Y lo peor es que no sabemos si este es el fondo...
Martínez se fue: ¿es la solución? ¿Va a cambiar algo en Boca? La dirigencia está golpeada y perdida. Y el club no tiene rumbo.
Listo. Se fue Diego Martínez. Problema solucionado. Ahora Boca va a empezar a jugar bien. Barinaga no le va a errar a la cancha, Cavani dejará de caerse luego de pisar torpemente la pelota, sus compañeros patearán al arco, Belmonte entenderá dónde está parado y no despejará hacia el medio del área, Figal dejará de hacer boludeces. El Chango Zeballos empezará a terminar bien las jugadas, Riquelme se cruzará a hablar con los vecinos para terminar la cancha, Romero adelgazará los kilos que le sobran, Rojo se convertirá en un profesional que no fuma ni toma ni trasnocha, los centros de Blanco alcanzarán las cabezas de sus compañeros. Y Medina dejará de pensar en Turquía, y el Consejo de Fútbol aprenderá a escribir Fenerbahce y hasta será sobreseído en la causa en la que se acusa a sus integrantes de encubrir a un abusador condenado. Hollywood en estado puro, todos felices.
El tema es que después suena el despertador, o nos despiertan las puteadas de los hinchas, y nos damos cuenta de que no es tan así, que no es así de fácil. Que Martínez tuvo una mala gestión y efectivamente se fue apelando a la dignidad de la renuncia. Pero la verdad es que, con el ambiente "descomprimido" y todo, Boca, nuestro querido Boca, y todos nosotros que lo queremos, no tenemos una puta certeza de lo que se viene. De cuál es el rumbo. De hacia dónde vamos. El lunes a la mañana tanto puede aparecer Mariano Herrón como dirigir Silvio Rudman, el Chipi Barijho o Blas Giunta. O nadie. Y no sabemos cuánto durará el interinato ni con qué idea genial nos va a sorprender nuestro presidente al elegir su sexto técnico en menos de cinco años.
Boca, tal como venimos diciendo semana tras semana, es un caos. Lo es porque los actos tienen sus consecuencias, tarde o temprano. Y más allá de alguna rachita, al que hace las cosas mal, generalmente le va mal. Riquelme se está dando cuenta de eso y está nervioso, desencajado. En la noche de Córdoba tuvo que salir a poner la cara y se agarró con dos o tres periodistas que, ansiosos, le preguntaban. De mal modo, pisándose la cara, contestó lo que quiso un par de minutos y se fue, no sin antes admitir que Boca, su Boca, "no está compitiendo". Y en el deporte "hay que competir". No ya ganar, como exigía cuando estaba afuera. Claro, desde hace un par de años, coincidiendo con la limpieza que hizo de los planteles que le habían dejado, el equipo no gana. No lo hizo con Almirón ni con Martínez. Lo había hecho casi de casualidad con el Negro Ibarra, ayudado nada menos que por River y por Racing. Y no tiene sentido ir mucho más atrás.
Hacía rato que Martínez estaba fuera de Boca. Cuando quedó eliminado de la Copa de la Liga, frente a Estudiantes, terminó de desilusionar a Riquelme, que no lo echó en ese momento por decoro y porque había unas cuantas competencias por delante. Ahora, apenas queda la Copa Argentina. Boca está a años luz de Vélez en la Liga y ya fue eliminado de la Sudamericana. El equipo está fuera de la zona de clasificación a la próxima Libertadores. Se pasea por la mitad de la tabla y ve cómo Riestra, por ejemplo, está más arriba. Un papelón. Una vergüenza inconmensurable.
Por eso se fue Martínez, por eso dio el paso al costado. Cuando el técnico entró al vestuario visitante de la cancha de Belgrano, hacía rato que Riquelme estaba allí. Había llegado luego del segundo gol, perfectamente consciente de que no había manera de dar vuelta la historia que estaba viendo. Ya en el 1-0 tuvo ganas de bajar. Pero fue al baño y volvió. Luego del gol de Uvita, en cambio, se instaló en los camarines. Puteó de lo lindo el presidente a su plantel -todo suyo-. Les dijo que era una vergüenza, que estaban en Boca, que no se puede perder tres partidos seguidos. Martínez lo escuchó un par de minutos, lo dejó insultando y se fue a la sala de conferencias a comunicar públicamente su renuncia. El técnico sabía que eso era lo que debía hacer, lo que todos estaban esperando. De hecho, ya tenía decidido desde antes del partido que, en el caso de una derrota, no seguiría. La inusual presencia del presidente en un partido de visitante por la Liga Profesional era, al mismo tiempo, un síntoma de que la dirigencia intuía lo que finalmente terminó pasando. Y era también una señal para el DT.
Se fue haciendo ruido, Martínez, aunque tal vez muchos no hayan sabido escuchar. Una de las últimas decisiones fue exponer lo que se sabía desde hace tiempo: que no tenía la mejor onda con los referentes. Por eso se ocupó de que ninguno estuviera en campo para su despedida. Suspendidos Romero y Lema por diferentes cuestiones, descartado Rojo por su pésimo estado físico -ni viajó-, desplazado Pol Fernández al banco de suplentes, se dio el gusto de sacar al último que quedaba: Cavani. El uruguayo entregó la cinta y se fue faltando cinco minutos, con el partido 0-2, para dejarle su lugar a ¡Martegani! Hasta el reemplazo elegido fue una burla.
Lamentablemente, esto no sólo no terminó: es el comienzo de algo que nadie sabe qué es. Boca no sólo perdió a su técnico: perdió el rumbo. No tiene idea de dónde está parado ni cómo salir de esto con un plantel envejecido y desjerarquizado. Y con una dirigencia perdida que de a poco nos va hundiendo. Por favor, que alguien nos alcance un salvavidas.