krubera, también en el Cáucaso.
Criaturas que nunca vieron la luz del sol y un cadáver colgado
El grupo liderado por el veterano espeleólogo ruso Pavel Demidov descendió hasta un punto conocido como “el sifón”, un lago subterráneo apodado por los científicos como “la última parada del Capitán Nemo”. Allí, en total oscuridad y a temperaturas cercanas al punto de congelación, descubrieron más de 20 nuevas especies de organismos: seres ciegos, sin pigmentación, perfectamente adaptados a la vida en la completa oscuridad del subsuelo.
Sanguijuelas, ciempiés y escorpiones forman parte de este elenco biológico. “Han evolucionado durante millones de años en aislamiento absoluto. Son únicos en la Tierra”, afirmó Ilya Turbanov, del Instituto Papanin de Biología de Aguas Continentales, para el medio BAQ.
Sin embargo, lo más aterrador del descenso fue lo que hallaron a mitad de la kilométrica fosa. A 1.110 metros, los investigadores se toparon con una figura suspendida del techo de la cueva. No era parte del entorno: era un cadáver humano, colgado de una cuerda. El fallecido era Sergey Kozeev, un turista de 37 años que había desaparecido en noviembre de 2024.
Deportista aficionado, amante de los desafíos extremos y, según informes, obsesionado con la idea de conquistar Veróvkina. Su preparación autodidacta fue insuficiente. “El equipo que llevaba no cumplía ni con los mínimos requisitos técnicos”, señaló Evgeny Snetkov, de la Unión Internacional de Espeleología (UIS). No se ha determinado aún la causa exacta de su muerte. Según BAQ, las hipótesis de su accidente oscilan entre una caída con lesiones internas, una muerte por congelamiento tras quedar atrapado en su propia cuerda, o un colapso por agotamiento físico.
Con todo esto, la cueva Veróvkina, nombrada en honor al espeleólogo soviético Alexander Verevkin, es hoy tanto un símbolo de los logros científicos como de los límites físicos y psicológicos del ser humano. Desde sus criaturas desconocidas hasta sus tragedias silenciosas, este abismo natural desafía nuestra comprensión del planeta y de nosotros mismos.