La lucha venezolana ya no es solo una causa nacional, sino un símbolo de resistencia global contra el autoritarismo
Infobae
El reciente 17 de agosto marcó una jornada histórica para Venezuela y el mundo. En más de 350 ciudades alrededor del planeta, millones de venezolanos se congregaron para clamar por libertad, democracia y el ansiado reencuentro nacional. Este masivo y simultáneo grito no solo reafirmó la decisión expresada el pasado 28 de julio cuando millones votaron por Edmundo González Urrutia
como el primer presidente de una nueva democracia venezolana, sino que
también evidenció la fortaleza de un pueblo que se niega a rendirse ante
la opresión.
Este
movimiento no es un simple acto de resistencia; es una demostración
clara de civismo, valentía y entereza. Millones de venezolanos han
demostrado que no han sido quebrantados ni separados, sino que están más
unidos que nunca. La lucha venezolana ya no es solo una causa nacional, sino un símbolo de resistencia global contra el autoritarismo. Venezuela se ha convertido en el epicentro donde se define el futuro de la democracia frente a las fuerzas autoritarias.
El
chavismo, en su esencia, es un sistema populista y autoritario que se
ha mantenido a través de la división social. Desde sus inicios, la
narrativa chavista se alimentó de la creación de enemigos externos, y
enemigos internos. Esta estrategia divisoria fue clave para el ascenso
de Hugo Chávez y se perpetuó bajo el régimen de Nicolás Maduro.
Sin embargo, a medida que el apoyo popular disminuía y la juventud
venezolana emigraba en masa, el régimen intentó crear nuevas divisiones,
esta vez entre los que se quedaron en el país y los que buscaron una
nueva vida en el extranjero.
No
obstante, este intento de sembrar discordia ha fracasado. En lugar de
silenciar las voces de los disidentes, la migración ha amplificado la
lucha por la democracia. Venezolanos en el extranjero se han convertido
en agentes activos de la resistencia, informando, verificando noticias,
organizando redes y colaborando con la lucha interna. El 17 de agosto
fue un ejemplo perfecto de esta unidad global, con venezolanos llenando
de amarillo, azul y rojo el mundo entero. No puedo evitar, mientras
escribo este pequeño texto, emocionarme nuevamente al recordar la
esperanza de cada venezolano que se acercó a la Floralis Genérica en
Ciudad de Buenos Aires. Y esta misma esperanza se extiende desde Caracas
hasta Madagascar.
La dictadura puede haber separado físicamente a los venezolanos, pero no ha podido romper el lazo que los une en la lucha por la libertad. Como bien lo expresó la líder venezolana, María Corina Machado,
esta fuerza ciudadana crece día a día y es imparable. Este liderazgo,
encarnado en el rostro de una mujer, simboliza el renacimiento de una
nación que se niega a ser subyugada.
La
lucha de los venezolanos no es solo nuestra, es la lucha de todos
aquellos que valoran la democracia y los derechos humanos. El mundo
observa y se une a esta causa, sabiendo que en Venezuela se juega una
batalla decisiva para el futuro de la libertad en el siglo XXI.
La
historia ha demostrado que los regímenes autoritarios, por muy
poderosos que parezcan, están condenados a caer frente a la
determinación de un pueblo decidido a ser libre. Seremos libres. Y cuando eso ocurra, Venezuela será un faro de esperanza para todos los pueblos que aún luchan contra la opresión.