El ex mandatario regresa a la Casa Blanca con propuestas que desafían las políticas de la era Biden
Ricardo H. Bloch, InfobaeUn año antes de la caída del Muro de Berlín, suceso del que se cumplen 35 años en estos días, el escritor francés Jean F. Revel publicó un ensayo titulado “El conocimiento inútil”.
En este texto de lectura imprescindible en esta era global de
escepticismo, incertidumbre e intolerancia, Revel se anticipa a la
revolución tecnológica que transformaría la industria de la comunicación
a mediados de la década del noventa. Con la claridad y contundencia con
la que expuso sus pensamientos políticos y filosóficos en más de veinte
ensayos, el académico francés afirmó: “El conocimiento siempre está
ahí, accesible y evidente. Pero también está el rechazo, colectivo o
individual, de mirar la realidad a los ojos. ¿De qué sirve saber si no
queremos comprender?”.
Detrás de esta sentencia inapelable podemos encontrar, sin duda alguna, el motivo del amplio triunfo de
Donald Trump sobre
Kamala Harris.
Aunque sería más preciso y justo afirmar que el gran derrotado fue el
Partido Demócrata, que no alcanzó a comprender que el presidente
Joe Biden
no contaba con la capacidad física necesaria para intentar su
reelección. Los estrategas de la campaña de Harris no supieron o no
quisieron mirar de frente una realidad que a todas luces favorecía la
estrategia de Trump, quien en muy poco tiempo demostró una enorme muñeca
política para cohesionar las voces críticas en su contra que resonaban
en las filas del Partido Republicano.
Tucídides
escribió que la historia es un constante volver a empezar. Veinte
siglos después, Oscar Wilde retoma esa idea expresando: “El único deber
que tenemos con la historia es reescribirla”. Con un dogmatismo a prueba
de balas, Trump subió la apuesta con sus propuestas políticas más
radicales en temas de migración y de relaciones internacionales, al
tiempo que Harris no tuvo el coraje para ampliar un rosario de ideas que
ya había fracasado en 2016 durante la campaña de Hillary Clinton.
La Agenda 2030 pasará a la historia como una enseñanza sobre todos los
temas que no deben amplificarse en materia proselitista para atraer a
los votantes indecisos. Sus postulados del futuro basados en el oxidado
tablero de las instituciones multilaterales de la posguerra sólo serán
debatidos en largas discusiones en las mesas de café.
Pocos
días antes de las elecciones, el flamante vicepresidente electo, J.D.
Vance, formuló un diagnóstico profético sobre la debacle que esperaba a
Kamala Harris. Así lo dijo: “Todo el Partido Demócrata moderno creció en
una era en la que había consenso. Crecieron en una era de gran
confianza social. Muchos de ellos están tratando de restablecer esa
confianza social desde arriba, sin reconocer que la confianza social
surgió orgánicamente de la forma en que funciona la sociedad
estadounidense. Si hay gente que intenta restablecerla desde arriba, se
degrada precisamente lo que se está tratando de crear”.
Inmerso
en una coyuntura global caótica, y con un ascenso notable del poder
económico de China, Trump pareciera intentar la búsqueda de una tregua
en los conflictos bélicos que protagonizan Rusia e Israel. No está claro
aún si también convocará a redefinir las reglas del comercio
internacional con el gobierno chino, o si su prédica proteccionista se
impondrá en políticas públicas de impacto global, sustentadas en las
leyes que pueda sancionar a partir del control parlamentario obtenido en
ambas cámaras. A esto hay que agregarle una afinidad ideológica del
presidente electo con la actual mayoría de los miembros de la Corte
Suprema de Justicia.
Si
ocho años atrás la irrupción de Trump era un llamado de atención para la
casta política estadounidense, su amplio triunfo del martes anuncia un
cambio revolucionario en el sistema político del país que durante dos
siglos exportó su visión democrática a todo el mundo. Habrá que estar
muy atentos a los pasos inmediatos que tomará Elon Musk, el gran
ganador de la batalla corporativa que se libraba en simultáneo a la
contienda política. El ejecutivo más poderoso de los Estados Unidos será
el gran confidente del presidente Trump. Y quien lo anime a tomar
desafíos políticos y empresarios, entre ellos la conquista definitiva
del espacio, para mantener a los Estados Unidos en la cúspide del poder
mundial.