Meté otra charlita cuando quieras, Román

Boca goleó en el primer partido post tirón de orejas del presidente. Es cierto, Banfield no es medida, pero hay que cumplir con las obligaciones.

No estaba -tan- en tela de juicio el rendimiento de Boca en la Bombonera. De local, el equipo arrastra un invicto importante y tiene un buen porcentaje de puntos. Pero este era un partido especial porque era el primero después de los duros reproches de Riquelme por la pobrísima presentación frente a Instituto que terminó sin tiros al arco y con un empate paliducho, feo. Había que ver cuál era la reacción del plantel y del cuerpo técnico. Y más allá del golazo de Cavani -definición extraordinaria al desborde de Advíncula-, la presencia de Banfield como partenaire era un regalo del cielo. El mal momento del pobre Aranda es, en realidad, el mejor reflejo de lo que es hoy el equipo de Munúa. Nada. La nada misma.

¿Boca tiene la culpa de esto? No, que los dirigentes de Banfield se hagan cargo del desastre que tienen. Boca hizo lo que tenía que hacer: ganar y golear. Hizo valer la diferencia de jerarquía no sólo sacándole provecho a la propia sino también a las carencias del rival. No le perdonó los errores. Los aprovechó y lo goleó. ¿Jugó bien? Más o menos. Hubo mejores rendimientos individuales que prestación colectiva. El de Cavani es, acaso, el más elaborado, el mejor, y repite una búsqueda que a Martínez le da resultados: desborde de un lateral y definición. Tal vez por eso se cansó de pedir un 4 suplente. Advíncula es un monstruo pero, aunque no lo parezca, también es humano. Puede lesionarse -o ser convocado a su selección- y Boca no tiene reemplazo para él. El 1-0 de Boca marca, a las claras, la diferencia entre tener un 4 y no tenerlo. El resto lo hizo Cavani, un derroche de calidad para acomodar la pelota y reventar el arco.

Al margen de esta jugada que es un sello, lo demás son aciertos individuales. De Merentiel, un animal, siempre atento, siempre generoso, siempre concentrado. De Jabes Saralegui, el mejor de esta segunda camada de pibes. De Pol, prolijo para manejar y distribuir. De Belmonte, que quitó mucho, que presionó, que ganó duelos y se pareció al jugador que habían ido a buscar. De Blanco, incansable, a veces algo atolondrado pero una fiera.

Hay, también, otras lecturas para hacer. Martínez hizo todo lo que Román quería que hiciera. Hay que ver si lo hizo convencido o apretado, pero sea como fuere, lo hizo. Metió un enganche y tres delanteros, siguió apostando por Medel y durante un rato hasta metió a Figal de 4, el reemplazo que siempre pensó el presidente para el peruano. ¿Cómo salió? Lo de Zeballos, maso. El Changuito no es mediocampista, es un wing de plata o mierda, y ese juego no se puede trasladar 30 ó 40 metros más atrás porque pelota perdida en zona inconveniente es un problema seguro. Le pasó un par de veces de confiar más en su gambeta que en un pase del volante o enganche que no es. A Martegani se lo vio con ganas, participativo. Hacía seis meses no jugaba tanto y fue titular con menos de media hora de práctica. No se podía esperar más.

Habrá que ver cómo sigue esta historia. Boca se acomodó un poquito en la tabla (al menos está de la mitad para arriba), pero no da para descorchar. Banfield es uno de los clubes que están rosqueando por un fútbol sin descensos (sería una barbaridad). Los nombres de sus titulares son desconocidos no ya para el futbolero medio sino hasta para los propios hinchas. Se viene Barracas, también adentro, otra buena oportunidad de sumar, y después arrancan días más complicados, con compromisos fuera de casa mezclados con los mano a mano de la Sudamericana (Cruzeiro a la vista). Habrá que ver qué equipo tenemos para ese momento, si podremos contar o no con los olímpicos -y con cuántos-, si llega alguno más... Dos semanas en Boca es un siglo. No está mal ir día a día, caminando con cuidado. 


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