River: golpe de nocaut en la Bombonera con polémica en el final

Con gol de Lanzini y uno anulado, por mano, a Giménez en el descuento, el equipo de Gallardo armó su fiesta en la cancha de Boca.


    Olé
    El VAR cortó de cuajo un grito desaforado, visceral, de desasosiego, de una multitud de Boca enardecida que desahogó sus penas festejando un empate, más por lo que evitaba -una nueva crisis, otro ciclo terminado del DT de turno, la vergüenza de perder ante un River "con suplentes"- más que por lo que el puntito significaba. Era, también, el premio para un equipo que no se rindió, más por el empuje de su gente que por prestaciones propias.

    La mano de Milton Giménez (mínima, pero que influye nítidamente en el desarrollo posterior de la jugada) y la correcta decisión posterior de Ramírez completa el peor escenario posible para un ciclo de Diego Martínez que en una semana quedó desplumado de objetivos y de invictos: con Racing en los clásicos, con el CARP en los superclásicos y la frutilla de la paradoja es haber cedido la racha sin derrotas en la Bombonera ante el mismo rival que la inició hace casi un año atrás, nada menos que contra un Gallardo al que ya no le quedan medallas en el pecho para colgarse. River, así, se llevó todo lo que había en la mesa y dejó a su rival en incendio declarado, con un entrenador en default real y a sus jugadores (en este caso Chiquito Romero) peleándose con los hinchas.

    El escándalo final no le deja a Boca ni la excusa de una mala decisión arbitral. River fue superior en gran parte del partido, y debió ganar con mayor claridad en el marcador de no ser por la impericia para definir de Miguel Ángel Borja. Si hay lugar para la polémica y la discusión es porque el Colibrí erró dos goles impropios de la clase de jugador que es y del partido que se estaba jugando.

    Aún antes del gol, Lanzini ya era el mejor del partido, para esas alturas el único futbolista en otra estatura rítmica, vibrando por fuera de la batalla de trincheras que era el clásico en su inicio. Más allá del lógico ímpetu que siempre marca la localía, lentamente se fue imponiendo el mejor planteo estratégico de Gallardo. La línea de 3/5 fue mucho más pensada como un sistema para ganar que como un recurso ante la emergencia de la agenda.



    El Muñeco puso a tres centrales no para amontonar gente sino para contener mejor la zona de influencia de Cavani y Merentiel, siempre proclives a entrar y salir del área. Y abrió bien a los laterales para tener bien cubiertos a Blanco y Advíncula. Así, con ese movimiento, neutralizó las mejores armas de Boca, al que no le alcanzaba con el manejo de Medina y Zenón, quienes tenían casi siempre bloqueados las vias de pase, y muy congestionada la franja central para intentar por dentro.

    En cambio, a River le resultó relativamente fácil encontrar las conexiones para el juego. Fue desde Lanzini, como cuña en su función de interno izquierdo y a partir de la insólita insistencia de Diego Martínez en colocar a Ignacio Miramón en una función para la que no tiene instinto ni condiciones. Algo de esto se vio una semana atrás en el clásico ante Racing, aunque la situación pasó un tanto inadvertida porque Costas no puso un hombre ahí que lo lastimara, pero se vio claro que durante toda la tarde el mediocampista flotó incómodo sin saber a quién tomar, y si jugó un partido correcto fue porque se mandó por el medio, donde demostró que ese sí es su hábitat natural.

    Pero este domingo a Lanzini no pudo encontrarlo nunca. Llegó tarde a presionar, sufrió con la aceleración de Manu, y fue a partir de ahí que River encontró primero buenas asociaciones en el juego y después el gol. Que empezó y terminó el mismo Lanzini, desde el quite, el pase a Colidio y su llegada vacío para definir.

    Ahí sí, a Boca se le hizo realidad la crisis, porque estaba perdiendo el partido que no podía perder, quedaba casi desnudo de objetivos, con el año larguísimo casi sin competencia (la Copa Argentina no tiene rango para un club como Boca) y la necesidad de hacer algo, rápido, antes de que fuera demasiado tarde. Apeló a, quizá, lo único que tenía a mano: la intensidad, la garra, el espíritu, lo que siempre demanda la tribuna como un factor innegociable.

    El "movete, Boca, movete" que emergió desde las entrañas del Templo marcó el camino. Lo que se vio en el campo, mucho o poco, tuvo que ver más con eso que con alguna respuesta táctica desde el banco o individual desde alguno de los jugadores. El primer tiempo se fue con un Boca más enjundioso pero sin que eso alterara el desarrollo del juego. Tanto, que el local se fue al descanso sin patear al arco ni generar situaciones de gol.

    El pobre Miramón quedó expuesto por la jugada y porque pagó los platos rotos saliendo en el entretiempo, aunque las huellas de Diego Martínez enchastran toda la escena del crimen. El DT experimentó tirando a la cancha al Changuito Zeballos con el daño hecho, lo que le dio más libertad de acción a Lanzini, que seguía manejando la pelota con inteligencia, ante un River tenue pero visiblemente más cerca del segundo que Boca del empate.

    Aunque el partido se desangraba en intentos de área a área, el equipo de Gallardo tenía más espacios y menos nervios. Pero a River le empezó a quedar lejos el arco, demasiado, quizá porque le faltaron piernas para seguir apretando en el medio. Fue un ratito de asedio local, cuando generó un par de aproximaciones y un zurdazo lejano de Advíncula que devolvió el travesaño. Fue hasta que Gallardo refrescó el equipo y recuperara compostura. Con Nacho y Mastantuono frescos armó un desastre, lástima que Borja lo arruinara todo errando por impericia dos mano a mano. Boca fue con lo que le quedó en los bolsillos, que no era mucho. Y River la bancó con un enorme Paulo Díaz, el oficio de González Pírez y el sello de Armani para aparecer cuando se lo requiere, como en la del final ante el Changuito.

    River lo ganó porque este Gallardo volvió más pillo y menos lineal que el que se fue, porque el equipo lo jugó en modo Libertadores, y porque Boca quedó expuesto en las limitaciones de su plantel y de un entrenador al que el cargo, como a muchos que pasaron por ahí, al fin y al cabo no es una deshonra, el cargo le quedó grande. No tuvo plan ni juego, quedó claro que Cavani no estaba para más de media hora y, en definitiva, todo lo que a Boca le podía salir mal, le salió peor...

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