Los terribles peligros de apaciguar a una Rusia guerrera
El pasado de la Guerra Fría en Finlandia ofrece lecciones urgentes para el futuro de Ucrania
Este es un momento para que toda Europa reflexione sobre ese monumento en una plaza de Helsinki. Ese uniforme maltratado, pero todavía reconocible, hueco y sin cabeza, con el cielo visible a través de sus numerosos agujeros, plantea una pregunta importante: ¿Qué puede permitirse perder un país y qué debe preservar, sin dejar de ser fiel a sí mismo?
Hoy, la finlandización ha vuelto, esta vez como modelo para las relaciones de posguerra de Ucrania con Rusia. En una misión de paz condenada al fracaso a Moscú, días antes de la invasión rusa en 2022, el presidente francés Emmanuel Macron dijo que la finlandización era “una de las opciones sobre la mesa” para Ucrania. Macron tal vez no use el término ahora, porque su línea sobre la agresión rusa se ha endurecido mucho desde entonces. Pero si la guerra termina pronto, como insiste el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, los líderes en Kiev pueden esperar presiones de muchos sectores para hacer concesiones dolorosas. La pérdida de algún territorio seguramente será uno de los precios de la paz. Luego vendrá una pregunta difícil: cómo asegurar la soberanía de Ucrania en el futuro. Algunos gobiernos occidentales pueden depositar su fe en la disuasión de Rusia, alentando a Ucrania a construir un ejército y una economía fuertes y alinear su sistema político con los valores europeos. Otros líderes mundiales pueden presionar a Ucrania para que apacigue a su vecino declarándose neutral y aceptando un lugar en la esfera de influencia de Rusia.
Realismo pero no fatalismo
Las circunstancias impusieron a Finlandia un realismo en materia de política exterior. A finales de los años cuarenta no se podía dar por sentada la supervivencia del país. Se centró en preservar los elementos esenciales de su soberanía, sin provocar a la superpotencia vecina. Pero se trataba de un realismo con un propósito, no derrotismo. Finlandia convirtió su economía agraria en una potencia industrial y trabajó duro para ampliar su comercio con sus vecinos nórdicos y el resto del mundo. El país firmó un pacto de libre comercio con Europa en los años setenta, a pesar de la oposición enérgica de Moscú. La historia de posguerra de Finlandia fue testigo de “un avance paso a paso hacia Occidente”, dice Hiski Haukkala, ex jefe de gabinete del presidente de Finlandia y director entrante del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales. “Si la paz en Ucrania se basa en permitir que Rusia dicte los términos, esa no sería la lección finlandesa”, añade. “Eso sería capitulación”.
Una placa situada junto al monumento a los caídos en la guerra de invierno ofrece una visión geopolítica de aquellos horrores de antaño. Achaca el conflicto al acuerdo secreto de Hitler y Stalin de 1939 para empujar a Finlandia a “la esfera de influencia de la Unión Soviética”. La pérdida de más de 25.000 vidas finlandesas se presenta como una inversión en un futuro mejor: un sacrificio para preservar la “independencia, la libertad y el potencial de Finlandia para convertirse en el estado de bienestar nórdico que es conocido hoy”. Finlandia no eligió su geografía, pero, incluso en su hora más oscura, luchó para elegir su propio destino. Una finlandización literal sería un modelo terrible para Ucrania, convirtiéndola en un satélite ruso. Pero el sentido de Finlandia de sí misma como nación y su voluntad de sobrevivir es un ejemplo que vale la pena estudiar.