Independiente vivió una noche de fiesta: ganó, se metió en la Sudamericana y todavía sueña con volver a “su” Libertadores
Julio Vaccari es un técnico que está lejos de despertar simpatías entre los hinchas, pero que puede defender su rendimiento con los números en la mano
Independiente certificó su regreso a las competiciones internacionales. El 2-1 sobre Atlético Tucumán cerró la clasificación para la Copa Sudamericana, que en realidad ya tenía prácticamente asegurada, y le sirvió para mantener intacta la chance de meterse en la etapa previa de la Libertadores, resultados ajenos mediante.
La disyuntiva alentó el estado de debate permanente que la afición del Rojo transita ya como una costumbre. La oportunidad de volver después de siete años al trofeo más querido por el club, el que le dio fama, trascendencia y gloria, resulta toda una tentación para buena parte de un público ávido por reverdecer los tiempos gloriosos, más allá de que una eliminación prematura en esa primera ronda lo dejaría una temporada más con las manos vacías de competición internacional.
Del lado de enfrente se sitúan quienes sostienen que dada la situación global de la institución, con un enorme pasivo acumulado y muy escasa liquidez para reforzar el plantel, resulta más sensato asegurar la participación en la fase de grupos de la Sudamericana. El caso de Kevin Lomónaco es, en ese sentido, un ejemplo perfecto: está a préstamo de Bragantino de Brasil, adquirir su pase a final de año cuesta tres millones de dólares y el Rojo tiene serias dificultades para juntarlos.
El tema amenizó la espera de un partido que, por una vez, Independiente afrontó con la satisfacción interna de tener casi cumplido el objetivo que se planteó en enero pasado, y sin más presión que despedir el año en su casa dibujándole a su gente una sonrisa que se ensanchó aún más en el entretiempo, cuando Ricardo Bochini y José Percudani pisaron el césped con la Copa Intercontinental ganada ante el Liverpool en Tokyo hace exactamente cuatro décadas.
Lo mejor del partido
Era una noche para regalar aplausos. Para aquellos que generalmente los cosechan, como Lomónaco, Santiago Hidalgo, Felipe Loyola o Lautaro Millán. Pero también para varios de los discutidos, como Gabriel Ávalos o Adrián Spörle; y hasta para los más resistidos, como Joaquín Laso e Iván Marcone, que terminan contrato el 31 de este mes y cuya continuidad no está garantizada.
No era, por el contrario, una jornada para observar con lupa la calidad del juego ofrecido por el equipo, muchas más veces criticado que aplaudido a lo largo de la temporada. Ni para discutir las decisiones tácticas o los cambios decididos por Julio Vaccari, un técnico que está lejos de despertar simpatías entre los hinchas pero que puede defender su rendimiento con los números en la mano.
El Decano también llegaba al duelo en Avellaneda con los deberes hechos. La buena campaña realizada desde que Facundo Sava se hizo cargo del equipo no alcanzó para pelear un puesto entre los que viajarán por Sudamérica en 2025, pero sí para dejar a los tucumanos acomodados en la mitad de la tabla de promedios cuando se reanude el fútbol.
Dispuesto en ese contexto, el partido quiso mostrar frescura desde el arranque, con pretensiones de ataque y presión alta de ambos lados -más eficaz por parte de Atlético-, aunque chocaría demasiado pronto con algunos de los males que circulan por nuestras canchas.
A los 10 minutos, una buena combinación entre Federico Vera, Ávalos y Marcone acabó con un centro al segundo palo, Tomás Castro Ponce forcejeó con Lautaro Millán, y Fernando Espinoza necesitó tres minutos de VAR para determinar que había sido penal que Ávalos transformó en el 1 a 0. Dos minutos después, Marcelo Estigarribia saltó a disputar una pelota con Lomónaco, le aplicó un brutal codazo en la ceja y se ganó la tarjeta roja. El partido se interrumpió otro buen rato y se desfiguró en buena medida, más allá de que el visitante nunca renunciaría a jugar.
Entusiasmada con su propia fiesta, la gente del Rojo no pareció preocupada porque Tomás Durso comenzara a negarle goles a Millán e Hidalgo en la primera mitad, o a Diego Tarzia en la segunda. Tampoco reaccionó mal cuando a los 19 de la segunda etapa, y luego de algunos minutos de dominio del Decano, Mateo Bajamich pusiera el empate tras dos cabezazos en el área. El equipo le respondió con el tanto del triunfo, que el chileno Loyola acomodó con delicadeza junto al palo izquierdo a los 29.
El cierre tuvo aire de revancha después de tantas broncas acumuladas durante el año. Hubo llanto de Rodrigo Rey -apoyado desde antes de empezar por los problemas escolares de su hijo Benicio-, cantos pidiendo un triunfo en la Bombonera el próximo fin de semana, y una alegría generalizada que hacía mucho tiempo no se vivía en el Bochini.
Independiente necesita quedar por delante de Huracán y Godoy Cruz en la tabla anual, pero además, que Vélez gane la Copa Argentina el miércoles y Talleres sea campeón el domingo para retornar a “su” Libertadores. Si no, su destino será la Sudamericana, un trofeo que será más premio que consuelo luego de una temporada llena de dudas y altibajos. A los hinchas les queda otra semana de debate sobre qué es lo más conveniente para un club que, de una u otra manera, solo quiere volver a ser.