La lección que viene de Europa es que allí los problemas de la democracia los resuelve la propia democracia
En Inglaterra el electorado suspendió a los Tories por razones muy concretas y medibles. La inflación, el evidente deterioro de los servicios públicos, los influjos migratorios ilegales y la ausencia de creación de empleos en el medio de la pirámide ocupacional acompañada de falta de mano obra en la base. Y sobre todo: el déficit fiscal, noción
aborrecida por los británicos desde hace muchos siglos. Y en la medida
que estos problemas son atribuibles al Brexit y los excesos de Boris
Johnson, el electorado británico optó por votar por un partido laborista reconstituido que ofrece, entre otras cosas, disciplina fiscal. Y
como para reforzar el mensaje de la necesidad de regresar a la
disciplina fiscal y política, el electorado le otorgó un importante
reconocimiento al Partido Reformista, que se colocó como tercera fuerza
política, desalojando de dicha posición a los Demócratas Liberales. En
síntesis, el péndulo democrático se volcó hacia una posición centrista
que ofrece mayor confianza al pueblo en términos de preservación de la
democracia porque impide que una fuerza se imponga mientras obliga al
diálogo y la negociación para alcanzar la gobernabilidad,
En Francia, por el contrario, la segunda vuelta electoral ha creado un dilema de
gobernanza que solo Enmanuel Macron podrá manejar. En esencia, la
Asamblea Nacional ha quedado dividida en tres facciones de similar
tamaño con el Nuevo Frente Popular dueño de 180 escaños; mientras que
Renacimiento, la alianza centrista de Macron, alcanzó a capturar 160
escaños; y Agrupación Nacional, de Marine Le Pen, 140. Esto significa
que Macron deberá correr piezas dentro de cada bloque para formar alianzas transitorias y
poder así pasar las medidas esenciales para garantizar la gobernanza.
De allí que, en algunos tópicos, habrá que armar un frente amarillo;
para otros uno rojo y para otros uno azul. El proceso es igual de
laborioso que aquel que nos lleva a agrupar colores en un mismo lado de
un cubo de Rubik.
Esta tarea difícilmente podrá ser ejecutada por Le Pen o
Jean-Luc Mélenchon, dejando así el rol de
primus inter pares
a Macron. Y ello le permitirá ejercer la presidencia por los próximos
tres años cuando muy probablemente una Marine Le Pen más ducha en las
artes de escurrirse por los intersticios del poder logre que la elijan
presidenta de Francia. También puede ocurrir que ante una emergencia
crítica como, por ejemplo un ataque despiadado de Rusia a Ucrania, el
gobierno francés carezca de capacidad táctica para actuar por las
complejidades del manejo del cubo de Rubik. En este caso, cómo se
resolverá la situación es un verdadero misterio.
Pero la lección que viene de Europa para quienes habitamos la ribera este del océano Atlántico es que en Europa los problemas de la democracia los resuelve la propia democracia. Tanto
en Inglaterra como en Francia el soberano ha creado una plataforma en
la que sus lideres deben forzosamente recurrir al diálogo y a la
negociación para alcanzar la gobernabilidad. Nadie habla de Asambleas
Constituyentes, remociones de liderazgos o de modificaciones al marco
democrático. Quizás por ello es por lo que han logrado tener democracia
por tantos siglos.