Primero al-Assad, ahora Maduro

La caída de la dictadura de Bashar al-Assad de Siria debe tener hoy a los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua muy inquietos, porque Rusia es el apoyo principal para estas dictaduras e Irán, por su parte, ha desplegado su capacidad militar y su influencia política en apoyo a estas dictaduras. Lo cierto es que a Maduro, a Ortega y a los Castro (Díaz-Canel es un monigote) el tiempo se les acaba

Infobae

En una semana cayó una dictadura de 50 años y los efectos se van a sentir en todo el mundo; o mejor, ya se están sintiendo. La fuga de Bashar al-Assad de Siria y el colapso de esta tiranía deja muchas lecciones, que hasta ahora nadie había aprendido y que ahora muchos por fin aprenderán. Los efectos de este hecho deben tener hoy a tres dictadores latinoamericanos muy inquietos, yo pensaría en pánico, pues el soporte en el que basaban su dictadura quedó muy, pero muy, disminuido.


Nicolás Maduro y su gobierno mafioso en Venezuela, Daniel Ortega y su esposa en Nicaragua y Miguel Díaz-Canel y la cleptocracia de los Castro en Cuba deben estar evaluando las opciones después de que el apoyo de Rusia y de Irán a Siria se esfumara en un segundo, luego de décadas de trabajo conjunto para mantener a la familia Assad en el poder.

La verdad, hoy Rusia, como la fábula de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, quedó al desnudo, pues, con el abandono a Assad se demostró, primero, la debilidad de ese apoyo y, segundo, cómo dejan a su supuestos amigos y aliados botados sin problema, incluso, tras 50 años de estrechas relaciones políticas, ideológicas, económicas y militares. El mismo líder ruso Vladimir Putin, que se regocijaba con el abandono de Estados Unidos de Afganistan hace pocos más de 3 años y afirmaba que nunca harían lo mismo con sus aliados, hoy, con el rabo entre las piernas, entiende los límites del poder de su país y deja como lección al mundo “no somos confiables”.

FOTO ARCHIVO: El presidente ruso, Vladímir Putin (derecha), y el derrocado dictador sirio, Bashar al-Assad. Sputnik/Mikhail Klimentyev/ vía REUTERS/Archivo
FOTO ARCHIVO: El presidente ruso, Vladímir Putin (derecha), y el derrocado dictador sirio, Bashar al-Assad. Sputnik/Mikhail Klimentyev/ vía REUTERS/Archivo

Assad y Siria no eran cualquier aliado. Su padre, Hafez al-Assad, quien también era un dictador, fue un socio incondicional en la lucha ideológica contra el capitalismo durante la guerra fría y cuando cayó el muro de Berlín mantuvo esa alianza en contra de Israel y de Occidente. Es más, con una base aérea y un puerto militar en ese país, Siria era el ejemplo de cómo Rusia, y antes la Unión Soviética, trataban de ejercer un poder geopolítico mundial. Hoy eso queda en el aire y ya se le llama a este evento el Saigón de Putin y Rusia, equiparándolo a las salida americana de Vietnam.

Lo de Irán es igual. Otro emperador que quedó sin ropa y su poder regional, y de cierta manera mundial, a través de Hezbolá, se esfuma en un segundo y muestra la debilidad de otra dictadura para apoyar a sus “proxis” y a sus aliados. Irán, una nación a la que le temían hasta los países más poderosos del Medio Oriente, que utilizaba a Siria como lugar de tránsito de armas para Hezbolá y como refugio de combatientes y de líderes, dejó a su socio botado y muestra lo que son, un régimen oportunista que exprime el país donde está y que ante la menor amenaza sale corriendo.

¿Por qué los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua deben estar preocupados? La razón fundamental es que Rusia es el apoyo principal para estas dictaduras. Cuba no sobrevive sin ellos; Nicaragua y Venezuela, mucho menos. El apoyo en inteligencia y en capacidad de represión de Rusia es muy importante para mantener el control que necesitan para permanecer en el poder. Irán, por su parte, ha desplegado su capacidad militar; limitada, eso sí, y su influencia política en apoyo a estas dictaduras. No en vano, hace poco el presidente de esa nación visitó la región y fue a esos países. Donde Irán sí tiene poder es en su capacidad de desplegar a Hezbolá en la región, que hoy tiene como epicentro de operaciones criminales a Venezuela, pero también opera redes de narcotráfico, lavado y explotación ilegal de oro a lo largo y ancho del continente.

Las tres dictaduras tienen poquísimo respaldo ciudadano, como ocurría con Bashar al Assad en Siria. Los tres dictadores se mantienen gracias a la represión brutal que ejercen sobre cualquier ciudadano que los cuestione. Rusia, Irán y China; además, hacen parte de ese grupo de países que les dan apoyo internacional, sin importar las violaciones a los derechos humanos, la corrupción o la crisis humanitaria que generan. Se escudan en la famosa frase del sur global o la idea de la no injerencia para justificar el apoyo a estas dictaduras sangrientas, que se sentían cómodas con ese respaldo pero que ahora ven cómo podría esfumarse en segundos.

Es más, en un podcast que grabó hace unos días uno de los hombres más cercanos al presidente electo de Estados Unidos Donald Trump, Vivek Ramaswamy, dijo que la negociación sobre Ucrania iba a tener como condición la salida de Rusia de Cuba, Venezuela y Nicaragua**. Los dictadores quedan advertidos, y en el caso de Maduro y sus mafiosos, o negocian, y tienen hasta el 10 de enero, o van a acabar como Assad y su equipo, unos en el exilio y otros muertos.

Este nuevo escenario internacional, que genera tanta esperanza, con muchos riesgos, no nos vamos a engañar, tiene dos actores fundamentales a los que los demócratas del mundo debemos agradecer: el primer ministro Benjamín Netanyahu y el pueblo de Israel, quienes, con sus ataques a Hamás, a Hezbolá y a Irán, los debilitaron tanto que no pudieron acudir a la defensa de Assad en Siria. También le debemos a Vladimir Zelensky y al pueblo de Ucrania su papel en el brutal desgaste militar de Rusia- que ha perdido cerca de 600 mil ciudadanos en su invasión-, primero, evitó que ese país cayera en manos de Putin y, además, no tuvieran cómo defender a Assad, tal y como lo hicieron en el 2015.

Se siente un aire fresco que puede ser capitalizado con la llegada de Trump al poder, lo que lo inmortalizaría, con el regreso de la democracia a esos países, hoy en manos de dictadores, criminales y además terroristas. Hay que llamarlos por su nombre y no equivocarnos a sobre lo que son.

Esperemos, pero lo cierto es que a Maduro, a Ortega y a los Castro (Díaz-Canel es un monigote) el tiempo se les acaba. Ya era hora.             

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