Otro fracaso de México: ¿están a tiempo de cambiar para 2026?
La selección azteca no encuentra el rumbo, pese al cambio continuo de entrenadores. ¿Es perjudicial la llegada constante de extranjeros?
Eran amplia mayoría, los mexicanos presentes en el hermoso estadio de Phoenix, la capital de Arizona. Más de cuarenta mil hinchas no alcanzaron para insuflarle ánimo a un equipo que salió apichonado a jugarse la clasificación ante un duro Ecuador: no lo consiguió y se quedó afuera, una vez más, en la fase de grupos. La campaña fue mala porque venció con lo justo a la débil Jamaica y no pudo ni empatar con la ascendente Venezuela.
Es entendible que el periodismo y el público critiquen despiadadamente al plantel y al entrenador por una nueva frustración. Todos piden el alejamiento del técnico Javier Lozano, que llegó muy cuestionado tras el sopapo uruguayo (0-4 ,el 5 de junio en Houston) y ahora perdió el pase a los cuartos de final de la Copa América. Lozano llegó tras el despido del Tata Martino, que había arribado después del alejamiento de Diego Cocca y así podríamos seguir dando nombres y fechas sobre un país que no encuentra el rumbo con su selección.
Coincidiendo con artículos periodísticos y explicaciones en las redes sociales, en la TV y en las diferentes aplicaciones, queda claro que crece una ola de nacionalismo futbolero en el país azteca, casi idéntica a la que ocurre en Inglaterra y en Italia. Para resumirlo: mucha gente está enojada porque la creciente proliferación de futbolistas extranjeros les imposibilita a los jugadores locales (sean mexicanos, ingleses o italianos) participar de sus propias ligas, quedar relegados ante la llegada de mejores futbolistas, tener menos minutos de competencia y, por ende, no alcanzar el rendimiento esperado. ¿Piensan cambiar algo?
Si suena ridículo que Italia no pueda encontrar un centrodelantero propio -salvo el recuperado Scamacca- también pasa que no abundan quienes tienen el suficiente nivel de jerarquía para gustarle al entrenador de turno. Que no acreditan experiencia o que no han jugado lo necesario o que no son lo que se esperaba de ellos. Parece un problema sin arreglo, porque en esos tres países -aunque nos centremos en México- hay mucho dinero, turbios grupos que hacen y deshacen a su antojo, predilección por el jugador extranjero sin límites y, seguro, un descuido en cuanto a la formación de juveniles aptos para el máximo nivel.
Está claro, también, que México -como lo sufren Perú, Paraguay y Chile- ha perdido el peso de figuras que hicieron bien lo suyo durante un par de décadas e ilusionaron a todos. Si nombramos a Rafael Márquez, Cuauhtémoc Blanco, Jared Borghetti, Andrés Guardado, Carlos Suárez, Pavel Pardo, Gerardo Torrado o Héctor Moreno y los comparamos con los nombres actuales, no hay manera de resistir la distancia futbolística que existe entre ambos grupos.
Cambian los entrenadores, nacen o desaparecen clubes manejados por sociedades anónimas que muestran caras relucientes, aunque esconden relaciones oscuras en muchos casos. Hay un marcado nacionalismo que se respira recorriéndolo un poco, pero al mismo tiempo no existe ese patriotismo para darles más chance a los futbolistas mexicanos y así hacer crecer sus posibilidades de integrar el seleccionado verde.
Buena infraestructura en estadios, torneos entretenidos, asidua presencia en las copas mundiales, creciente rivalidad con estadounidenses y canadienses que cuesta ganar, pero un déficit enorme a la hora de la Copa América (cuando son invitados) o el torneo mundial que los tendrá, otra vez, como coorganizadores dentro de dos años. ¿Tendrán tiempo para cambiar algo?