Mucha lectura y “vida hogareña”: los días tranquilos de Mario Vargas Llosa en Perú
Los médicos le pidieron que “no exagere con los viajes”, por eso el Nobel peruano de 88 años no estuvo presente en la actividades de su cátedra que se llevaron a cabo hoy en Madrid
Ahora, en este momento, en su casa de Perú, posiblemente esté leyendo. “Lee mucho, escucha mucha música, sale a caminar con algunos amigos. Está bien, súper bien”. El que habla, del otro lado del teléfono, desde Madrid, es Darío Lopérfido, que integra el directorio de la Cátedra Vargas Llosa. “No tiene ningún problema excepto tener casi 90 años, digamos”. Esta mañana, en San Lorenzo de El Escorial, en Madrid, la Cátedra organizó su tradicional gala, la cuarta ya.
El gran ausente fue Mario. “No merece la pena que haga un viaje tan largo para ir a la gala. Por un tema de edad no pueda viajar 14 horas de ida y 14 de vuelta por un acto”, explica Lopérfido. “De todos modos, él sigue atentamente todo. Siempre recibe informes de cómo salen las actividades, de cómo van las cosas con la cátedra, con la Fundación. La última vez que lo vi fue aquí, en Madrid. Ahora decidimos que todas las informaciones se hacen vía Álvaro”, agrega.
Acababa de fallecer el poeta peruano Carlos Germán Belli, a los 96 años. Entonces, Vargas Llosa lee uno de sus textos. “Y penas te conozco y ya te extraño”, comienza diciendo. Está en su biblioteca iluminado por un velador. Delante de esa torre de libros, el escritor lee versos de una hoja de resma impresa con los anteojos puestos. Lleva el cabello blanco bien peinado, camisa verde agua arremangada, chaleco estilo uniqlo, pulcro, elegante. “Que tras sus huellas, la corteza araño...”, completa.
En agosto, se esparcieron algunos rumores sobre su estado de salud, que era delicado, que no estaba bien, pero su hijo Álvaro fue quien los desmintió con dos fotos. En una se lo ve al escritor junto a su esposa Patricia: ambos están tomados de la mano, sentados sobre un sillón blanco. En la segunda, él lee un libro que no se llega a precisar cuál. “Un luchador por las ideas, además de un escritor muy importante y notable. Un hombre increíblemente afable“, lo define Lopérfido.
“Un tipo de una memoria prodigiosa: recuerdo haber tenido charlas —recuerda— y preguntarle cosas que habían sucedido hace muchos años y contármelas al detalle. Siempre fue muy gratificante hablar con él. Ahora todo esto sucede menos, naturalmente, porque la vida pasa y uno, en algún momento, se retira: pasa a tener una vida hogareña y no tan pública. La vida tiene etapas y ahora toca una mucho más tranquila y relajada, que es lo que le pasa a la gente cuando tiene casi 90 años”.