CHAMPIONS LEAGUE | LILLE 1-REAL MADRID 0 / 1-0 y Rüdiger de delantero
El Madrid, en un partido pésimo, cae en Lille con un gol de penalti transformado por David. El alemán acabó de nueve en el arreón final, única prueba de vida de los blancos.
Ancelotti juntó en Lille a Tchouameni, Camavinga y Valverde, una tonelada de fibra al servicio de Bellingham y Vinicius, y le dio por primera vez un puesto en el once a Endrick, otro de imponente anatomía, que traía un gran cartel como novillero. Un Madrid musculado y con menos pie, asunto que no se ha resuelto con la marcha de Kroos, ese alemán que probó, pase a pase, que un equipo es un animal vertebrado. El caso es que el Madrid se ordenó en un 4-4-2, con Valverde y Bellingham abiertos, Tchouameni y Camavinga cerrados y Vinicius y Endrick descolgados arriba. También con Militao y Rüdiger de vuelta a sus territorios naturales: a la derecha el brasileño, a la izquierda el alemán. Un equipo corto de imaginación. Génésio respondió con idéntica cautela: tres centrales y dos laterales de mucho recorrido en fase defensiva (en ataque mutaba a 4-4-2), el dibujo con el que comenzó el curso y cambió cuando pintaron bastos.
El cruce de una y otra estrategia dejó inicialmente un frente estable, sin demasiados progresos más allá de un remate al primer palo de Vinicius cazado por Chevalier, otro de Bellingham que buscaba la colocación y encontró un topo y un esprint de velocista jamaicano de Endrick, que sin hacer un quiebro, por pura velocidad, dejó atrás a toda la defensa francesa para acabar disparando al cuerpo de Chevalier. Magnífico en vértigo, mejorable en templanza.
La mano de Camavinga
El brasileño era la buena noticia del choque. La mala, que el partido no pasaba por Bellingham, la solución más imaginativa sobre el campo. Si manda él, manda el Madrid. No sucedía. El equipo de Ancelotti se quedaba la pelota con cierta sosería y, de cuando en cuando, se llevaba un susto. Tuvo uno tremendo en doble remate de David, con la cabeza y con el pie, que salvó heroicamente Lunin, interino cinco estrellas desde el año pasado, cuando el equipo encontró unos guantes donde esperaba un guantazo.
Ante ese Madrid vaporoso el Lille tuvo un comportamiento dignísimo. Igualó el combate a base de orden e intensidad, sin acobardarse por las medallas en el pecho del Madrid. Estiró al kosovar Zhegrova cuando pudo, empujó con sus laterales y solo le faltó encontrar con alguna frecuencia a Jonathan David, uno de esos delanteros que son ni muy grandes ni muy finos ni muy rápidos, pero agraciados con ese sexto sentido para estar donde y cuando se les necesita en el área.
Lo cierto es que estaba quedando una primera parte tan plana como la del avinagrado derbi del Metropolitano, con Vinicius cegado en la izquierda, Bellingham inactivo, Valverde de extremo abandonado a su suerte y Tchouameni tan apocado como es costumbre. De él podría decirse que solo es visible a ojos del entrenador. Desde la grada, la impresión es que se pasa de gregario. Y a falta de dos minutos, Camavinga, que está en la edad de la inocencia, cometió un penalti claro al interceptar con la mano un lanzamiento de falta de Zhegrova. Ni Mendy ni Fran García, que le reemplazó, ni la defensa de ayudas de los centrales, que no existió, pudieron parar al germanokosovar, pesadilla blanca. El penalti lo advirtió el VAR y lo transformó David.
Tampoco con Mbappé
Como la cosa no mejoraba en la segunda mitad, Ancelotti rompió su costumbre de dilatar los cambios al límite. Quitó a Militao, retrasó a Tchouameni, se puso en manos de Modric en el centro del campo y activó la ojiva nuclear de Mbappé, que no quiere perderse ni un minuto de la Champions. No hay que olvidar que ve en el Madrid un atajo hacia la eternidad. El equipo no respondió a la terapia y Ancelotti aumentó la dosis: Güler por Camavinga. Del doble pivote al monopivote Modric.
Lo cierto es que el italiano iba llenando de fantasía al equipo, pero este seguía tristón, sin llegada, sin ocasiones, sin encanto, sin ese arrebato que tantas veces le ha salvado cuando fallaba todo lo demás. Tenía el balón, pero no circulaba ni por las vías principales, Mbappé y Vinicius, ni por las secundarias, Bellingham, Modric y Güler. La aritmética no engañaba: cero ocasiones, cinco tarjetas. En traducción libre, ataque anulado, defensa apurada. Solo en los últimos cinco minutos hubo un verdadero asalto desde la heterodoxia, con Rüdiger de nueve. Dos goles le quitó Chevalier al alemán y uno más a Güler para enterrar a este Madrid vulgar. Ahora, en este modelo Champions en el que todavía se rueda en pelotón, las derrotas inquietan. Si miran la clasificación (decimoséptimo), lo entenderán.