Endrick levanta la feria
El gol del brasileño en su debut endulza un partido aburrido del Madrid. Un zapatazo de Valverde y un buen tanto de Brahim, en medio del sesteo general.
Partido en casa, rival recién ascendido y con la plantilla en obras y Bellingham de baja. Las condiciones ambientales perfectas para irle abriendo paso a Arda Güler. Eso debió de pensar Ancelotti cuando lo cierto es que se esperaba a Modric para poner aguja e hilo al juego del Madrid después de dos partidos en que no había sido ni dulce ni salado, pero la recta final del curso pasado y la Eurocopa han cambiado el estatus del turco en la plantilla. Tanto como para derivar el dibujo hacia un 4-2-3-1, cauce al que va a dirigir la composición de la plantilla.
Sin embargo, no fue el turco quien justificó la estupenda entrada en el Bernabéu un domingo de agosto en horario en que se derrite hasta el alma. Fue el estreno de Mbappé el que remolcó a la hinchada. Siete años de espera explicaban la expectación. Su primera volea, sin ángulo ni potencia y rechazada por Hein sin apuro, se celebró estruendosamente. La ilusión de su llegada volvió olvidadizo al estadio.
Un Bernabéu aburrido
Vista la alineación, Pezzolano dejó demasiadas pistas de que miraba por detrás del partido. De la zaga en adelante solo repitió un futbolista, Kike, de los que le ganaron la pasada semana al Espanyol, teóricamente su guardia real. Y en el once aparecieron jugadores como Machís, transferible profundo. El miércoles recibe al Leganés, compañero de ascenso y de la Liga que, por presupuesto, le corresponde y quiso evitar un desgaste inútil.
Sin embargo, manejó bien la primera mitad ante un Madrid con valles y sin picos, vaguete incluso, con muy pocos progresos por el exterior, falta de espacios para Mbappé y escasa llegada de los centrocampistas. Los minutos caían a plomo sin emoción ni oportunidades. Un zapatazo alto de Tchouameni no sonó a búsqueda de alternativas sino a gesto de desesperación de un grupo enganchado, corto de ocurrencias, de velocidad y hasta de ambición. Lo inesperado para un equipo que tiene el Louvre en ataque. Solo funcionaba la recuperación rápida de la pelota, pero es que el Valladolid, en su explicable empeño en resistir a toda costa, tampoco ponía demasiado de su parte por alargar las posesiones. La cosa había derivado en partido pelmazo sin que nadie encontrará el libro de ruta que se llevó Kroos. La pausa de hidratación casi fue de alivio para el público.
De cuantos sucesos extraños acaecieron en la primera mitad, el más notable fue la desaparición de Vinicius, fuente de agitación permanente. Ni siquiera asomó para equivocarse. Rodrygo anduvo más activo al principio, antes de quedar contagiado por una modorra general que le iba estupendamente a un Valladolid solidario, atento, perfecto en las ayudas y sin errores atrás. El Bernabéu, la habitación del pánico en días así, alcanzó el descanso entre el runrún y el silbido, bandas sonoras del descontento en distinto grado.
Brahim se reivindica
El equipo captó el mensaje y tuvo la fortuna de marcar pronto en la segunda mitad, en remate de Valverde y asistencia de Ancelotti, porque fue el técnico quien le ordenó lanzar a puerta un golpe franco lejano y esquinado donde no parecía haber oportunidad, pero el uruguayo sacó un latigazo raso y potente que cruzó como una centella ante las barbas de Hein. El Madrid ya tenía el gol que no se había ganado y el camino expedito hacia un triunfo cómodo, pero tampoco sucedió.
Cierto es que Güler fue apilando remates, dos de ellos bloqueados por la zaga violeta y otros dos detenidos por Hein, pero también el Valladolid llegó en dos ocasiones. La mejor le cayó a Meseguer, que se topó una vez más con Courtois, el guardián de la galaxia.
Pezzolano había empezado a mejorar el equipo, especialmente con Raúl Moro, un extremo imaginativo y de desborde. También Ancelotti quiso sacar al Madrid de la galbana con Modric e Brahim, dos jugadores muy a favor de público. Salieron Rodrygo y Güler, los eslabones más débiles. El turco, el mejor de la segunda mitad, no mereció el cambio, pero el respeto de Ancelotti por el escalafón es reverencial.
Las incorporaciones no cambiaron la dinámica de un choque que, insólitamente, ya era de ida y vuelta. Hein le quitó un gol a Mbappé y Militao, con su esprint, otro a Sylla, hasta que Brahim, suplente entre ejemplar e inexplicable, arregló el resultado con un gol en el que combinó acelerón y remate sutil. Y entonces llegó Endrick, que debutaba, para endulzar el final. Entró en el 86′ y en el descuento aplicó un zapatazo de derecha que acabó en su primer gol y compensó al Bernabéu de una tarde aburrida.