NATIONS LEAGUE | SERBIA 0 - ESPAÑA 0 / La magia se quedó en Berlín

España empata en Belgrado en un partido espeso en el que no encuentra el buen juego que le hizo campeona de Europa. Lamine, el mejor.

Héctor Martínez
As
La magia se quedó en Berlín. Suena a título de novela, pero no es más que la lectura que deja el Serbia-España con el que arrancó la cuarta edición de la Nations League, competición en la que La Roja defiende título. Era el reencuentro con los campeones de Europa, pero la noche dejó un partido gris, con demasiadas tarjetas y un juego espeso. Casi nada funcionó. Ni el desborde de Nico, ni la batuta de Zubimendi, la llave en ataque de Olmo o la sorpresa con la titularidad de Ayoze. Solo brilló Lamine. España no fue España y el punto sabe a muy poco. El domingo, en Ginebra, ante Suiza, una nueva oportunidad para dejar claro que hasta el mejor escribano echa un borrón. No todos los días un gol de Oyarzabal nos puede hacer gritar desde el balcón.

Cuando el listón se pone a la altura de Armand Duplantis, a uno no le queda más remedio que buscar la excelencia en cada salto, cada vez que juega, sea en la Nations League o en un campeonato de mayor empaque y tradición. El título de la Eurocopa y sobre todo el hecho de ganarla como se ganó, con el buen juego como receta, algo que envidian muchas selecciones, hará que a esta España se la mire con lupa. El partido en el Rajko Mitic de Belgrado era una buena ocasión para hacerlo. Incluso con las sensibles bajas de Unai, Rodrigo y Morata, La Roja estaba obligada a comenzar con buen pie el viaje hacia la Final Four de la Nations League, que en esta edición cuenta con una ronda añadida de cuartos de final como aliciente para seguir creciendo.

Lo primero que quedó claro es que el ambiente no acompañaba. Desangelado en las gradas, con una afición de uñas contra Dragan Stojkovic, un seleccionador incapaz de sacar provecho a una buena generación de jugadores. La participación de Serbia en la Eurocopa dejó como nota un suspenso, eliminada en la primera fase. No lo tenía fácil Stojkovic, quien, en su día, cuando era perla de aquel gran Estrella Roja, sentenció a España con dos goles en el Mundial de Italia 90; no lo tenía fácil, digo, por la plaga de ausencias, con tres especialmente reseñables, las de Vlahovic, Mitrovic y Milinkovic-Savic. Alineó un equipo aguerrido atrás, una defensa de cinco con la que indigestar los ataques de La Roja, y como aperitivo se llevó la sonora pitada de la afición en el momento en el que saltó al terreno de juego.

Serbia entra mejor en el partido

Serbia, sin embargo, entró mejor que España en el partido. Birmancevic incordiaba y Jovic amagaba con rematar. Ruido y no nueces, pero al menos esas buenas señales servían para hacer que la grada se olvidase de hacer diana en el seleccionador. Poco a poco, Lamine y Nico, cómo no, se encargaron de animar el baile. Cada vez que el balón rondaba por sus botas se encendía la señal de peligro en la meta defendida por el ex del Mallorca Predrag Rajkovic. Nedeljkovic y Birmancevic eran los encargados de vigilar a las dos alas españolas que apenas 24 horas antes habían sido elegidas entre los nominados al Balón de Oro. Ahí es nada.

Pero si el equipo no encontraba a Olmo, poco había que hacer ante una defensa tan poblada, un bloque bajo absolutamente hermético. Y de ahí a la desesperación va un paso. Eso explica los disparos lejanos pero sin tino de Nico o Fabián mediado el primer tiempo. La mejor ocasión tardó en llegar, en el minuto 32 exactamente, un remate de primera de Ayoze que Rajkovic detuvo en dos tiempos. Un simple susto. Un minuto más tarde, Jovic hizo de Jovic. Zivkovic le dio un pase al hueco que le dejó solo en el punto de penalti; pues bien, el del Milan controló y con el 1-0 en la mente de todos, remató cruzado. Incomprensible. Zivkovic no se lo creía, Raya tampoco. Ancelotti, me da que sí. Un error garrafal para un delantero del que se sigue esperando su mejor versión. Y la paciencia se agota.

De la Fuente quiso creer en su equipo y no encontró mejor forma que mantener el once en la reanudación. Era la manera de no señalar a nadie tras una primera parte discreta. Pero en el 56′, el seleccionador decidió tocar dos teclas: Grimaldo por Cucurella y Oyarzabal por Ayoze. A partir de ahí, los pases a la banda y los centros al área aumentaron, aunque con la defensa rival en guardia era complicado encontrar remate. Eso sí, Serbia ya no salía al contraataque.

De ese modo, la última media hora consistió en mover el árbol hasta que la fruta cayera. No lo hizo en una extraordinaria falta lanzada por Grimaldo, tampoco en una rosquita ni en un disparo de Lamine. Ni siquiera en el remate de Joselu, que entró en el 81′ como recurso de urgencia. No hubo manera. España se dio una y otra vez con un muro llamado Serbia. Otra vez será. Hay tiempo para recuperar la magia.

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