Independiente vio luz en la tormenta: un triunfo que se parece a una buena terapia
Venció por 1-0 a Rosario Central con el gol de Kevin Lomónaco y, por momentos, desplegó una mejoría sostenida en su juego
El fútbol, en su apartado de puro juego, además de despertar pasiones es la mejor terapia contra el mal humor. Para un hincha no hay nada como ver a su equipo dar varios pases seguidos con la precisión y velocidad necesarias para que la pelota sea un objeto inalcanzable para los rivales. El simpatizante de Independiente extraña desde hace mucho tiempo esa sensación placentera de ir a su cancha y disfrutar una tarde que a partir del juego le haga olvidar todos los males y frustraciones.
Cuando promediaba el primer tiempo y el Rojo ya vencía 1 a 0 por un zurdazo colocado de Kevin Lomónaco a los 16 en una acción nacida de un tiro libre, un centro y un rebote, el sufrido ocupante del Bochini pudo dejar de lado por un rato la bronca, las malas noticias, las incertidumbres y las decepciones que su club le ofrece semana a semana.
El muy confuso episodio de la inspección de la cancha el viernes, que la jueza Mariela Bonafine definió a una hora intempestiva de la madrugada del sábado, renovó el fastidio de la feligresía roja en su camino hacia el estadio. Por la denuncia de un nuevo desplazamiento de las gradas (desmentida por el club y nunca refrendada por las posteriores revisiones), esta vez en la cabecera norte; por el runrún externo relacionado con la posible intención de convertir el club en sociedad anónima deportiva; el citado episodio de la visita del fiscal y su difícilmente explicable petición de clausura; y por supuesto, la larga lista de antecedentes que renueva los insultos a la comisión directiva en cada partido.
El affaire del fiscal y la jueza tuvo un reflejo relativo en las tribunas “castigadas”. Fueron ocupadas como es habitual por las dos barras que se ubican en cada una de ellas, se instalaron vallas para cerrar el acceso a un sector mínimo, tanto en una como en otra, y el resto de los hinchas dio la sensación de estar menos abigarrados que de costumbre. ¿Estuvieron al 50 por ciento de su capacidad como decidió la doctora Bonafine? Difícil establecerlo pero no dio esa sensación.
Aquel instante de fútbol bien jugado, fugaz pero convincente, fue suficiente para empezar a despejar el tempestuoso horizonte Rojo. Julio Vaccari diagramó un planteo agresivo, con un dibujo que variaba del 4-1-4-1 sin la pelota, a un 4-3-3 cuando la recuperaba. La superpoblación del mediocampo le dio el patrimonio del balón desde el arranque a su equipo, y con eso le bastó para empujar a Rosario Central contra su área.
Así llegó una ocasión clara que desperdició Álex Luna, el gol de Lomónaco (segundo en dos partidos) y el comentado despliegue de posesión, toques certeros y amenaza de peligro permanente. Le faltó, como tantas otras veces, mayor profundidad para dejar testimonio en el marcador de su superioridad, pero bastó para renovar las sonrisas entre la gente.
El Canalla tiene la cabeza en otras cuestiones. La eliminatoria frente a Fortaleza de Brasil por la Copa Sudamericana que se definirá el martes ocupa su mente y Matías Lequi quiso que también tuviera prioridad en su físico. Armó un equipo cien por ciento alternativo que se paseó por el césped sin dejar huella hasta el último aliento de la etapa inicial, cuando un desajuste defensivo local propició un centro atrás que el cruce de Federico Vera impidió que se convirtiera en tanto de Tobías Cervera, y que sobrevivió más por deméritos ajenos que por virtudes propias.
Los cambios que incluyó Rosario Central tras el descanso modificaron el panorama. La gambeta de Jaminton Campaz y la calidad de Maximiliano Lovera emparejaron el desarrollo y alteraron la tranquilidad y el disfrute del que habían gozado hasta allí los locales. Hubo un zurdazo desviado del colombiano y, sobre todo, un remate de Cervera a los 43 que Joaquín Laso despejó sobre la raya.
Pero en el medio y al final, Independiente se las ingenió para sostener la ventaja sin excesivas complicaciones. También para recuperar algún que otro vestigio de ese juego que había enseñado en la media hora inicial, capaz de conseguir el milagro de cambiar los humores y delinear alegrías e ilusiones incluso en días que amanecen envueltos en aires de tormenta.