REAL MADRID-VILLARREAL / La fiesta del misil acaba mal

Un zapatazo de Valverde al principio y otro de Vinicius al final tranquilizan a un Madrid con más acierto que juego. Carvajal, lesión preocupante.

Luis Nieto
As
En el minuto 49 apareció en los videomarcadores Toni Kroos, que acompañado de sus hijos y desde la altura de un palco contemplaba el cráter que ha abierto en el centro del campo del Madrid. El público le aclamó como en su último día de blanco. En esas sigue el equipo, en busca de un modelo que funcione sin el alemán. Pero su adiós no lo explica todo. El equipo ha perdido el apetito, Bellingham, que un día fue abeja reina, solo luce ahora como obrera, Mbappé sirve goles sin guarnición. Incluso Vinicius ha dosificado sus acometidas, pero, aún así, es capaz de sostener al Madrid mientras vuelven las musas. Un misil suyo remató al Villarreal. Otro, más esperable, de Valverde le había dejado herido cuando menos lo merecía. El triunfo blanco quedó muy minimizado por la lesión de rodilla de Carvajal en el descuento. Se fue entre lágrimas y en camilla. Pinta mal.

Perder enseña. Ese vino a ser, en modo sinopsis, el mensaje de Ancelotti tras el chasco de Lille. Al italiano la derrota le enseñó que no conviene abusar de decatletas, que al equipo le falta un punto de ‘finezza’ en la construcción, que es necesario el equilibrio entre violines y trompetas. Ahí entró la figura de Modric para ponerle piloto al Ferrari a costa del tercer punta, con Valverde, el ironman del equipo, el único jugador en su punto en la plantilla, junto a Camavinga, y el croata y Bellingham por delante, como enlaces con Vinicius y Mbappé. El plan de estabilización se llevó por delante al más débil, Rodrygo. El curso pasado no fue necesario ese recorte: bastaba con poner a Kroos y seguir la línea de puntos.

Eso sí, el gol con el que empezó todo estaba fuera del plan. O formaba parte de otro plan, dibujado en la pizarra. Modric sacó un córner hacia atrás cuando todos lo esperaban en el área y Valverde lanzó un misil desde 20 metros que se fue a la red tras el toque de gracia en Baena. Valverde y Baena: el tanto tuvo su guasa.

El factor Vinicius

El Villarreal de Marcelino había jugado hasta ahora a lo grande: puño de acero, mandíbula de cristal, ataque magnífico, defensa invisible. Una verdadera juerga si salen las cuentas, y le habían salido hasta ahora, porque la tabla dice han entrado más gallinas de las que han salido. Pero en el Bernabéu matizó su plan: del 4-4-2 al 4-3-3, casi 4-5-1, que le permitió juntar tres pivotes para hacerse más fuerte en el centro del campo y abrir mucho a Pepé y Baena.

Podría decirse que, misil en el blanco al margen, el Villarreal manejó el partido en ese inicio. Amagó dos veces antes del 1-0 y dio otras dos inmediatamente después, con testarazos tremendos, de Gueye y Barry. El primero tocó el larguero; el segundo ni se le acercó.

La mejoría en el Madrid solo aparecía en el marcador. Perdió la pelota, presionó sin fe ni intensidad, se replegó defectuosamente, flaqueó por las bandas y apenas creó oportunidades. Si acaso, salió con más criterio desde atrás sin que pudiera determinarse si fue pericia propia o dejadez amarilla, porque tampoco es de morder el Submarino. Esa mayor fluidez resultó insuficiente para acallar el cuchicheo del Bernabéu, preludio siempre de algo peor.

Acabó con esa inquietud Vinicius, lobo solitario, con tres acometidas de su estilo: quiebro, amago, aceleración y paseo sobre la línea de fondo. No encontró rematador ni portería, pero levantó la moral de la grada. Y también la del equipo. Rüdiger lo probó de cabeza. Bellingham, desde lejos, con un torpedo que se desvió del objetivo en el último instante. Y Mbappé, en contragolpe supersónico al que había dado continuidad y sentido Vinicius. Diego Conde le quitó el gol al francés de la punta de la bota al adivinarle el quiebro final. Ese toque de corneta de Vinicius le había dado la vuelta al choque, hasta el descanso en la palma de la mano del Madrid. Incluso Pepé, que espera una reencarnación en gran futbolista, desapareció de la escena tras unos primeros minutos soberbios.

Un final dramático

Aquel cuarto de hora de efervescencia pasó para el Madrid. El Villarreal retomó su mando en la segunda parte a base de toque. Ofrecía menos vértigo que al inicio, pero obligaba al equipo de Ancelotti a perseguir la pelota y enfriaba aún más a un Bernabéu que tenía ya la mosca detrás de la oreja. Tchouameni le hizo un penalti a Barry y le salvó que la rodilla de su compatriota estaba fuera de la ley en el arranque de la jugada. Con el susto aún en el cuerpo, Álex Baena estrelló el balón en el lateral de la red. A falta de casi media hora le quitó Marcelino para meter a Yéremy. Explicable el entrante, discutible el saliente, la mejor baza del Submarino.

Ancelotti pareció desistir entonces de que aquello mejorara y empezó a guardar el marcador. Metió a Militao, adelantó a Tchouameni, que tiene menos alegría que Camavinga, y hasta renunció a Mbappé. Se auguraba otro final apurado para el Madrid, pero con Vinicius no existen desenlaces previsibles. Sin previo aviso, fuera de su zona y también desde 20 metros lanzó el segundo misil certero de la noche y acabó con el Villarreal. Un gol de Valverde firmado por el brasileño. Fuego de artillería por un soldado de caballería. El Villarreal aún tuvo fuerzas para intentar acercar el marcador a la realidad con un puñado de buenas ocasiones, pero no era su día. Tampoco el de Carvajal, que se fue lesionado en la rodilla con gestos preocupantes cuando ya nada importaba. Un final horrible de un partido gris.

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