Valladolid-Real Madrid / Mbappé lanza la escapada
Otra noche grande del francés, que con su primer hat-trick liquidó al colista. El Madrid ganó sin gastarse ante un Valladolid rendido.
Dos mundos conviven en la plantilla del Madrid: superlujo en ataque, carestía en defensa. Es producto de la vocación del club en gastarlo casi todo en el gol y sus alrededores (no podría decirse que le ha ido mal si uno visita su museo) y de la concentración de percances en la zona más débil. Así que, sin fichajes, de aquí a final de curso Ancelotti deberá ir de remiendo en remiendo. El de Zorrilla, con Lucas Vázquez tocado, fue mandar a la derecha a Asencio, devolver (o deportar) a Tchouameni al centro de la zaga y colocar en su puesto a Valverde, al que el italiano describió en la víspera como el jugador más completo del mundo. En traducción libre: ponerle de lateral es un desperdicio, aunque ahí acabara el partido cuando entró Alaba. Asencio se defendió estupendamente en un terreno que no es el suyo. La velocidad es primordial para el puesto y él la tiene. También el carácter, plus de cualquier canterano.
Un Valladolid sin gol
El Valladolid llegó al partido azotado por una serie de catastróficas desdichas. Algunas endémicas, como el desencanto con Ronaldo, que se ahorró la algarada, y la falta de recursos que impide fichar; otras, recientes, como la fuga de Juma y la baja de Raúl Moro, probablemente los dos mejores activos de la plantilla. Salir de esta era un imposible
Y eso que al Madrid suelen pegársele las sábanas en partidos así. Sucedió, por no ir más lejos, el miércoles ante el Salzburgo, que tuvo sus minutos de gloria antes de ser goleado. También los disfrutó el Valladolid, que ofreció una salida valiente, un de perdidos al río. Pudo darle un gol, en cabezazo de Torres salvado por Courtois a la salida de un córner, antes de bajar el tono, el bloque y la amenaza. A partir de ahí procuró protegerse en defensa con escapadas esporádicas de Marcos André y Sylla, dos puntas de bajísima producción. La falta de gol es la enfermedad primaria del Valladolid; el resto puede entenderse como metástasis. Procuró sacar partido de lo poco que le cayó. Un tiro lejano de Sylla con un bote guasón detenido por Courtois fue lo más reseñable de esa etapa del partido.
El Madrid andaba frío como la noche, perezoso en la circulación, en el demarque y en el repliegue hasta que quiso Mbappé. Se preparó una pared con Bellingham y batió a Hein de tiro colocado. Su territorio de caza retrata bien su nuevo estado anímico. Cuando pintaban bastos acababa refugiándose en la izquierda, zona de confort. Ahora se siente un nueve de verdad, pisa poco las bandas, anda muy vivo en el área y sobradísimo de jerarquía. Aquel penalti fallado en San Mamés no fue otra cosa que un electroshock.
El tanto quebró la resistencia del Valladolid. En situaciones como la suya la moral es papel de seda. Entonces el Madrid comenzó a jugar a placer por tierra, mar y aire: Fran García desde la izquierda, Rodrygo como mediapunta, Bellingham atacando la segunda línea, Mbappé en cualquier parte. Quizá pecó, hasta el descanso, de recrearse demasiado, de ir poco al grano. La estadística de tiros a puerta (dos) era probatoria.
Cuesta abajo
También le costó arrancar al Madrid en la segunda mitad, en parte porque el Valladolid se recompuso brevemente sin pisar el área de Courtois, a pesar de las buenas intenciones de Marcos André, carente de auxilio. Y de nuevo interrumpió la modorra Mbappé con un gol de tan alta precisión como alta velocidad. Robó Valverde, lanzó Ceballos a Rodrygo, mientras Mbappé le doblaba por la izquierda como un cohete dibujándole el desmarque, que en fútbol es jugar al escondite sin que te pillen. El francés recibió en el área, acomodó el cuerpo para meter su derecha y colocó la pelota junto al palo izquierdo de Hein. Todo sucedió en un pestañeo.
El poco suspense que le quedaba al encuentro acabó ahí. El Madrid se marchó a la Champions con un trasteo de pelota hasta que Mbappé encontró el hat-trick que venía persiguiendo al transformar el penalti final, cometido por Mario Martín, que vio la segunda amarilla por su planchazo sobre Bellingham. Alaba, Modric y Arda Güler refrescaron el ambiente mientras Diego Cocca había tirado de lo último que tenía, Latasa, rival íntimo del Madrid. A Zorrilla no le gustó el cambio, por el saliente, Marcos André, el mejor del equipo, y por el entrante, fichaje caro vacío de gol. El público entendió entonces que en el precio de la entrada se incluía también la protesta contra la presidencia y en eso se empleó a fondo. Fue la cara B de otra noche más productiva que brillante para un Madrid que ahora vuela