Brey, el manosanta que salvó a Boca y a Gago
Atajó cuatro penales de los cinco que le patearon, se repuso de un error, clasificó al equipo a semis de Copa Argentina y evitó lo que pudo haber sido un escándalo.
Antonio Serpa, TyCLo de Mundo Boca no es exagerado. Al contrario, se queda corto: Boca es un universo aparte. Un día en la vida de Boca es como un año en otro club. Boca, en realidad, no es un club: es una forma de vida, un torbellino extremo, un montón de realidades simultáneas, una inagotable usina de hechos imposibles -lindos, feos, felices, crueles, dolorosos, épicos, maravillosos o detestables. No es posible entender a Boca desde afuera, hay que pertenecer y sentir lo que significa, una experiencia única, casi sobrenatural.
Todo esto puede sonar demasiado como punto de partida para un partido pedorro de cuartos de final de una copa que ni de lejos colma las expectativas de sus hinchas. Pero la realidad es que las cosas que pasaron en ese solo partido son infinitas, un buen ejemplo para justificar todo lo dicho anteriormente. Hagamos un repaso...
- Boca se jugaba la vida en este partido: imaginen lo que hubiera significado para el técnico, con apenas dos partidos, llegar el domingo a la Bombonera goleado en su debut y eliminado del único torneo donde aún estaba en carrera realmente, puerta de entrada a la Libertadores que este año miramos por tele. Un incendio.
- Ese técnico, un hombre de la casa -multicampeón, figura, capitán hasta no hace mucho- debió cambiar en tres días al arquero que había elegido originalmente.
- El reemplazante del caído en desgracia comete un error que le cuesta el empate al equipo, luego de que sus compañeros desperdiciaran varias chances de liquidar a su favor.
- Ese mismo arquero, un pibe, se agiganta en la serie de penales y ataja ¡cuatro de cinco!, el 80% de los penales que le patean. ¿Récord galáctico?
- Antes de eso, en plena previa, el DT recibe una solicitud incómoda: un futbolista titular le pide no jugar porque tiene la cabeza en un pase a Europa que se dilata y por el que vive un principio de conflicto con el club. Luego de ver el revuelo que se genera, el mismo jugador recapacita, ofrece disculpas y se pone a disposición, pero va al banco y el entrenador no recurre a él en ninguno de los 400 cambios de nombres y esquemas que realiza durante el encuentro.
- En el entretiempo, las hinchadas se trenzan: empiezan a tirarse de todo y se pudre. La Policía, incapaz de prevenir, empieza a reprimir y todo pende de un hilo, va camino a un desastre (y a una suspensión, que parece casi lo de menos en este contexto).
- Cuando todo está a punto de desmadrarse sin remedio, aparece en escena el presidente del club, convertido en Perón, y separa a las bestias. Las domestica, las invita a emprender la retirada con un liderazgo que le hubiera hecho falta al entonces Presidente de la Nación el día del velatorio de Diego, en pleno desborde. Ese hombre, el presidente del club, se mete entre los hinchas, les habla, los hace recapacitar, resuelve lo que no resuelven los palos y luego se retira en medio de la misma masa que lo mira embelesada, lo toca, lo acaricia como si fuera el Mesías.
- No puede el milagrero, sin embargo, evitar la lesión de una de sus figuras, castigada y lesionada por la inoperancia de un juez indigno, un Poncio Pilato que dejó que Gimnasia (un tal Max, un tal Garayalde, el armenio Briasco) masacrara a los jugadores de Boca con patadas arteras de atrás casi como táctica. El chico, la figura en cuestión, se va llorando y con la pierna inmovilizada a la espera de resultados.
- Con el espíritu alterado, los pateadores de Boca afrontan la tanda de penales y dos de ellos fallan. Uno, Merentiel, es el mismo que ya erró otras dos veces, que no convirtió un solo penal de tanda desde que está en Boca y que, inexplicablemente, forma parte de la lista. Los salva, por supuesto, el pibe manosanta, el arquerito que en la noche rosarina se convirtió en héroe, en fenómeno, en freak.
Es mucho para un solo club, para un solo partido, para una sola nota. Pero esto es Boca, y en definitiva todo lo que pasa forma parte de "su" normalidad, que por supuesto no es "la" normalidad. Y todavía casi casi no hablamos de fútbol. Lo haremos brevemente. Gago demostró que puede ser pragmático y adaptarse: cedió a su propio dogma del 4-3-3 y armó un equipo más lógico que logró ponerse en ventaja. Pero lleva apenas diez días y sus pedidos no son tan sencillos: tiene que cambiar la mentalidad y la forma de jugar. Si encima empieza a experimentar en medio del partido y cambia tres o cuatro veces de esquema, nadie entiende un pomo y se baila en la cornisa. Algunas imágenes de lo que ocurrió en Rosario ya se vieron en el Racing del mismo Gago: situaciones de gol a favor pero también en contra, falta de contundencia, desequilibrio, mala fortuna, castigo excesivo por la inoperancia (le llegan media vez y es gol). Al flamante DT no le pesa tomar decisiones: limpia a tres titulares en su segundo partido, en el descanso saca a otros dos y no se salva ni Cavani -que no había hecho nada salvo perderse un gol increíble.
Boca compró segundos de paz, una palabra tachada en nuestro diccionario. Segundos, no podríamos decir minutos, todo es tan vertiginoso. Los compró el chico Brey, cara de nene todavía, un manosanta que salvó al equipo y al propio Gago con sus atajadas extraordinarias que ya forman parte de la leyenda eterna: pasan los técnicos, pasan los arqueros y los rivales, pero Boca tiene un pacto supremo con el dios de los penales. Si no hubiera sido por él, por sus manos, por sus voladas, por su cabeza que supo reponerse de un error inoportuno, estaríamos hablando de otra cosa. De un escándalo, tal vez. Del mercado de pases (el que pasó y el que viene), del ciclo más corto en la historia de un técnico, estaríamos conjeturando sobre las reacciones de la Bombonera. Y habría fines de ciclo, y nuevos proyectos de estadio para aplacar las aguas. Todo eso atajaron las manos de Leandro Brey.